El propósito del columnista de opinión de deportes es que lo lean. Los objetivos finales suelen ser dos: el crematístico o económico, que es poco romántico pero facilita la supervivencia; y el que permite alimentar el ego del escribiente al compartir una reflexión personal que nadie recuerda haberle pedido, y que suele quedar difuminada en minutos. Es posible que el mismo ejecutante se contradiga un rato después en una radio o en twitter, que lo mismo da el canal cuando no hay nada interesante que contar.
En cualquier caso y para suscitar la atención del lector lo mejor es ‘atacar’ con un titular escatológico como el que ilustra esta parrafada. Luego hay que mantener al personal pendiente hasta el final, que no es tarea fácil, sobre todo si no hay nada que merezca la pena decir. Conviene, una vez vamos llegando a la mitad del texto, incluir sin motivo aparente a Messi o Ronaldo – la alternativa de Pau Gasol y Rafa Nadal no garantiza el mismo éxito – y si puede ser con ánimo de ofender, mejor. En el caso de Segovia podemos mentar sin rubor al extinto – o no – Segovia Futsal, o a las sociedades anónimas deportivas. Y estaría.
La parte más complicada de escribir llega al final, porque está empíricamente demostrado que es con lo que se queda la gente. Aunque sea una ‘pampirolez’, que diría mi abuelo. El lector, a estas alturas del viaje, no tiene ni idea de lo que va el texto, porque ha llegado a los últimos caracteres mediante artimañas retóricas y palabras poco comunes – algunas inventadas – que le han generado expectativas que en su fuero interno sabe que no va a cubrir.
En el rush final el columnista, como paladín de la verdad y garante de la justicia poética, pontifica con una frase lapidaria y por lo general absurda en la que intenta resumir lo mencionado. Y aquí está el mérito, porque es fastidiado resumir algo cuando no se ha dicho nada.
Para concluir, y como me dijo un maestro del periodismo: «Si es marrón, está en la acera y huele mal, lo más probable es que sea una mierda».
