“La ciudad alegre y confiada” fue una de las grandes obras de teatro de nuestro Premio Nobel de Literatura (1922) don Jacinto Benavente. El drama al que llegarán a enfrentarse sus habitantes se produce como consecuencia de la excesiva confianza que los mismos tienen depositada en sus gobernantes, a pesar de que tomaban siempre decisiones equivocadas. Y así les fue como les fue, y pasó lo que pasó.
Veamos amigos: Segovia es una ciudad sosegada y calmada. Y también alegre y confiada. Es muy bella, enormemente bella. Cuenta con un patrimonio histórico, artístico y cultural (gastronomía incluida) que es la envidia de nuestro entorno nacional, europeo y mundial. El Acueducto es el escudo y símbolo de la ciudad, además de pieza capital de la ingeniería hidráulica romana. El Alcázar es su imagen, el monumento que la define y que por su extensión ha definido a Castilla y España. La catedral segoviana, de estilo gótico, es un prodigio de mesura, de proporción y claridad espacial. Tres monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, igual que toda la ciudad vieja. Sus pobladores capitalinos, los segovianos, son gentes muy trabajadoras, amables, hospitalarias y muy solidarias. La discreción, el talante tolerante, la convivencia en suma, están aseguradas por formar parte de su ADN desde hace más de 60.000 años. Son, somos, muy buena gente. Muy majos, como decimos por acá.
He visto y leído, seguramente como la mayoría de ustedes, el foto-montaje hecho con una escultura “colocada” sobre las piedras milenarias del acueducto romano y yo también me he quedado de piedra (sin argamasa). ¿Qué quieren que les diga? ¿Mi primera impresión? He sentido vergüenza ajena inmediatamente. Nada he de decir sobre la obra del artista, que es libre de crear a su antojo lo que quiera y, además, porque no soy experto para puntuar sobre la calidad del trabajo de la obra en cuestión (supongo que a nuestro paisano, el grandísimo escultor sepulvedano Emiliano Barral, le habría espantado, tan pulcro como él era y contrario a cualquier efectismo engañoso). La “performance” de la ocurrencia que se nos ofrece me parece una aberración (desde el punto de vista estético) que rompe la armonía del conjunto. Me parece, además, que es una falta de respeto enorme para con todos los ciudadanos de esta parte de la vieja Castilla. No dudo de las buenas intenciones del autor (“quisiera homenajear a mi ciudad simplemente”, ha dicho), pero es que la idea es descabellada. Una auténtica “paletada”, para qué nos vamos a engañar.
Lo verdaderamente extraño es que la concejala encargada de velar por patrimonio de la ciudad haya pensado, siquiera por un instante, que colocar al susodicho “Mefistófeles” sobre el Acueducto podría atraer a muchos turistas hacia la parte norte de la gran obra romana. No lo creo en absoluto. Más bien ocurriría todo lo contrario. Y, ojo al dato, no solamente si se trata de ubicar la horrible pieza escultórica sobre el acueducto, también si se hiciera en cualquier otro lugar. La supuesta leyenda popular, por cierto, de que una joven segoviana enamoró y convenció al diablo para construir el Acueducto en una sola noche es solamente eso: una leyenda inventada que no nos representa y que más valiera, por ridícula, no darla altavoz.
Seamos serios y consecuentes. La verdadera Leyenda con mayúsculas no es otra que la de una ciudad, Segovia, que es un conjunto artístico-monumental único en el mundo (vean los lienzos que el pasado siglo de ella pintaron Ignacio Zuloaga o Lope Tablada). Una ciudad que ha alcanzado con el transcurso de los siglos su plenitud ideal. Su excelencia. Como para que venga ahora el “demonio” a enredar… Ya les digo.
Espero y deseo que la cordura y el sentido común de quienes corresponda den por cerrado y enterrado debate tan inútil como mentiroso, y que nada ni nadie, por favor, emborrone el equilibrio (nunca mejor dicho) que el acueducto proporciona al paisaje de nuestra “Ciudad del Acueducto” (como Segovia es reconocida en todos los rincones del mundo).
