Como no muchos lectores de LA MIRADA habrán paseado la suya por ellos, les invito a adentrarse en el complejo conjunto de edificaciones que constituyen la Academia de Artillería y a conocer los jardines que complementan, y alegran, su arquitectura. Sin rigidez ni orden, como nos salgan al paso.
El primero que se ve es el Jardín a la calle de San Francisco. Luce delante de la fachada principal, iniciada en 1881 y concluida en 1890, sin jardín, que tardó en llegar. Para reconstruir cómo se hizo, y cuándo, hay que hacer un mínimo rastreo entre papeles y fotografías antiguas. La primera de éstas que se publicó se halla en el Portfolio fotográfico de España, obra sin fecha, aunque en la Biblioteca Nacional datan el tomo que incluye Segovia como de 1910. Aparecen la escalinata y la parte central de la fachada, pero no hay jardín, sólo un busto sobre pedestal. Sin embargo, en fotografía de 1912, ya se aprecian varias plantas, aunque todavía de pequeño porte. Y finalmente, en el libro Las calles de Segovia, Mariano Sáez y Romero habla sobre la de San Francisco: “La nueva entrada de la Academia de Artillería, con su amplia escalinata, sus jardinillos y sus garitas, adornan notablemente esta calle que a su comienzo tiene algo de estrecha y sombría”.

Así pues, en 1918 ya se hacía notar el jardín de la entrada. Ocupaba una terraza cerrada con piedra y verja de hierro sobrepuesta, formada por dos espacios desiguales, rectángulo y trapecio, separados por escalinata. De entonces a hoy, la vegetación inicial no ha hecho otra cosa que crecer y dar volumen al cerramiento de tejos que oculta los parterres existentes, y elevar varios trachicarpus, un altísimo cedro del atlas y un chamaecyparis de 3,15 metros de grosor de tronco, medida poco frecuente en un árbol de esa especie. Como curiosidad queda una topiaria que dibuja en ciprés la insignia del Arma de Artillería.
Si doblamos a la derecha, subimos por la calle del Pintor Montalvo. La parte verde es una franja de terreno aislada por verjas de hierro Entre ellas y los muros del edificio queda este mínimo espacio verde, con varios árboles, entre los que destacan libocedros y cipreses de Arizona.

En el punto opuesto, calle de Santa Isabel, y también tras verja de hierro, veremos una sola planta, pero esbelta y lucida. Es una palmera de China, trachicarpus fortunei, que crece en estos lares por ser la única capaz de soportar las fuertes heladas. Bajo la nieve, su estampa tiene encanto y hasta puede parecer misteriosa.
Entrando en el gran patio por la calle de Fernán García, nos sorprenderá el Jardín de Electrotecnia, cerrado con balaustres, y con nombre que se debe a su proximidad con esa sección del centro docente. En él destacan un viejo e imponente cañón y la apretada fronda de media docena de castaños de Indias, que con su verdor hace amable el gran aparcamiento en el que se ha convertido el que fue campo de instrucción y de deportes.

En el lado opuesto del gran patio está la Fuente del Lagarto. Se trajo a la Academia al cerrarse el antiguo Regimiento de Artillería y se puso en un ángulo discreto de lo que fue la huerta conventual. Césped y unos árboles. No se necesita más para que luzca la gracia de una fuente esculpida en piedra rosa que se habría perdido.
Abandonando el gran patio por una puerta renacentista, reliquia del antiguo convento, se pasa a un largo pasillo que los muros hacen parecer estrecho, pero al que el tratamiento recibido, embellece. Es el Patio de las acacias, con dos bandas de canto rodado, acacias -Robinia pseudoacacia-, luces y sombras. En la fotografía se puede apreciar esa sencillez que hace únicos a los jardines japoneses.

El llamado Patio de órdenes estaría ocupado, como tantos otros conventos, por un jardín claustral. Pero no sabemos cómo era pues, cuando el pintor José María Avrial alcanzó a dibujarlo (1840), se hallaba lleno de maleza, entre la que sólo destacaba una bella la fuente. Hoy, en torno a ésta, se ha plantado un círculo de evónimos que luce espléndido, cual gema verde engastada en piedra.
Y entraremos, como final, en Jardín del Magnolio, singular y curioso pues a pesar de que sus trazas sólo se remontan a los años finales del siglo XIX, se diría de estilo renacentista italiano, alejado de los principales ejes y fachadas del edificio para cuyo ornato se creó. Es tal un “giardino segreto”, jardín secreto, creado como espacio familiar, privado e íntimo.

En los comienzos se llamó “Jardín de los profesores”, porque a él sólo podían acceder los docentes de la institución. Hoy se llama “Jardín del Magnolio”, por el soberbio árbol de esta especie que en él crece, al abrigo de los vientos del norte.
Al poco tiempo de haberse trasladado la Academia de Artillería al antiguo convento de San Francisco, las autoridades militares acometieron la plantación de árboles en la que llamaban la plazuela y de flores en el jardín. En el archivo Municipal de Segovia hay documentos que lo acreditan, siendo el más antiguo, una petición que, en preciosista lenguaje, el director de la Academia dirige al Alcalde de Segovia, con fecha 3 de marzo de 1879: “He de merecer de la fina atención de V. S. se sirva ordenar sean facilitadas algunas plantas de flores del Jardín Botánico para el de esta Academia”; en 1882 volvieron a pedirse “plantas de adorno, incluyendo dalias blancas y amarillas”, en 1884, “sesenta rosales”…

En un jardín que -si no tiene 150 años, se aproxima mucho a ellos- sin alterar su primitiva esencia, se han producido demasiadas variaciones para ser contadas sin aburrir.

La imagen que actualmente predomina es la de un jardín recoleto, centrado en una fuente rodeada por seto de aligustre, con pasillos en distintas direcciones, unos grandes árboles, arbustos variados y vistosos y cuidadas manchas de césped.

En primer lugar, destaca el magnolio, un árbol que, por su magnificencia y rareza en estos lares, ha pasado a dar nombre al jardín. Hay dos cedros del Himalaya, uno centenario; dos libocedros, dos piceas, dos palmeras, y castaños de Indias. También son numerosos los arbustos: rosales, entre los que destacan los trepadores que tapizan las paredes, lilas, celindas, saúco, piracantha, lauro, mirto… Y en un escalón inferior, el que mira hacia la plazuela de Santa Eulalia hay una curiosa obra maestra de la jardinería, dos soforas péndulas con graciosa forma de paraguas…

El pasado 2018 se enriqueció, aunque no con plantas, sino con un fragmento de la verja, forjada en 1914, que rodeaba el taller de Precisión y Centro Electrónico de Artillería, en Madrid, derribado en aras del moderno urbanismo.
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(*) Académico de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com
