A raíz del documento firmado en el Alcázar, conocido como la Concordia de Segovia, se divulgó el célebre lema: “Tanto monta, monta tanto”. Era un modo popular de resumir el feliz acuerdo de gobierno, entre la reina Isabel de Castilla y su consorte Fernando de Aragón. Un acuerdo en el que se repartían las competencias de gobierno de ambos cónyuges en pie de igualdad y armonía. Era un pacto que expresaba el deseo de gobernar pensando en la unidad de los reinos. Isabel, como reina propietaria de Castilla, tendría mayores competencias, sin embargo, los graves sucesos que se produjeron a lo largo de los cuatro años siguientes, motivados por la guerra con Portugal, ampliaron las competencias de Fernando, con pleno consentimiento de Isabel; prevalecía el sentido común de los monarcas. Y el espíritu de concordia guiaba a la joven pareja, que supo adaptarse al terreno y sortear legalismos estériles.
Pero el citado lema no tenía el sentido que el buen pueblo le quiso dar y que simbolizaba la efectiva concordia que existió entre ellos, completándolo en el célebre pareado: “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”. Investigaciones históricas revelan que su origen proviene de la divisa personal del rey Fernando, quien a su vez la tomó de una antigua leyenda sobre el nudo gordiano, que desafiaba la habilidad de quien intentaba desatarlo. Alejandro Magno no quiso someterse a tal prueba y lo cortó con un certero tajo de su espada. Para el general invencible, tanto importaba, desatar como cortar. Así pues, Fernando emulaba el espíritu resuelto y expeditivo del victorioso general macedonio.

En absoluto desmerecía el carácter recio y esforzado de la reina Isabel. Así lo atestiguan los cronistas de la época y lo recogen los libros de historia de autores reconocidos. Existen testimonios expresivos de algunas reacciones destempladas de la joven Isabel. Uno de ellos, quizá el más sonado, ocurrió con motivo de la batalla de Toro, durante la guerra con Portugal, que Alfonso V libraba contra Castilla y en favor de los partidarios de la princesa Juana. Era el verano de 1475, cuando Fernando decidió establecer un cerco a la ciudad de Toro, a pesar de que no contaba con un ejército bien organizado. Entonces, le llegó la noticia de la conquista de Zamora por Alfonso V, que disponía de un ejército mejor pertrechado. Fernando temió caer entre dos fuegos y decidió que sería prudente retirarse. Debió utilizar toda la habilidad y don de gentes que tanto le distinguían para convencer a sus tropas y evitar un motín. Pero esa no fue la única grave contrariedad de esa jornada que hubo de superar el joven rey. Pues aquellos soldados, abatidos y fatigados llegaron a Tordesillas donde les esperaba la reina, impaciente y confiada en recibir la noticia de una feliz victoria, en lugar de una amarga retirada. La inmediata reacción de la joven Isabel fue de violenta furia, según la “Crónica incompleta”, de autor anónimo. En el Consejo celebrado al día siguiente, la cólera de la reina seguía viva, hasta el punto de mostrar su enfado a Fernando, que trató de apaciguar su arrebato: “Dad, señora, a las ansias del corazón reposo, que el tiempo y los días os traerán tales victorias… “. Pero la trifulca no se apaciguó y el joven rey, muy enojado, añadió: “Mas siempre las mujeres -escribe el cronista-, aunque los hombres sean dispuestos, esforzados, hazedores y graçiosos, son de tan mal contentamiento…, especialmente vos, Señora ¡que por nascer está quien contentar os pueda!”.
El cronista capta una fuerte disputa conyugal. Una escena propia de cualquier otra época. Como en toda fuerte discusión, las emociones se imponen a los razonamientos desvelando el enérgico temperamento de ambos contendientes. El cuadro descrito con detalle nos acerca a los personajes, que cobran vida a través de los siglos transcurridos. En breve, los graves sucesos de la guerra se impusieron a aquella pelea ocasional y volvió a reinar la voluntad de concordia prometida meses atrás en el Alcázar de Segovia.
Al finalizar el invierno de 1478, Fernando había reorganizado su ejército y estaría en condiciones de librar la decisiva batalla de Toro. En Valladolid, Isabel había recibido la noticia de que Burgos se rendía y en pleno invierno, tras quince leguas de camino llegó a Burgos. Se anunciaba así la victoria final, que consiguió Fernando al derrotar a Alfonso V cerca de Toro. Fue un gran triunfo que alejaba la amenaza de Portugal sobre Castilla. Y el joven rey era muy consciente de que, con tal victoria, conquistaba Castilla para Isabel. “Ahora sí que Isabel y Fernando eran Reyes de Castilla” (véase M. Fernández Álvarez).
