En mi columna anterior mencionaba algunos comercios tradicionales que fueron motor económico de nuestra localidad, pero quise reservarme un espacio exclusivo para un lugar único, la churrería de Francisco Abadía, heredero de Manuel González Perdices en la artesana especialidad de mezclar el aceite, la harina y el azúcar.
Por aquel pequeño local pasaron decenas de personas durante sus casi cuarenta años de existencia. Lo mejor de este rincón ya desaparecido no sólo fue la elaboración de su rico producto, había otro componente atractivo sin parangón en San Rafael, su ambiente genuino.
En las calurosas tardes de verano se respiraba el silencio absoluto, roto por el chisporroteo del aceite al calentarse, o por alguna conversación improvisada entre dos parroquianos, escena ideal en la que encajar a Muddy Waters tocando Mannish Boy.
Alternativamente se sucedía la entrada de algunos clientes que acudían a comprar churros crujientes recién hechos para degustarlos junto a un chocolate caliente, a pesar de la calorina estival. Así transcurría la jornada vespertina, con el trasiego intermitente de la concurrencia a medida que el crepúsculo iba mitigando la temperatura.
Lentamente el sol cedía dando paso a la noche, y con ella la salida de los jóvenes, y los que no lo eran tanto, “a iniciar la ronda” por bares, tabernas o terrazas a tomar las primeras copillas, que ponían a tono al personal. Durante horas se recorría el circuito acostumbrado, elevando ánimos con exaltaciones de amistad, entonando alguna canción de contenido picante, hasta que todo el mundo hacia aparición en el ‘Cabaret las Llamas’ donde se bebía la penúltima, entonces la tranquilidad finalizaba dando paso al jolgorio.
Las cuatro paredes se atestaban de gente ansiosa de ¡otra, otra mañanita!.., La transformación del recinto era total, no parecía el mismo, el bullicio alcanzaba cotas de euforia, que parecían no tener fin. Cuando clareaba, las puertas se cerraban tras tomar un reponedor café, hasta que a finales de los setenta se cerraron para siempre, dejando tras de sí un buen número de anécdotas que jamas volverán a repetirse.
