Durante el tiempo que viví en Nairobi, tuve la mala costumbre de fumar un cigarro todos los días a las 0930 con quien pronto se hizo mi amigo. Un hombre de excesos que derramaba todos sus dones en burdeles y cánticos anticlericales. Más tarde nos separó un algo precipitado sin mucha explicación y ahora nos separa nada menos que un continente entero. Me queda sin embargo de él, algo que me decía siempre que asomaba mi orgullo en la conversación: “el cementerio está lleno de gente imprescindible, José, no lo olvides”. Y no lo olvido. Es una verdad sin apellidos.
Me acosté ayer agotado y sin embargo no podía dormir. El insomnio se abarrotó de oscuras tentaciones así que decidí combatirlas con un Rosario. Cada Ave María fue una batalla a vida o muerte. Recordé esa película “American Sniper” donde Clint Eastwood muestra su esencia. Casi al final, el francotirador, harto de ver morir a sus compañeros, se tira a la calle y se une al pelotón que va casa por casa buscando a los de Al Qaeda. Cada casa, cada puerta que derriban es una batalla en sí misma, y van limpiando así la ciudad de los malos que huyen por doquier. Así fue mi Rosario, una Ave Maria tras de otra peleando cuerpo a cuerpo hasta la extenuación. Al acabar, Dios me mostró su premio en forma de sabiduría.
“No te preocupes por el mundo”, me dijo. “Nada escapa a mi poder y mi control. El mundo seguirá una vez hayas muerto. No eres tan importante. Todo sigue su curso. Más bien preocúpate por tu alma, que esa sí escapa a mi poder y mi control. Me siento impotente ante ti y deseo que me mires”. ¿Alguien resiste esas palabras? No recuerdo más, dormí el resto de la noche como un niño.
Los hombres luchan en la guerra. En épocas de paz y templanza, los hombres no saben lo que llevan dentro. La guerra abre las heridas más profundas y se cree, porque se ve, en el infierno. Los hombres luchan y se mantienen en vida porque una mujer los espera. “Vive y vuelve a mí”, esas fueron sus últimas palabras que resuenan en mi alma y me alimentan. Es imposible rendirse, esas últimas palabras salen a borbotones como agua hirviendo que explotan en la nada para dar más y más fuerza.
Vive y vuelve a mí, es lo que me impulsa hacia la muerte con una sonrisa, a salvar a mis amigos, a defender mi patria, pero siempre impulsado por sus últimas palabras. Caí inconsciente y entre mil hombres me llevaron de vuelta. Estuve varias semanas en otro mundo y al despertar estaba ella a los pies de mi cama. Yo lo sabía. Sus palabras eran verdad. Tan verdad como la guerra. Tan verdad como la muerte y tan verdad como Dios.
El hombre lucha, la mujer alimenta esa lucha y le da vida y cuida a los heridos para que vuelvan a la vida y para que sigan luchando.
En épocas de paz la verdad esta velada y nos creemos que las mujeres pueden luchar y los hombres pueden alimentar la lucha y dar vida. Al demonio le gusta la Paz. El Señor es un guerrero (Ex 15,1).
