Nuestros antepasados disponían de un amplio abanico de palabras destinadas a la ofensa en el rico catálogo de vocablos del castellano viejo. Según un estudio de esos que hacen personas con ciertas dotes para evitar el aburrimiento de cualquier manera, cada español usa mil palabras diferentes para expresarse en su día a día. Los más eruditos llegan con dificultad a los cinco mil vocablos, como refiere la Fundeu BBVA en un trabajo que data de 2016.
En el terreno del insulto el muestrario ofrece términos que hace cincuenta años provocarían una guerra familiar, y que en la actualidad protagonizan chistes de José Mota. De entre los improperios datados – algo más de doscientos – destaco ‘Mamerto’, que viene a significar algo así como ‘hombre de pocas luces’. Mucho candidato.
Los que reprocharon a Javi Guerra a voz en grito que entrenara por las carreteras segovianas para representarnos en los Juegos Olímpicos podrían entrar en el grupo de mamertos. Y los que ven en un generoso gesto con la Gimnástica de un profesional de los medios una herramienta política, también serían susceptibles de serlo. Y fíjense si es fascinante el español, que lo que es toda una afrenta en la madre patria, describe a un militante del Partido Comunista en Colombia. Y no pasa nada.
El confinamiento nos trastoca y saca lo peor de nosotros. El que más o el que menos ha tenido pérdidas dolorosas en lo personal y en lo profesional, y es posible que en un momento dado perdamos los papeles propiciando comportamientos que no se corresponden con nuestra personalidad. Tenemos todo el derecho del mundo a cuestionar las reglas porque para eso vivimos en democracia, pero la ofensa gratuita no es el camino ideal para evitar la crispación, como tampoco lo es buscar ultrajes donde nunca quiso haberlos. Y si se extralimita uno siempre puede ofrecer una disculpa sincera, que libera mucho. Leer, leer y volver a leer es el antídoto contra la estulticia, pero hay que enterarse bien de lo que uno lee, claro.
