Con motivo de los 550 años de la proclamación de Isabel la Católica como reina de Castilla, que tuvo lugar el 13 de diciembre de 1474 en la ciudad de Segovia, en la Iglesia de San Miguel, se han llevado a cabo diversos actos conmemorativos en ese mismo lugar donde fue jurada reina. Una mujer que llegó a reinar y ser reina propietaria de Castilla.
Diego Clemencín en su Elogio de la Reina, leído en la Real Academia de la Historia, en 1807 dijo que:
“Mientras el tiempo devorador, oscurece poco a poco y borra la memoria de otros personajes, ruidosos un día, se aumenta por el contrario y extiende la veneración de la posteridad a nuestra princesa (…) y la gloria de sus virtudes, va creciendo como el caudal de un río al alejarse de su fuente.”
La Reina Isabel I de Castilla es una de las grandes mujeres de la historia universal, en la que se ha manifestado en todo su esplendor el genio femenino. Primero fue mujer, después reina y por encima de todo católica.
Mucho se ha escrito sobre la Reina, y se sigue escribiendo, pero de lo que no cabe duda y que es un hecho incuestionable, es su profunda fe y religiosidad, su rectitud, su conciencia, su justicia, su grandísimo interés en la obra evangelizadora desde el inicio del descubrimiento. Fue reina, esposa y madre a la vez.
Bajo su reinado tuvieron lugar grandes acontecimientos como la Reconquista y con ella la Unidad Nacional, el Descubrimiento de América y la Reforma de las órdenes religiosas que cortó de raíz el protestantismo en España.
Lo que de verdad importaba a la Reina era la salvación eterna de su alma y de las almas de sus súbditos, como dejó reflejado en su testamento y codicilo.
Es asombrosa la rectitud de intención que guiará toda su vida para alcanzar este fin último, para el que fuimos creados.
Se ha comparado a santa Teresa y a la Reina en numerosas ocasiones, Su paralelismo está muy bien argumentado por D. Alejandro Pidal y Mon, político y académico, en una conferencia, digna de ser leída: “Doña Isabel la católica y Santa Teresa de Jesús. Paralelo entre una reina y una santa”. También el beato Juan de Palafox y Mendoza decía: “Cuando leí las cartas de Isabel la Católica (…) hice concepto de que eran tan parecidos estos dos naturales entendimientos y espíritus de la señora Reina y santa Teresa, que me pareció que si la santa hubiera sido Reina, fuera otra Católica doña Isabel; y si esta esclarecida princesa fuese religiosa (…) fuera otra santa Teresa”
También el poeta charro, José María Gabriel y Galán establece una bella similitud entre las dos, en su poema “Las sublimes”.

ISABEL, UNA MUJER HACÍA EL TRONO DE CASTILLA
Isabel es la hija primogénita del segundo matrimonio de Juan II de Castilla con Isabel de Portugal.
Nació un 22 de abril de 1451 en Madrigal de las Altas Torres, ese año era día de Jueves Santo.
Cuando tenía dos años nació su hermano menor, Alfonso qué vio la luz en diciembre de 1453.
El nacimiento de Alfonso tranquilizó a Juan II respecto a la continuidad dinástica por vía directa masculina, puesto que en el caso de que el primogénito falleciera sin descendencia, el Infante recién nacido pasaría a ser el príncipe heredero. En esa línea, la niña contaba muy poco ya que, aunque en Castilla se aceptaba la posibilidad de que una mujer accediera al trono, siempre estaría por detrás de los varones en el orden sucesorio tal y como se establece en las partidas de Alfonso X el sabio.
Juan II murió en 1454 y le sucedió en el trono el hijo de su primer matrimonio, Enrique IV. Isabel queda huérfana a la edad de 3 años.
Isabel de Portugal se instaló con sus hijos en Arévalo, allí la infanta creció alta, rubia, como su bisabuela Felipa de Lancaster, de tez blanca, lechosa, dulce en su apariencia y en el trato con las personas, aunque, según todos los testimonios, se hallaba dotada de extraordinaria inteligencia y energía.
Isabel de Portugal fue la encargada de dirigir la educación de Isabel en los primeros años en Arévalo junto a otras personas que desempeñan un papel muy importante en la vida de Isabel la Católica como Gutiérre de Cárdenas y su esposa Teresa Enríquez a quien llamaron la loca del sacramento, por su devoción a la Eucaristía, Gonzalo Chacón o Beatriz de Silva (fundadora de las Concepcionistas).

En la educación de Isabel influyeron especialmente los franciscanos de Arévalo que le inculcaron la virtud de la pobreza y una serie de valores que fomentaron su carácter cristiano, sobrio, recio y austero. Entre los Franciscanos de Arévalo tuvo un importante papel en la formación de la infanta, Fray Lorenzo, con el que mantuvo contacto epistolar a lo largo de su vida.
El agustino Fray Martín de Córdoba escribió para Isabel “El jardín de las nobles doncellas” libro que le sirvió de programa y orientación para toda su vida.
No se entiende la vida y la obra de la Reina Católica sin conocer la profunda formación humana y religiosa que le transmitieron sus maestros desde los primeros años y que moldeó de manera definitiva su alma y su mente.
El conde de Castiglione escribe en 1528, poco después de su muerte:
“Si los españoles… No se han puesto todos de acuerdo para mentir, en sus elogios a la Reina, entonces puedo decir que no ha existido en nuestros días ejemplo más claro de bondad, de grandeza de espíritu, de prudencia, de religiosidad de honestidad “
La futura reina fue adquiriendo una amplia formación moral y cristiana en primer lugar, tal y como correspondía a los valores de la época y al ambiente familiar de la casa materna, pero también fueron atendidos los aspectos del protocolo y las habilidades propias de una infanta castellana del siglo XV sin olvidar el arte de la equitación y además se inició en el campo de diversos saberes en especial gramática, latín, música, retórica, pintura, filosofía e historia.
ISABEL EN LA CORTE DE ENRIQUE IV
A los 10 años Isabel tuvo un cambio radical al verse obligada a abandonar Arévalo para instalarse en la corte de su hermano el rey. Los seis años en que Isabel estuvo alojada en el Alcázar de Segovia fueron definidos por ella como una prisión.
La separación de la casa materna fue un duro golpe para Isabel. Así, lo recordaría años después al referir como la separaron de su madre… Dice: “…de cuyos brazos inhumana y forzosamente, fuimos arrancados el señor rey don Alfonso mi hermano y yo, que a la sazón éramos niños…” El 28 de febrero de 1462 nació la hija de Juana y Enrique, a la que pusieron por nombre Juana, como su madre.
Los rumores de la Corte negaban que Enrique pudiera ser el padre, dada la declarada impotencia. Los calumniadores de la corte acabarían llamando a la niña “Beltraneja”, porque atribuían a Beltrán de la Cueva la paternidad.
No se ha podido demostrar que Juana fuera hija de Enrique y tampoco que no lo fuera.
Don Enrique convocó cortes el 9 de mayo de 1462 a fin de proceder al preceptivo juramento de la recién nacida como heredera.
Una parte de la nobleza castellana presionó al rey para que nombrara heredero a su hermano Alfonso y Enrique lo aceptó con el compromiso de casarse con su hija Juana, que tenía entonces 2 años.
Estalló una revuelta y los nobles declararon “tirano” a Enrique y proclamaron rey a Alfonso en lo que se ha llamado la Farsa de Ávila, el 6 de junio de 1465, Alfonso tenía 11 años.

Pero en los primeros días de julio de 1468, muere el infante-rey don Alfonso. Para la nobleza sublevada, Isabel es entonces la única baza que les puede permitir mantener su causa. Los nobles trataron de proclamarla reina, pero ella se negó; aunque estaba convencida de su propia legitimidad sucesoria, dada la invalidez del segundo matrimonio de Enrique IV, no negaba en modo alguno que la legitimidad del trono pertenecía a su medio hermano Enrique, pero en esta ocasión Isabel toma una de las decisiones más importantes de su vida. Rechaza seguir el camino de la sublevación, pero impone la negociación con el rey, y exige, como fruto de la misma, ser jurada princesa heredera de Castilla.
En septiembre de 1468, Isabel se convierte en princesa heredera de Castilla. Su matrimonio ahora cobraba una gran importancia, por eso en el pacto de Guisando se incluye una cláusula que establece cómo ha de realizarse: Isabel contraería matrimonio con quien el Rey propusiera, y ella aceptara.
Isabel pensaba que el mejor candidato era su primo Fernando de Aragón, que ya era rey de Sicilia y heredero de la Corona de Aragón.
Se celebró la boda en secreto, en Valladolid, en octubre del año 1469 y más se parecieron los desposorios a una novela de caballería que a la grave y ceremoniosa etiqueta de una boda real.
Desde Dueñas, Isabel y Fernando comunican su enlace, a ciudades y nobles castellanos y al rey de Portugal; pero la decisión más relevante es la de enviar una embajada a Enrique IV, a Segovia, para explicarle lo sucedido, e intentar evitar su enojo. Enrique tras escuchar a los embajadores, les despacha sin una respuesta clara; ¡Enrique montó en Cólera!
ISABEL, REINA DE CASTILLA
Enrique tarda varios meses en reaccionar, pero su reacción es drástica: en octubre de 1470, en Valdelozoya, da por anulado el pacto de Guisando por considerar que su hermana no ha cumplido el compromiso allí adquirido, y proclama de nuevo heredera a Juana.
El enojo del rey y su ruptura con Isabel se van a mantener hasta la Navidad de 1473, cuando ambos se reúnan en Segovia, gracias a las buenas artes del mayordomo real Andrés Cabrera.
Isabel permanecerá en Segovia a partir de ese momento.
El 11 de diciembre, sólo y desamparado, muere Enrique IV en Madrid y el día 13 Isabel, a pesar de que su marido se encontraba entonces en Aragón, se hará proclamar reina de Castilla.
El 13 de diciembre de 1474 salía del Alcázar de Segovia la Princesa Isabel para ser proclamada Reina de Castilla en el pórtico de la iglesia de san Miguel.
Para que no hubiera duda sobre su intención de gobernar efectivamente en su reino, en la comitiva se hizo preceder por un caballero, Gutierre de Cárdenas, que lleva la espada en alto, desnuda y sostenida por la punta, a la usanza castellana, símbolo inequívoco de que la persona a la que precede tiene la plenitud del poder.

Antes de ser jurada, juraba ella, por Dios, por la Cruz, por los Evangelios, que sería “obediente a los mandamientos de la santa Iglesia”, que honraría “a los Prelados e Ministros de ella», defendería las iglesias “a todo su leal poder”, miraría por el bien común de sus súbditos y les mantendría “en justicia como Dios mejor le diese a entender”.
Después de ser jurada Reina en el exterior del templo, pasó al interior, portando el pendón de Castilla y abrazada a sus pliegues; allí hizo oración y “ofreció el dicho su pendón a Dios” en manos de un sacerdote que lo recibió junto al altar. Estaba presente el Nuncio de Su Santidad Sixto IV.
Ofrecimiento nunca fallido en treinta años de reinado.
Tenía veintitrés años. Fue el mejor rey de España.
M.ª del Rosario Sáez Yuguero
Rectora de la Universidad Católica de Ávila
