Hubo en Segovia un convento de religiosos agustinos que ocupaba una amplia superficie del estrato más alta de la meseta sobre la que se alza el recinto amurallado y que caía en pendiente, como cortada a pico, hacia la actual calle del Taray.
No es fácil hacerse una idea exacta de cómo era ya que, por los costados norte y oeste sólo se ven construcciones modernas, por el sur está el edificio de la antigua policlínica y por el este, una plaza con jardín sostenida en dos de sus lados por sólido muro de granito.
Al producirse la exclaustración, 1836, el convento ya no tenía frailes. Conocemos la iglesia y su emplazamiento por una pintura hecha a la aguada por José María Avrial en1840. Y del nuevo destino de las edificaciones habla el Diccionario Geográfico de Pascual Madoz, 1845, donde se nos dice que tanto el convento como la iglesia, “que era magnífica”, se habían destinado a cuartel de la brigada de artillería de montaña del 5º departamento.

La única nota verde en aquel espacio era la que ponían unos grandes olmos que se habían plantado a finales del siglo XVIII. Cambiar el paraje ajardinándolo fue obra costosa en dinero, en gestiones y en tiempo. Primero hubo que rellenar el terreno, allanarlo y hacer un muro de contención que sostuviese la tierra allegada. El comienzo de esas tan necesarias obras fue consecuencia de la cesión al ejército del convento y de los terrenos adyacentes por lo que, durante mucho tiempo, aquel muro y la llanada conseguida fueron conocidos como Mirador de los Artilleros, aunque la construcción no corrió a costa de estos sino de las arcas del Ayuntamiento, hecho del que queda constancia escrita en el acta de la sesión municipal del día 10 de julio de 1846: “cuenta de 1.626 reales de gastos causados en el Mirador de los Artilleros construido en las inmediaciones de San Agustín”.
Antes de que el ejército abandonara el cuartel, el Ayuntamiento decidió embellecer el entorno, empezando por la construcción de una escalinata que habría de unir la calle de San Agustín con el Paseo del Obispo, trabajo para el que en sesión de 11 de mayo de 1906 se aprobó un presupuesto de 11.504 pesetas “aun cuando no se consideraba de gran necesidad para la población la apertura de aquella calle”, pero que se llevó a cabo atendiendo a que “se beneficiaría mucho a la clase obrera de esta ciudad”. Es la actual Calle de la Parra en uno de cuyos lados se pusieron acacias que han ido desapareciendo.

Pasado bastante tiempo, año 1912, en la explanada se pusieron árboles que sufrieron destrozos ocasionados por los gamberros de la época. Queda constancia en el acta de la sesión municipal del 15 de julio de aquel año, que el Alcalde “da cuenta a la Corporación de un hecho que califica de vandálico realizado en la noche del 10 al 11 del actual y consistente en el destrozo de 20 árboles de los que se habían plantado en la plazuela de San Agustín”. Se repusieron.
El siguiente acto fue largo y muy complejo por la pugna que hubo entre el Ayuntamiento y el Ejército. Aquel reclamando el solar del convento y éste el espacio aterrazado, que finalmente recibió cuando “los Comisarios de los Propios…, son de dictamen que debe cederse gratuitamente a la Comandancia de Ingenieros de esta plaza el terreno… contiguo a la antigua iglesia de San Agustín…, a condición de que dicho terreno se destine a jardines y se cierre con una verja de hierro”.

El acuerdo consta en el acta municipal del día 30 de marzo de 1917 y el jardín se hizo, con un parterre formado por dos grandes círculos como he visto en una fotografía que hoy, los años no pasan en balde, soy incapaz de localizar.
En 1942, concluida la guerra y habiendo el ejército abandonado el cuartel, el solar de la magna iglesia conventual fue entregado a Falange Española y a la Organización Sindical que levantaron el monumento a los caídos y el hospital policlínico 18 de julio.

La construcción del policlínico, concluida en 1946, hizo de aquel espacio un lugar muy frecuentado y el Ayuntamiento se volcó en él, recreciendo el muro al que se añadieron enrejado y esas típicas pirámides rematadas con bolas frecuentes en Segovia y ajardinando la plaza en la que, salvando los árboles existentes, se crearon nuevos parterres y se instaló una fuente.

La traza es muy sencilla: seto externo de aligustre y bandas estrechas de césped por tres de sus lados. En el centro, cuatro cuadros con círculo para flores de temporada, que lo mismo son cóleos, que alegrías, que salvias… Los cuadros están cercados con cinta de granito labrado en cuarto de bocel, otra nota característica de muchos jardines segovianos. Y por todo el jardín hay bancos, también de granito, donados en su día por la desaparecida Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia. Finalmente, colocados con cuidado desorden, treinta y dos árboles. Como son pocos y están espaciados, invitan a que se les mire despacio: 13 plátanos, 11 castaños de Indias, 3 arces negundos y 2 acacias. De distintos grosores pues, como suele suceder en Segovia, sólo se cortan los árboles que ofrecen peligro de caer. Como son sustituidos inmediatamente, los recién plantados han de convivir con los ya existentes y de ahí las desigualdades.

Al jardín, que se llamó de San Agustín y de los Caídos, se le ha documentado con una placa de cerámica que dice: Jardines de Carlos Martín Crespo Luis García Marcos Autores del Himno a Segovia.
Diré algo sobre ellos. El primero era convencido hombre de derechas y el segundo era convencido hombre de izquierdas. El primero tenía una perfumería en cuya trastienda se reunía una tertulia de amantes de las letras. El segundo, una imprenta en la que se editaron periódicos como El Heraldo de Segovia y Segovia republicana. Luis Martín empezó escribiendo en el semanario La ciudad y los campos, en el que tenía una sección, Ripios y Cascotazos, de jugosa sátira. Cuando cerró en 1937, se despidió así: “Saludando a la manera / de la España que renace / sea el Requiescat in pace / de mi jornada postrera, / los gritos que la otra ley / castigó con tanta saña: / Lectores, ¡Arriba España! / ¡Viva el rey!”. Carlos sufrió; se dice que los militares sublevados entraron en la imprenta y pusieron a funcionar la rotativa introduciendo cuñas de hierro entre los engranajes para que estos saltaran. Luis siguió escribiendo en El Adelantado de Segovia. Carlos recuperó la imprenta, publicó un precioso libro de estampas costumbristas, Crónicas del Segovia viejo, y con La Popular, una banda de música que dirigía, siguió llevando alegría a las fiestas de los pueblos. Y los dos crearon el Himno a Segovia. Juntos, como están ahora en la placa del jardín que ha recibido el nombre de ambos.
—
*Académico de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com

