Desayuno cada mañana con dos o tres individuos, que considero amigos, y que son también bastante normales, ecuánimes, moderados (política y humanamente) con vidas familiares estables (que ya es mucho decir), no fanáticos, racionales y con sentido común. Es decir, una joya en tiempos que corren.
Sin embargo, estos amigos, ante la pregunta sencilla y clara de: ¿Son los hombres y las mujeres diferentes?, no se sienten cómodos respondiendo un sencillo Si. Dicen un sí, matizado con el latiguillo de “bueno, igual de diferentes que podemos ser tu y yo por ejemplo”. O sea que es un Si que es un no.
Sin embargo, estos amigos, ante la pregunta sencilla y clara de: ¿está la mujer mejor preparada para atender la vida familiar, en concreto de los hijos pequeños? no se sienten cómodos respondiendo un sencillo Si. Dicen un sí, matizado con el latiguillo de “bueno, pero en la sociedad actual casi da lo mismo”. O sea que es un Si que es un no.
Si mis amigos que son lo mejor de lo mejor de la sociedad se han dejado engañar por esta cultura que niega las diferencias esenciales que existen entre hombre y mujer, está claro que hemos llegado a un punto de no retorno en que Europa ya no puede salvarse por sí misma sino que debe ser salvada desde fuera.
Esta misma mañana, entablo en el bus una conversación con una mujer venida del Camerún. Me llama en primer lugar la atención su perfecto inglés, pero me dice que Camerún, siendo francófono, tiene una zona al sur de origen colonial británico y me cuenta también que al Camerún lo llaman la pequen África, pues tiene desierto al norte, sabana, selva y mar. ¡Una África en miniatura! ¡Cuántas cosas aprendí esta mañana!
Por mi parte le pregunté que había aprendido ella de nosotros los europeos. Y me contestó algo muy interesante. Aprendí a conjugar el “yo”, me dijo. Y continuó explicándome que el Camerún el “yo” casi no existe, siempre hablan de “nosotros”.
“El primer día de trabajo, al bajar a la cantina, mi colega me explicaba el funcionamiento y me sorprendió con un: “Y ahora ¿qué voy a comer yo?”. Esa frase fue para mi un shock ya que en África siempre que comemos juntos comemos lo mismo. Pero ahora ya va todo mucho mejor, me dice, ahora ya me siento mucho más cómoda con el “yo”.
Me quedé pensando por un momento, si no serán los africanos los que salvarán Europa de su espiral suicida.