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Johnny Cash: la respiración musical de fuego

por Miguel López
9 de julio de 2023
en Segovia
Jonny Cash.

Jonny Cash.

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El amor de Johnny Cash (1932-2003) por los trenes ha dejado honda huella en el country, el folk, el rock and roll, el góspel o el rockabilly. El músico demostró un talento muy sobresaliente al introducir los ritmos del caballo de hierro en cada recoveco sonoro de estos géneros. Compuso docenas de canciones dedicadas al ferrocarril e interpretó cientos de melodías sobre su transporte favorito hasta la muerte, hace ahora veinte años. Esa fijación duró varias décadas y rozó la obsesión en momentos febriles.

Johnny Cash describe con voz profunda los claroscuros del tren. Este artista une la pérdida y el viaje en canciones que se escoran muchas veces hacia el dolor, atraído por el lado oscuro de la existencia, por las sombras y la congoja. De modo análogo a los pioneros del blues, trabaja de niño en los campos de algodón y sufre los rigores de la pobreza. La condición humilde se suma a desgracias tan desgarradoras como la temprana muerte de su hermano Jack por las heridas de una sierra eléctrica. La culpabilidad que siente por el accidente se suma a una tristeza que infunde en su personalidad un sentido trágico de la existencia. Ese vacío le acompaña el resto de sus días y deja una herida abierta. “Sigue siendo un rincón enorme, frío y triste en mi corazón y mi alma. No se puede sortear el dolor de una pérdida: puedes escabullirte cuanto quieras, pero tarde o temprano tienes que profundizar en ello, atravesarlo y, con suerte, salir por el otro lado. El mundo que allí encuentras nunca será el mismo que dejaste”, confesó Cash. El niño que pierde a su hermano se convierte entonces en una turbulencia con patas, con una mirada abisal clavada en la muerte y la religiosidad.

John Ray Cash nace el 26 de febrero de 1932, en Kingsland (Arkansas). “En aquella Arkansas, un modo de vida producía un cierto tipo de música”, recuerda. El trabajo está por encima de todo allí, con una familia entregada por completo a las faenas agrícolas. “Mi vida laboral ha sido simple: el algodón cuando era joven y la música ya de adulto”, escribe.

ensay
El padre de Cash “tenía de todo menos dinero”. Y añade: “Trabajó en un aserradero, desbrozó terrenos, puso vías de tren, y cuando no había trabajo cerca, se subía a los trenes de mercancías en dirección hacia donde el rumor, la publicidad o la suerte ofrecieran pago en metálico. Nuestra casa estaba justo al lado de las vías del tren, en pleno bosque, y uno de mis primeros recuerdos es haberle visto saltar de un vagón en marcha y caer rodando hasta la zanja de nuestra puerta. Muchos hombres hacían eso. Los trenes aminoraban su marcha al pasar por nuestra casa, así que era el lugar idóneo para saltar y evitar a los detectives de la estación en Kingsland”.

Se multiplican en esos primeros años los recuerdos sobre el ferrocarril: “En mi interior, siento próxima mi infancia, pero cuando miro alrededor, a veces parece pertenecer a un mundo que se ha desvanecido”. Y añade: “La primera canción que recuerdo haber cantado fue I Am Bound For The Promised Land. Estaba en la parte trasera de un camión, camino de Dyess (Arkansas), desde la primera casa en la que recuerdo haber vivido: aquel lugar cerca de las vías del tren a las afueras de Kingsland”. Era una construcción sin comodidades y muy unida, tirando a demasiado unida, al ferrocarril: “Temblaba como mil demonios cada vez que pasaba un tren”.

La radio nocturna sostiene las ensoñaciones en ese ambiente campesino. “Recuerdo claramente el día que recibimos la nuestra, una Searse-Roebuck con una gran batería “B” comprada por correo con dinero del préstamo gubernamental el año que papá y Roy empezaron a limpiar el terreno. Recuerdo la primera canción que escuché en ella, Hobo Bill´s Last Ride, interpretada por Jimmie Rodgers, y cómo la imagen de un hombre muriendo a solas en un gélido vagón me pareció tan real, tan próxima a nuestro hogar”, evoca. Cash explica en sus memorias que entonces debía de sumar cuatro años y fue “la primera vez que sabía lo que quería hacer con mi vida”. Y remacha: “Pensé que era la cosa más maravillosa e increíble que yo había oído nunca”.

Su emisora favorita es la KFVD, donde abundan las canciones sobre obreros y los más desfavorecidos. Ahí escucha a Woody Guthrie. A los 12 años comienza a componer sus propias obras, cercanas a la religiosidad del góspel. Durante la adolescencia suele cantar en la KLCN, una emisora local de Blytheville, al norte de Arkansas.
En 1951, tras una breve estancia en Detroit y poco después de comenzar la Guerra de Corea, Cash se alista en las Fuerzas Armadas y parte a Alemania como operador de radio con la misión de interceptar comunicaciones secretas soviéticas. La precoz pasión ferroviaria de Cash explica el nacimiento de la canción Hey, Porter!, la primera que compone sobre el mundo del vapor. Ahí se aprecia por primera vez el característico ritmo boom-chicka-boom, un invento de Luther Monroe Perkins, el guitarrista de Cash. Este rasgo distintivo consiste en apoyar la mano derecha sobre las cuerdas para atenuar su sonido mientras se toca. El ritmo recuerda al traqueteo de los convoyes de mercancías. Siempre cantará a los trenes, desde el minuto uno, y en el instante inicial de su cancionero toma rumbo hacia el sur. En Hey Porter! suena, con el respaldo del grupo Tennessee Two, esa singular cadencia que evoca el paso de la locomotora sobre las vías.

La puesta de largo discográfica de Cash coincide con un avance de los derechos humanos en el ferrocarril. En 1954, se abandona la rancia norma “Separados, pero iguales”, un subterfugio que utilizan durante décadas las compañías ferroviarias de Estados Unidos para mantener la segregación racial. Blancos y negros no pueden mezclarse en coches de viajeros, vagones-restaurante ni salas de espera. La aberración viene de lejos. El 7 de junio de 1892, un hombre llamado Homer Adolph Plessy (1862-1925) se sienta intencionadamente en un coche reservado para los blancos. Desafía así una ley de Louisiana. Se considera una de las primeras muestras de desobediencia a la segregación en Estados Unidos. Le arrestan y, tras el juicio, la Corte Suprema se reafirma en la inicua norma en 1896.

Tras 62 años de lucha jurídica y civil, con apoyo creciente de ciudadanos blancos, la sociedad americana consigue el trato igualitario para las distintas razas en el ferrocarril. Llega en 1954, un año antes de que Rosa Parks se niegue a ceder su asiento en un autobús público de Alabama. ¿Por qué es tan conocida Parks y casi nadie sabe nada de Homer Plessy? El tren también va por delante el perenne combate por la justicia racial.
Las composiciones sobre estaciones, locomotoras, hobos y la liturgia ferroviaria menudean tanto en sus discos como en los conciertos. Se amontonan nombres con tanta densidad histórica como Rock Island Line (1957), Waiting for a Train (1962), Casey Jones (1962), I´ve Been Working on the Railroad (1973), Lovin Locomotive Man (1991, con una onomatopeya formidable) o Let the Train Blow the Whistle (1994).

Pero si hay una composición que encumbra a Cash todos los dedos señalan a Folsom Prison Blues, de 1955. El tren aparece en la primera estrofa y no abandona la canción hasta el final: “Oigo al tren llegar / Está traqueteando por la curva / Y no he visto la luz del sol / Desde no sé ni cuando / Estoy atrapado en la prisión de Folsom / Y el tiempo sigue / Pasando lentamente / Pero ese tren sigue camino / Hacia San Antonio / Cuando era solo un bebé / Mi mamá me dijo ´hijo / Sé siempre un buen chico / No juegues nunca con armas´ / Pero disparé a un hombre en Reno / Sólo para verle morir / Cuando oigo el pitido sonando / Bajo la cabeza y lloro / Apuesto a que hay tipos ricos comiendo / En un elegante coche-restaurante / Seguramente están bebiendo café / Y fumando grandes puros / Pero ya sé lo que me venía encima / Ya sé que no puedo ser libre / Pero toda esa gente sigue moviéndose / Y eso me tortura / Bueno, si me liberasen de esta prisión / Si el tren de la vía fuera mío / Apuesto a que me movería un poco / Alejándome por la línea / Lejos de la prisión de Folsom / Allá es donde quiero estar / Y dejaría que ese pitido solitario / Hiciera volar lejos mi tristeza”. Una obra maestra que suena a tren en marcha, a dolor y a deseo.

La canción llega al número 5 en las listas de country. Johnny Cash aclara que habla de la cárcel, pero también “sobre el corazón de cómo sentimos los trenes, esa punzada que sentimos cuando los vemos llevar a las personas a otros lugares, incluso si no estás en chirona. Es inmensamente visceral: podemos escuchar al tren rodando, podemos escuchar su silbido. Podemos ver no solo a las personas libres, sino también a los ricos ´en un elegante coche-restaurante´, bebiendo café y fumando puros enormes”. El tren de Folsom Prison Blues sume al preso en la más honda tristeza al oír su silbato, porque el condenado no puede viajar en él.

Esa época está marcada por el rock and roll, un estilo rabiosamente juvenil que abduce a millones de adolescentes en Occidente. El rock fagocita el ritmo del tren, pero no ahonda en el universo formado en su siglo de existencia. El coche, con su servidumbre individualista, se consolida como el símbolo indiscutible de esta nueva música cuya semilla plantó el blues. La presencia ferroviaria en canciones es directamente proporcional a su protagonismo en la movilidad humana. Esos años de triunfo del automóvil relegan inexorablemente al tren desde el papel de locomotora del progreso hasta furgón de cola en el mundo moderno. El coche pone el intermitente izquierdo y adelanta al ferrocarril durante varias décadas. La música de raíz afroamericana se mudará desde las vías hasta los Cadillac, Cameros, Buicks, Chevys, Corvettes y Thunderbirds en las autopistas. En ese momento, el automóvil se convierte en un centro difusor de música que brota desde el salpicadero. Esas canciones muchas veces aluden al ferrocarril, pero trenes y automóviles tropiezan como un amor imposible. Como dicen algunos ferroadictos, “el coche es la Kriptonita del tren”.

LPOtro bombazo en ventas llega poco después: I Walk the Line, editada en mayo de 1956. Logra su primer número uno en country y abre la puerta a su álbum de debut en estudio: Johnny Cash with His Hot and Blue Guitar, publicado también por Sun Records en octubre de 1957. El disco recoge cuatro sencillos ya lanzados y contiene trenes a mansalva: I Walk the Line; Cry! Cry! Cry!; So Doggone Lonesome, y Folsom Prison Blues. La que abre el elepé es Rock Island Line y la segunda se titula (I heard that) Lonesome Whistle.
Cash dedica un disco completo a su vicio favorito: Ride This Train (1960), su octavo elepé. Resulta muy ambicioso para ese tiempo y sube el nivel global del estilo country. Escribe Eduardo Izquierdo que canciones como “Loading Coal y Lumberjack ya habían puesto al artista en el lugar de un trabajador, pero aún sentía la necesidad de realizar un homenaje a aquellos que no tienen más remedio que inclinarse por los oficios más duros”.

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Cash y June Carter.

Cash publica otros dos elepés centrados en el tren durante los años sesenta: All Aboard the Blue Train (1962) y el álbum recopilatorio Story Songs of the Trains and Rivers (1969). También está lleno de humo de locomotoras Blood, Sweat and Tears (1963), con tonadas sobre trabajadores estadounidenses, y una larga versión de The Legend of John Henry´s Hammer, junto a June Carter. O Ballads of the True West (1965, sobre la historia del far west, donde figura 25 Minutes to Go, cantada en Folsom Prison). Izquierdo alude en su biografía de Cash a la sorpresa de que se atreva a abrir el álbum con los nueve minutos largos de The Legend of John Henry´s Hammer, “basada en una leyenda contada en Virginia, la canción gira alrededor de John Henry, un tipo que se encargaba de poner clavos en las líneas de ferrocarril” y trasforma “el repicar del martillo sobre las vías en la percusión de la canción”.

Cash nada a contracorriente con su defensa de los trenes, un mundo que parece más del pasado que del presente en los años sesenta del siglo XX. Lo dijo Machado: se canta lo que se pierde. El auge del automóvil desde la década de los cincuenta no ahoga el sonido del tren por completo. Y menos en la música. Cash no está solo en la querencia ferroviaria, en buena medida porque en los años de la Depresión medio millón de niños viajan como vagabundos en los trenes. Muchos chicos de corta edad prolongan durante el resto del siglo la larga memoria que ha acompañado a los hobos (vagabundos), cuyos relatos perviven en canciones mucho tiempo después de la decadencia pronunciada del ferrocarril. Miles de melodías y letras sobre el tren subsisten, a veces de forma similar a la resistencia de los ritmos africanos para preservar la identidad de los esclavos. La perpetuación del tren en la música popular supera a su presencia en la vida cotidiana real y se debe justamente a esa herencia histórica. Cuando Cash defiende apasionadamente a los trenes en esos años de caída libre, no mira hacia el pasado: está mirando hacia dentro, hacia el auténtico espíritu americano encarnado en los trenes. Eso es inmortal para él y así lo canta.

En el documental Johnny Cash Ridin´the Rails (1974) el Hombre de Negro (guardaba duelo así por la guerra de Vietnam) canta a bordo de los trenes y divulga la historia del transporte ferroviario en Estados Unidos. Hay momentos de esperanza por recuperar el esplendor perdido, pero el tono dominante es un lamento por los tiempos pasados: “¿Cuándo empezaron a perder su glamour los trenes? Bueno, supongo que fue cuando llegaron los motores diésel. Por supuesto, los diésel tenían que venir, ya sabes, son más baratos. Pero de alguna forma no tenían esa impresionante presencia de respiración de fuego que tenían las viejas locomotoras de vapor…”.

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Elvis Presley y Johnny Cash.
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