Mi hijo acaba de cumplir seis años e intento hacerle ver que en deporte lo que importa a su edad es disfrutar más que competir o ganar. Ha participado este curso en la Liga Avispa Calixta de baloncesto donde ha perdido el 90 por ciento de los partidos, y tanto a él como a sus compañeros les ha importado poco el resultado. De hecho, siempre sacaban algo positivo de cada encuentro que comentar entre ellos y con nosotros sus padres.
Este verano quiere jugar al fútbol y lo he apuntado a un campamento, pero no sin pensarlo con detenimiento. No es una cuestión de sobreprotección o que dude de su comportamiento, porque lo veo capacitado para acercarse al balompié sin mayor aliciente que el de pasar un rato agradable. Lo que me preocupa es el ambiente del fútbol cuando llega la competición, el que lleva a unos padres el sábado pasado en Cantalejo a insultar a los rivales de sus hijos – de siete y ocho años – con improperios que prefiero no reflejar aquí.
Igual que el sábado pasó en Cantalejo, hace una semana sucedió en otro lugar, y la semana que viene será en otro sitio. No es un comportamiento común, y puede considerarse aislado, pero existe, y no veo que las medidas que se toman para castigar estos hechos sean efectivas. No he visto nada parecido en baloncesto, al contrario, y desconozco si es por una cuestión de porcentaje de participantes o que el fútbol, directamente, saca a relucir nuestras miserias.
Me resulta difícil comprender qué es lo que lleva a un adulto a insultar a un niño de ocho años. De lo que estoy seguro es de que esos padres han avergonzado a sus hijos, y eso es algo que yo en su lugar no me perdonaría nunca. Conozco a padres que han retirado a sus hijos del fútbol por situaciones similares, incluso a petición de sus propios retoños.
Mi hijo probará con el fútbol porque considero que lo importante es que socialice, y estoy convencido de que será una experiencia gratificante. En septiembre ya me ha dicho que vuelve al baloncesto porque se divierte mucho. Objetivo cumplido.
