Nos acordaremos del pasado sábado, 15 de junio de 2019. Sí, como de muchas otras fechas en las que los gimnásticos intentamos escalar un peldaño muy encrespado para llegar a la Segunda B y nos quedamos sin cordada; pero también nos acordaremos de otras en las que sí lo conseguimos. Y lo más traumático es cuando lo comparamos, viendo cómo entre una y otra versión existe la congoja y la desbordada alegría. Una colección de sentimientos que no podemos controlar.
Siento que, a pesar de realizar una buena temporada, un año más no se ha logrado la meta del ascenso. Sí, se podría haber quedado primero e ir a una eliminatoria, pero también podríamos haber terminado en quinta posición, y no tener nada, ni Copa del Rey.
Siento el ver ilusionada a la ciudad de Segovia: sus gentes respiraban aires de victoria, y muchas ventanas enseñaban la bandera de la Segoviana.
Siento el ímprobo trabajo y esfuerzo de la junta directiva, estrujándose la mollera, aportando imaginación para introducir 3.067 almas en el estadio municipal de La Albuera.
Siento que con la idea de Manolo (el escayolista), José Luis Ortiz y Juan Carlos Castro transitaran gozosos por las calles segovianas en la mañana del sábado, antes del partido, con un coche repleto de banderas gimnásticas anunciando el partido y vendiendo entradas.
Siento ver las ganas de vencer de los jugadores, que pusieron todo lo que ellos saben y pueden; y luego, los llantos de algunos y los consuelos de muchos.
Mas los sentimientos los debemos dejar en el arcón de los objetos inservibles. No tirarlos, porque nos pueden valer para aprender y recordar. Solo eso. Ahora tenemos otras metas: primero renovar la ilusión y estar más unidos que nunca. La nueva temporada comienza dentro de un par de meses; lo justo para coger nuevas fuerzas y recuperar el fuelle para cantar ¡Aupa Segoviana! La suerte volverá a estar echada y pasaremos triunfalmente el Rubicón. Los sentimientos entonces serán diferentes a los del sábado 15 de junio de 2019.
