Durante estos últimos días habrán tenido ustedes, queridos amigos de El Adelantado, la oportunidad de leer numerosas columnas de opinión en los diarios y revistas, tanto de papel como digitales, de información general con motivo del 40 cumpleaños de nuestra Constitución de 1978. He intentado ser lo más reflexivo, riguroso y objetivo que me ha sido posible, para hacer una mínima selección de lo mejor de todo lo que he leído y visto, que ha sido mucho, y me quedo con las dos columnas firmadas, una por la exitosa escritora Julia Navarro (“Reforma sí, reforma no”) y otra por la diputada de Segovia en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo Beatriz Escudero (“40 años”), en las páginas del “Adelantado” la pasada semana, y también con “LA TERCERA” de ABC (“La esencia de la Constitución”) del viernes 7 de diciembre a cargo del rector de la Universidad Pontificia de Comillas (ICAI-ICADE), Julio L. Martínez, SJ.
Julia Navarro (a quien tenemos que felicitar por haber colocado su última novela “Tú no matarás” en el primer puesto de los libros de ficción más vendidos en España), reconoce en su escrito que nuestra Constitución ya va teniendo una edad y que, quizás, sería conveniente hacerla una “puesta a punto”, porque “un texto legal tiene que dar respuestas adecuadas a su tiempo”. La hija de “Yale”, el que fuera formidable periodista y reportero de prensa y televisión en los años sesenta y setenta, pone como condición para ello “que se haga por consenso” y que si no es posible “que la dejen como está”; porque “no se puede hacer una reforma para contentar a una minoría disgustando a una mayoría”.
En parecidos términos se expresa y escribe la segoviana Beatriz Escudero, que ensalza y llena de elogios “a los actores políticos de esa época”, recordando que “todos ellos hicieron renuncias para favorecer el consenso que logró la creación de nuestra Constitución y la concordia entre todos los españoles”; y alerta Beatriz: “la reforma de nuestra Ley Suprema no puede hacerse por aquellos que quieren destruirla, por los que quieren imponer y no acordar”.
La Facultad de Derecho (ICADE) de la Universidad Pontificia de Comillas nombró hace unos días doctores “honoris causa” a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez Llorca y Miguel Roca y Junyent, los tres juristas considerados como los principales artífices de la Constitución. “Un reconocimiento cargado de homenaje y gratitud”, como escribe en la “TERCERA” de ABC el rector de dicha Universidad, que destaca además los cuatro valores imperecederos de los que a su juicio está impregnada la Constitución de 1978: la justicia, el diálogo, la amistad cívica y el bien común. En su último párrafo dice Julio L. Martínez, SJ: “Es evidente que vivimos tiempos diferentes que reclaman soluciones nuevas, pero conviene no confundir la crisis del cambio de era en que estamos metidos con la crisis del marco constitucional. Ojalá que los cambios que tengan que hacerse encuentren su momento adecuado y se hagan desde el espíritu que animó los acuerdos en la Transición”.
Como verán, tanto la escritora como la diputada y el rector coinciden en lo fundamental y abogan por elegir un momento de mayor estabilidad que facilite el consenso imprescindible para llevar a cabo cualquier tipo de reforma . Está claro que la época confusa y de pérdida de valores por la que atravesamos no es precisamente la ideal para iniciar un periodo constituyente por limitado que el mismo sea. Los hay, y todos lo sabemos, que lo único que pretenden es fulminar nuestra Constitución. ¿Qué quiénes son? Pues hombre, los de siempre: los antisistema, los populistas sectarios y, naturalmente, los separatistas. Luego están los que la quieren “reformar” a su manera, como Sánchez, y los que no saben bien qué quieren hacer con ella, como es el caso de Rivera. Tanto Pedro como Albert, no cesan de bailar todos los días al son de “la yenka” (izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, atrás, un, dos tres) y cambian de opinión a cada momento (sobre todo Pedro). Por todo ello, y para tener las cosas claras desde el principio, es necesario decir alto y claro, que para abordar el debate de la reforma constitucional con garantías democráticas los partidos mayoritarios habrán de llegar a un previo acuerdo sobre el qué, cómo, cuándo y cuánto de los asuntos a tratar.
Seamos razonables, nuestra Constitución, a fin de cuentas, goza de buena salud. Es robusta, sólida. Es una Constitución larga, técnicamente es un texto algo complejo e ideológicamente es un documento ecléctico. El profesor Fernández-Miranda escribió lo que para él sería una Constitución ideal: “Ha de ser al mismo tiempo estable y flexible. Firme en cuanto a su naturaleza y flexible en cuanto a su función. Tiene que ser una superley fuerte y vigorosa que someta a su imperio todas las actividades de la Sociedad y el Estado y, al mismo tiempo, flexible para albergar todos los contenidos políticos y sociales.” La Constitución del 78, sin llegar a tal grado de excelencia, es un texto vivo, y es verdad que hay nuevas realidades que puede que exijan de respuestas legales y doctrinales que hace cuarenta años no se pudieron prever. Todo en la vida es manifiestamente mejorable, faltaría más. Sin embargo, lo que de verdad pide nuestra Constitución, en estos momentos, es respeto y acatamiento de la misma para potenciarla como tal con un impulso colectivo por parte de todos los españoles que la proyecte hacia el futuro.
Deberíamos estar orgullosos de nuestra Constitución y presumir de aquel proceso constituyente que comenzó el 22 de agosto de 1977 cuando se reunió por primera vez la Ponencia elegida en el Congreso de Diputados para elaborar el borrador del Anteproyecto; ahí estuvieron Manuel Fraga, Gregorio Peces-Barba, Jordi Solé Tura, Miguel Roca, Gabriel Cisneros, Miguel Herrero y José Pedro Pérez-Llorca. Y no nos olvidemos de Adolfo Suárez y Felipe González. La verdad es que el nivel de los políticos, de aquéllos “padres” de la Constitución del 78 era muy superior al actual, justo es reconocerlo así. El Anteproyecto fue objeto de ¡1.133! enmiendas de los diputados. Se debatió durante todo el mes de julio de 1978 en el Congreso y durante septiembre y octubre en el Senado.
Hubo de constituirse una comisión mixta Congreso-Senado dirigida por el Presidente de las Cortes, Antonio Hernández Gil, e integrada por los Presidentes de ambas Cámaras, más cuatro miembros de cada una. Parece que Fernando Abril y Alfonso Guerra acabaron por tejer sus últimos flecos y, por fin, el 31 de octubre, las Cortes aprobaron por mayoría absoluta la nueva Constitución que fue respaldada masivamente por todos los españoles en Referéndum Nacional (último requisito legal) el 6 de diciembre de 1978. Por primera vez en nuestra historia habíamos llegado a un acuerdo generalizado pleno de sentido común y normalidad. España, en definitiva, apostó por el consenso y la concordia nacional. Ya sé que las circunstancias son ahora bien distintas, pero romper con los valores de la Constitución del 78 sería un gravísimo error. Algo imperdonable.
