El coronavirus no discrimina, y tan pronto se lleva por delante a aquellos a los que no echaremos de menos, como atropella a seres queridos, amigos o simplemente conocidos que nos caían realmente bien. En este último apartado ubico a Damián Sanz. Apasionado del tenis de mesa, excelente conversador, y con ese aire idealista de otros tiempos que le otorgaba un espíritu quijotesco de lucha contra las injusticias. Aunque fuera el único con el valor suficiente como para cargar contra los gigantes sin más protección que sus férreas convicciones.
Conocí a Damián hace muchos años y siempre con el tenis de mesa como protagonista. Desde un principio me llamó la atención su capacidad de aglutinar en torno a él, con la inestimable colaboración de fieles escuderos como Anselmo Mesa, a docenas de chavales fascinados por un deporte que la NASA considera como el más difícil de practicar en el ámbito profesional por el ser humano.
Unos minutos de conversación con Damián eran suficientes como para convencerte de las bondades de una especialidad deportiva que potencia la concentración, la coordinación óculo-manual y la memoria. “No tienes más que probar – me decía – y te darás cuenta”. Y me compré los atalajes necesarios para jugar, y pasé buenos ratos con la familia perpetrando peloteos sobre cualquier superficie plana que se prestara a ello.
Las últimas semanas están siendo funestas. Los gimnásticos Juan Antón y Juan García Matamala; el vicepresidente del Unami, Quintín Grande; y los representantes del atletismo Juan José Fuentes y Santiago Llorente son, junto a Damián, exponentes del deporte provincial, dignos representantes de su tierra por todo el país con la dignidad necesaria como para ser homenajeados convenientemente. La ley de vida es de por sí implacable, pero el coronavirus ha optado por adelantar el proceso natural y azotarnos con mucho dolor. Llenemos nuestras vidas de responsabilidad, y sigamos sumando entre todos para restarle fuerza al bicho hasta acabar con él.
