La llamada “reina católica”, durante muchos años no ha estado de moda. Desgraciadamente, es imposible que todo el mundo haga una carrera de Historia, con su tesina y su tesis doctoral, que es la fuente del conocimiento y la experiencia. La fuente histórica más seria, comúnmente, suele ser lo “oído a fulano” y a correr los bulos.
Fue reconocidísima entre derechas e izquierdas hasta los años 60 en que, como figura admirada por Franco, más o menos debió parecer a la gente que la madre de Castilla, de España y de América era falangista.
Tuvo que ver con la confusión el símbolo elegido por los Reyes Católicos para su reinado, el yugo y las flechas, muy renacentista, heredado del mundo clásico, y que propuso para ellos, dicen, el maestro Nebrija, completamente de acuerdo con el espíritu de Maquiavelo, y que después adoptó la Falange. El yugo es el peso de las obligaciones del reinado, soportado exactamente por igual por los dos cónyuges merced a la Concordia de Segovia, modelo de habilidad de la reina de Castilla. Las flechas, acción sin límites; y el nudo gordiano que las ata viene a decir que, si no se logra deshacer, se corta: cuando falla la diplomacia es la hora de las armas, u otro tipo menos noble de acción, incluso.
Carlos V, que puso todo su empeño en conseguir el Imperio y desterrar el protestantismo en Europa, no fue un buen rey para España. Felipe II, cuidadosísimo administrador del mayor imperio de to- dos los tiempos, no hubiera tenido gran cosa que administrar sin la inmensa obra de su bisabuela. Aún dos siglos después de su muerte la gente de- cía: “si hubiera estado aquí la reina Isabel, nuestra señora, esto no habría sucedido” o “esto no lo habría permitido la reina doña Isabel”.
En la infancia y en la adolescencia se fraguó esta figura de importancia universal. Apasionada por el estudio y la lectura, a la joven princesa le fue favorable el haber vivido en soledad en su destierro de Arévalo haciendo de hombre de la casa, y también el haber tenido que habitar en la corte, donde pudo apercibirse de la debilidad y el desgobierno de su medio hermano el rey Enrique, al que queremos por muchas razones todos los segovianos, pero que, siempre zarandeado como hoja que lleva el viento por una alta nobleza ambiciosa que se había hecho con más poder que el mismo rey, no fue un buen rey. Restablecer el poder real por varios e inteligentes medios fue uno de los más importantes objetivos de la princesa heredera. Gonzalo Chacón, su mayordomo en Arévalo, fue el apoyo que nunca faltó y a quien la reina llamaba “padre”.
Se rodeó de mujeres dedicadas a las letras, cosa in- concebible en Europa, y el cronista oficial, Fernando de Pulgar, humanista e historiador, las incluyó en su crónica como personajes relevantes del reinado. Carlos V mandó que se las eliminara.
En un punto que siempre ha sido sensible de su biografía, la expulsión de los judíos, acrecentado por la propaganda judía, nuestra reina no hizo sino lo mismo que hicieron antes Francia, Inglaterra, parte de Alemania y los Estados Pontificios. En todos estos estados, lo mismo que en España, los judíos vivían fuera de la Ley y, mediante la usura (cobraban el 50% de lo prestado, cuando en España no estaba permitido más del 17%), se iban haciendo con el país.
Otro punto sensible, la Inquisición, nació en Francia a finales del siglo XII para defender a los albigenses, a los que -muchas veces- se ejecutaba sin juicio, y poco después ya estaba establecida en toda Europa. En todo su tiempo de existencia, entre España y América, están re- conocidas alrededor de 800 víctimas. Las guerras de religión en Francia causaron varios millones de muertos. La idea del momento era que un país debía estar unido y bien engrasado para salir adelante con grandes empresas. Para ello la religión del pueblo debía ser la de su rey (cuius regio eius religio). Hay que tener siempre en cuenta la eterna y terrible amenaza del turco, por la cual las naciones europeas procuraron -y consiguieron- hacerse grandes y fuertes.
España era en esos años felices la “Unión de Reinos”, cada uno con sus fueros y sus formas de gobierno tradicionales, sistema que eliminaron los Austrias.
No cabe duda de que el contacto diario con Dios, por medio de la oración, de la meditación y la lectura de los libros sagrados tuvo mucho que ver con tan asombrosa cantidad de aciertos, entre otros -en contra de la voluntad de Enrique IV y su camarilla- la elección del marido que le convenía.
Seamos leales a la reina Doña Isabel, nuestra señora.
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* Marquesa de Lozoya y Grande de España.
