Está dando mucho juego en este medio, la revisión de la obra de Isabel la Católica, motivada por la reciente inauguración de su busto anclado en la iglesia de San Miguel. Cada uno hemos venido publicando nuestras particulares opiniones sobre la carismática figura de esta reina, sin duda una de las más trascendentales de toda nuestra historia.
Polémicas personales aparte, lo más reciente ha sido el excelente artículo firmado por Miguel Ángel Herrero el pasado martes 7 de marzo, en el que se preguntaba si Isabel pudo llegar a estar en deuda con Segovia, entre otros motivos, por no resultar del todo claros los términos en que se produjo la segregación de una parte de la antigua Tierra de Segovia a favor de los marqueses de Moya, por lo que entiende que se le ha criticado injustamente, puesto que las rentas del sexmo de Casarrubios (sic) quizá ya le hubieran sido antes donadas por su hermanastro (Enrique IV) en 1467, con la condición de que fueran reintegradas a la corona cuando contrajese matrimonio y que esta circunstancia pudo haber quedado documentalmente depositada en algún archivo histórico.
Sin ánimo alguno de entablar nuevas polémicas y sí con el de aportar más luz sobre cómo pudieron haberse producido aquellos hechos, pienso que merece la pena entrar en su análisis. En primer lugar, que Isabel hubiera podido disfrutar temporalmente de aquellas rentas, no significa que ostentara la nuda propiedad de los bienes, que en todo caso seguirían perteneciendo en derecho a la Comunidad de Segovia, en régimen de realengo sí, pero también como señorío colectivo. Pero no está del todo probado que eso fuera así, lo que es posible que hubiera existido, (1) es un albalá (carta o cédula real en la que se concedía alguna merced) de Enrique IV a favor, no de su hermana Isabel, sino de Beatriz de Bobadilla, con la promesa de donarle ciertos vasallos si se casaba con Andrés Cabrera, por entonces mayordomo del rey y después alcaide del alcázar. La boda se habría celebrado en el citado año de 1467, pero la promesa no se llegó nunca a cumplir. Preocupaciones más importantes acuciaban entonces a Enrique, embutido en plena guerra civil con el marqués de Villena y demás nobles enfrentados a su autoridad real, que precisamente en ese mismo año habían llegado a tomar la ciudad de Segovia para su causa, más que para la del infante Alfonso, al que utilizaron siempre como pretexto para lograr sus ambiciosas intenciones. Igual promesa y a la misma destinataria, parece ser que hizo también Isabel, en una nueva albalá que los historiadores fechan entre 1473 y 1474. Si la promesa hecha por Enrique a la Bobadilla encerraba no perder adeptos en el grave conflicto civil que estaba afrontando; la de Isabel, posiblemente sería para asegurarse el apoyo de tan poderoso matrimonio cuando surgiera la ocasión de poder acceder al trono de Castilla. Promesa que no cumpliría hasta el año 1480, mitad en agradecimiento de los servicios prestados y mitad puede que también como señal de autoridad real y como castigo a los segovianos, que habían osado levantarse unos años antes, siendo ya ella reina, contra los Cabrera, cansados de sus medidas opresivas y que dirigidos por Alonso de Maldonado llegaron a apoderarse del alcázar, lo que exigió la pronta actuación de la reina para frenar aquel levantamiento popular.
Por donación fechada en Toledo el 9 de junio de 1480, se le concede a D. Andrés Cabrera y a Dª Beatriz de Bobadilla mil doscientos vasallos de todo el sexmo de Valdemoro y parte del de Casarrubios, con cuyo motivo se apoderaron de los pueblos de Chinchón, Valdelaguna, Villaconejos, Vayona, Ciempozuelos, Seseña, San Martin de la Vega, Odón, Moraleja Mayor, Moraleja de Enmedio, Brunete, Salcedón, Zarzuela, la Cabeza, Serranillos, la Veguilla, Quijorna y Tiracentenos, todos ellos propios de la tierra de Segovia (2).
No sabemos si con esta desmembración que había jurado no acometer cuando en Segovia fue proclamada reina, pudo haber contraído Isabel una deuda con la ciudad que la ascendió al trono; pero lo que sí que está probado es que los segovianos de entonces así lo entendieron, formando tan gran alboroto que obligó a los monarcas a amenazarles con la pérdida de su vidas y haciendas si no cesaban en las protestas, como así consta en la carta dirigida al concejo de Segovia datada en Toledo a 29 de junio de 1480 y que mencionábamos en nuestro artículo del pasado 28 de febrero. Protestas a las que tuvieron que renunciar por la fuerza, pero nunca desistirían de reclamar sus legítimos derechos para recobrar las propiedades enajenadas, mediante interposición de sucesivos pleitos que no cesaron hasta 1592, más de cien años después, en que fue extendida la escritura de concordia y transición de la ciudad de Segovia y los herederos de los marqueses de Moya.
Finalmente y para contestar a la pregunta de si Isabel se sentía en deuda con Segovia, pienso que la mejor respuesta la tendríamos que buscar en su propio testamento, en el que dejó mandado que se restituyese a la ciudad los pueblos y vasallos, que de su jurisdicción se habían dado a Andrés Cabrera, quien fallecería en 1511, sin cumplir con el mandato contenido en aquella disposición testamentaria. Pero a cambio Isabel dejaría este mundo en 1504, con la conciencia tranquila por creer que había dejada saldada su deuda con Segovia.
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(1) ‘La Corona y Segovia en tiempos de Enrique IV (1440-1474)’. Jorge Javier Echagüe Burgos. 1993. (pág. 100).
(2) ‘Estudio histórico legal de la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia’. Carlos de Lecea y García. 1894. (pág. 198 y ss).
