Este 2019 es un año pleno de conmemoraciones, unas de índole lamentable y otras con un fondo transcendental sin parangón desde que el mundo es mundo. En este último apartado merece destacar la gesta llevada a cabo el 20 de julio de 1969 por el Apollo XI y su tripulación formada por Neil Armstrong, primer hombre en pisar suelo lunar junto a Edwin Aldrin y Michael Collins, un capítulo que cambió la percepción del universo en que vivimos, aunque también es cierto que muchos no creyeron nada de aquel hecho, a pesar de ver cómo un hombre envuelto en un traje extraño paseaba por un desierto lejano, oscuro y deshabitado. Todo ésto me lleva a realizar un ejercicio de reflexión de doble contenido. Por un lado me hace creer en el ser humano, en los avances tecnológicos, en la progresión de la medicina y la investigación en general, que mejoran nuestra calidad de vida y superan día a día problemas que años atrás eran irresolubles. La otra cara de la moneda, es el uso indebido que se hace de esos medios cuando un advenedizo, ajeno totalmente al entorno del desarrollo, hace un empleo malicioso convirtiendo estos adelantos en armas cuyos objetivos son tan variados como su mente retorcida le sugiera.
Ahora, en plena carrera espacial por implantar ciudades en otros planetas, me aterra pensar en qué harán estos individuos, en si exportarán su perversidad a mundos lejanos para volverlos a convertir en otra sociedad terrestre.
