El Día de los Derechos Humanos se celebra cada 10 de diciembre, coincidiendo con la fecha en que la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos, en 1948. Este año celebramos el 70º aniversario de la Declaración. Son derechos inalienables, inherentes a todos los seres humanos, sin importar su raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento, ni ninguna otra condición. Es el documento más traducido del mundo, disponible en quinientos idiomas.
La Declaración, cuyo borrador redactaron representantes de distintos contextos jurídicos y culturales de todo el mundo, expone valores universales y un ideal común para todos los pueblos y naciones. Además, establece que todas las personas tienen la misma dignidad y el mismo valor. Bello enunciado que no se corresponde con la realidad. Depende, entre otros factores, del lugar del nacimiento y donde se desarrolla la existencia, y aún así estamos lejos de la enunciada igualdad, dignidad y derechos.
Es cierto que la situación sería peor de no existir esta Declaración, pero hay que reconocer que los derechos humanos están bajo asedio en todo el mundo. Los valores universales se erosionan. El estado de derecho se debilita.
Parece que la vida social se programa para que no nos sensibilicemos en este campo. Lo expresa con claridad Alfonso Alcaide, miembro de la HOAC: “Es raro el día que no hay un acontecimiento deportivo, fútbol principalmente. Raro es también permanecer al margen de las redes sociales. Estas dos realidades, junto a otras, que configuran y moldean a las personas, producen en ellas tres efectos: que hablen mucho, que piensen poco y que no se den cuenta de que están siendo educadas en la cultura de la indiferencia y la evasión que sustituye la justicia por el bienestar.
Este adoctrinamiento cultural se genera en una situación de emergencia social: millones de personas empobrecidas, paradas o precarias no pueden vivir; de emergencia institucional: pérdida de credibilidad y autoridad moral de todas las instituciones; de emergencia política: la corrupción, las promesas incumplidas y las mentiras han destrozado la política y anulado la nobleza de este gran servicio; de emergencia ético-moral: el “mercado” ha sometido a las instituciones políticas y ha generado la cultura de la indiferencia, que rompe la fraternidad, olvida la igualdad y renuncia a la libertad.
La persona pierde el sentido de la justicia y la conciencia de haberlo perdido. Solo así, al menos a mí me lo parece, es posible que se dé la siguiente paradoja: que, en no pocas ocasiones, los defensores de los derechos humanos sean procesados.
Las cuatro emergencias representan una profunda crisis de humanismo, de sentido de la existencia humana, de comprensión y valor de la persona. El racionalismo económico ha convertido a las personas en objetos de consumo que son elegibles, flexibles, sustituibles y prescindibles. Pero toda persona, por el hecho de nacer, está revestida de un carácter sagrado ante la que solo cabe la reverencia y el respeto. Aflorar esta conciencia y convertirla en tarea cotidiana es fundamental para la recuperación de los derechos humanos.
En mi opinión, regenerar el humanismo y romper esta cultura es la tarea más importante y urgente que debemos realizar, y para ello necesitamos acudir a las fuentes del mismo: los humanismos y las religiones. El cristianismo ofrece un camino singular: El sentido de la vida es gastarla para que otros tengan vida y la tengan en plenitud. Me humanizo en la medida que humanizo, me libero cuando libero. Lucho por mis derechos cuando lucho por los tuyos”.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos nos fortalece a todos. Los derechos humanos nos conciernen a todos, cada día. La condición humana se fundamenta en estos valores universales. La equidad, la justicia y la libertad evitan la violencia y velan por la paz. Cada vez que se olvidan o se dejan de lado los valores humanos, todos corremos un gran riesgo.
Ahora más que nunca, nuestro deber compartido está claro: defendamos los derechos humanos: los nuestros, los de todas las personas y en todo el mundo.
