Acerca de la plaza Victoria Eugenia, que se encuentra en fase de remodelación, y quedará después ‘chipendi lerendi’ (1), de lo que no tengo la menor duda, expido un par de detalles de cómo estaba el sitio hace la ‘tontería’ de más de quinientos años.
Constatación. Sucedió que Felipe II, que había quedado viudo por tercera vez, decidió volver a casarse. La elegida fue Ana de Austria y como lugar del ‘casorio’, el Rey, pese a los ofrecimientos de toda Castilla y con gusto más que notable, eligió Segovia. El lugar no podía ser otro que la fortaleza del Alcázar. Pero…
Para que pudiera comprobar cómo estaba aquello, el Rey envió a su maestro de obras y veedor, Gaspar de la Vega. En el Alcázar gobernaba Pedro Fernández, el conocido conde de Chinchón. Persona de ‘gratísimo’ recuerdo para Segovia y su territorio.
Pero a lo que vamos. La pretensión era nivelar la plazuela. Gaspar, conocedor del ‘percal (2), planificó:
—”Primero visito al Conde, después al obispo, (Diego de Covarrubias), y busco su colaboración. Les explico y se implican. Seguro”.
Se estudia, se planifica y el jefe sentencia:
—”Hay que nivelar la entrada al recinto, acondicionar la fortaleza y arreglar el puente levadizo”.
El Rey estuvo de acuerdo: “Hágase”. Su jefe de obra pidió dinero, medios materiales y trabajadores, al tiempo que se dirigía al alcaide para decir:
“—Los presos que están en la fortaleza hay que llevarlos a otra parte”.
Había cuatro, y al protocolo se le olvidó invitarlos a la ceremonia. Cosas que pasan con los inquilinos.
La plaza, entonces, disponía de cuatro entradas. Dos para los que llegaban desde dentro de la ciudad amurallada y otras tantas para los arrabales.
Para realizar la obra de acondicionar y adecentar, Gaspar contrató a dos maestros de albañilería, y ellos a las cuadrillas.
Dado que por la otra parte, la del obispado, había de trabajar en el derribo de edificios, el ‘desbroce’ lo dirigieron Pedro de Arévalo y Ambrosio Izquierdo. Con los escombros se fue rellenando la zona de desequilibrio, siendo necesario acarrear muchísimos metros de arena a través de carros. Fue un esfuerzo descomunal el que los trabajadores hubieron de realizar para el derribo de la catedral. Fue una odisea. Las piedras empleadas para su construcción (caliza de color oscuro), era tan duras que con el material que empleaban (azadones), era imposible conseguirlo.
Los trabajadores piden incremento de sueldo. Las obras se paralizan, pues el salario es bajo y prefieren —era época de verano—, marchar a realizar labores del campo. Se consigue enderezar, días después, el rumbo y al acabar, el Rey, sensible a la petición de su jefe de obras, compensó económicamente a los trabajadores finalizado el derribo.
Dado el primer paso, Gaspar se fue a por el segundo. Cuando entra en El Alcázar se siente decepcionado. Le escribe al Rey:
“— Le digo claramente a VM que el lugar está hecho unos zorros (3) (o así). A la fortaleza la han tratado muy mal. No hay nada que no necesite reparación”.
Hubo que pintar los techos de las habitaciones, repasar los tejados y el puente levadizo, colocar esteras en las habitaciones para aislarlas del frío, ampliar la cocina, construir un horno…
Me ha comentado mi vecino, que es mayor, que las obras tuvieron un coste superior a los dos millones de maravedís. La plazuela se llevó millón y medio y los trabajos de ‘dentro’ entre quinientos y seiscientos mil. Se acabó en 90 días. Entre agosto y noviembre de 1569.
Para que no ‘se me’ olvide. El edificio del palacio del Obispo, construcción de una sola planta, alargada y dos patios, sirvió de hotel para alojar invitados. Gratis total.
Y se casaron el día 14 de marzo de 1570. Permanecieron tres días y tres noches en el Alcázar y siguieron la fiesta en el Palacio del Bosque de Valsaín, por quince días más.
Aclaro. La plazuela no tenía cerramiento entonces. Eso fue cosa de Fernando VII unos 300 años después. O por ahí. Y obras en ella ‘habió’ a lo largo de muchas épocas.
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(1) El significado de la frase se traduce en que “todo está cojonudo”. (Diccionario Fraseológico Documentado del Español Actual , Manuel Seco).
(2) Conocer muy bien a una persona o el verdadero trasfondo de un asunto determinado.
(3) Aspecto sucio, deplorable o desastroso.
