El día 15 de junio se cumplió el cincuenta aniversario de la catástrofe de Los Ángeles de San Rafael en la que murieron más de sesenta personas y resultaron heridas de distinta consideración un centenar muy largo.
Familiares y amigos de las víctimas asistimos a un acto de homenaje en la Catedral de Segovia que sirvió para honrar su memoria. Quiero agradecer el afecto de los que nos acompañaron y a todos los participantes que con sus poemas y sus interpretaciones musicales rindieron un sentido tributo. Hago extensivo este reconocimiento a los medios de comunicación segovianos que mostraron interés por publicar noticias relativas a esta efeméride y al referido acto. Gracias a todos ellos.
El homenaje era de justicia y necesario, pese a los años transcurridos, pero al mismo tiempo es imprescindible manifestar que la catástrofe tuvo unas causas bien determinadas y un claro culpable, por si existen dudas o desconocimiento.
Entre las causas podemos señalar que no hubo proyecto de obra legalizado, que existió, cuanto menos, una dudosa actuación de varios técnicos (arquitecto y aparejadores) que pudieron coadyuvar al desastre. Y, por supuesto, existieron unas directrices para la construcción de aquella edificación, ideadas y dictadas por el dueño de la urbanización Los Ángeles de San Rafael: Jesús Gil Gil. Este fue el causante principal, por su codicia, por su afán de lucro, de tanta muerte y tanto dolor. El suyo fue un acto de auténtico terror.
Fue juzgado y sentenciado, aunque su estancia en prisión, con auténtico trato de favor, fue efímera gracias a la ayuda que recibió de las más altas autoridades del régimen franquista. Tanto atropello solo mereció veintisiete meses (intermitentes) de cárcel. La justicia se esfumó, no existió reparación penal a tanto daño. Esto fue un auténtico escarnio para las víctimas y sus familiares.
Al correr de los años, todos ellos tuvieron que sufrir otra dolorosa situación, la consistente en ver cómo algún medio televisivo presentaba en su programación al personaje, con aquella zafia personalidad que poseía y que gustaba mostrar.
Pese al transcurso de los años, de nuestros familiares muertos o heridos, se ha mantenido un recuerdo afectuoso que innumerables personas nos han hecho sentir. Muchas gracias a todos ellos, a los que viven y a los que nos dejaron. De aquel otro, ese Gil Gil, solo ha quedado en la sociedad memoria de muerte, amenazas, estafas y corrupciones. ¡Qué gran diferencia con los nuestros!
Deseo que esta breve exposición, de tan terrible hecho, sirva para que la opinión pública pueda tener una mayor información del porqué de aquel desastre y quién fue el responsable. Las víctimas lo exigían y merecían.