Nueve kilos de grasa, otros tantos litros de agua, 1,5 kilos de sosa, cinco horas removiendo pacientemente y toda una noche solidificando. Es el laborioso proceso gracias al que el salmantino Alberto Merino logra fabricar un jabón muy especial. Una de sus peculiaridades reside en el origen de la grasa que utiliza para crear su jabón casero. Procede de una de las especialidades del bar que regenta junto a la catedral de Salamanca, las patatas meneas. Durante los meses de invierno almacena las sobras de ese plato típico y, ya en su casa, se pone manos a la obra para elaborar una producción que supera los 200 kilos anuales. La otra particularidad de la labor que realiza este hostelero charro es el destino de los beneficios obtenidos con el jabón. Todo lo recaudado, a lo que se suma el dinero por venta de lotería y los donativos de particulares, va a parar a Bielorrusia. Allí, el dinero sirve para descontaminar a más de 600 niños cada año, víctimas inocentes de la tragedia que el 26 de abril de 1986 -ayer se cumplieron 23 años- se llevó por delante en Chernobil y en un enorme área de influencia las vidas de miles de personas, y marcó para siempre el futuro de varias generaciones tras el accidente nuclear más desastroso de la historia moderna.
La vida de Alberto cambió ese día. Comenzó a recopilar información «porque estaba seguro de la gravedad del suceso» pero tardó más de una década en dar el paso de comprometerse. Tras leer en 2003 Carta a la tierra, el libro en el que el ex presidente Gorbachov hace un alegato en favor del respeto a la naturaleza, descubre a Vasily Nesterenko, uno de los cerebros del programa nuclear ruso que, tras dedicar 30 años de su vida a Chernobil, funda, junto al ajedrecista Anatoli Karpov y el premio Nobel Alexander Sakharov, el instituto BELRAD, una institución basada en un proyecto científico-humanitario en la que se fabrica Vitapec, el único fármaco capaz de eliminar el cesio y los metales pesados acumulados en los niños afectados por la catástrofe.
Alberto recuerda cómo, en un primer momento, la ayuda procedente de Salamanca fue la primera que llegó desde España. Hoy, «por suerte», son ya varias las instituciones y ayuntamientos comprometidos con el sufrimiento de los afectados por la ingente liberación de multitud de isótopos aquel trágico sábado de abril.
