Debo hacer, antes de redactar “La calle” de hoy, la precisión de que no soy consumidor habitual de la prensa del corazón, del papel couché y de llamativo alarde de titulares y fotos de sugestivo foco. La verdad es que reparo poco en su contenido si es que alguna vez llega a mis manos y mi curiosidad algún ejemplar de ese tipo de revistas que, según tengo entendido, tienen una penetración brutal en un determinado segmento de la sociedad y unas tiradas asombrosas de ejemplares semanales. con un soporte publicitario especifico y carísimo que sostienen historias de todo tipo en el contexto reluciente que proporcionan las lentejuelas y el glamour que inundan sus páginas. No por no ser lector habitual de tal mensajería tengo que desconocer sus contenidos en publicaciones como Lecturas, Hola, Diez Minutos, Semana…
Cuando eventualmente hago un receso para hojearlas –aunque sea sin detenimiento ni intención de juzgarlas- sí que he reparado a veces en el contenido seductor que para algunas personas puede suponer cada número: el reflejo luminoso de los saraos de los famosos, sus fiestas sociales dotadas de un gran brillo y concurrencia de caras conocidas, sus cuerpazos de buen ver (más “apañados” que naturales); esas pasarelas de la moda con la cohorte de asistentes (en este caso no de asistentas, que están en otros menesteres), o su presencia en festivales de alfombra roja y exhibición de vestuario y pierna libre, o los viajes fantásticos y vacaciones desordenadas por recónditos parajes de todos los mares en yates prohibitivos, O, en muchos casos los entresijos de enamoramientos y desencuentros, y divorcios, entre la notoriedad y el escándalo que conllevan el ser famosos (intimidades siempre pagadas a buen precio por las revistas, según tengo entendido; o esas rupturas artificiales (casi siempre pactadas, supongo entre partes; o fotos comprometidas, que no lo son tanto puesto que han rodado por Redacciones al mejor comprador y más mermadas de escrúpulos. O sus pleitos y desencuentros entre parientes como creo que la pasa a la Pantoja ahora con su Quico del alma que la roto el corazón con su infidelidad hacia el amor familiar. O, según veo, a la Rociito (Por citar algunos “disgustos” que he visto estos días). Un verdadero manantial de emociones para un segmento no pequeño de una población adulta que cada semana (me parece) consume páginas y páginas de offett que llevan hasta sus hogares miles y miles de ejemplares con contenidos que según veo se repiten semanalmente con alguna variación de lo mismo. Pero que parece distinta por los toques que se introducen, aunque sea el mismo culebrón.
Es en ese curioso consumo de rosa y couché donde yo creo que descansa una cierta influencia de admiración y de envidia entre las mentes del consumo más vulnerables. Sin tratar de juzgar (y menos aún rechazar) semejantes inclinaciones de lectura, sí me parece que el consumir habitualmente esos mensajes de notoriedad, famoseo y una aparente envidiable buena vida, pudieran dar como resultado una querencia hacia una emulación igualitaria. ¿Por qué no puedo yo llevar una vida así, de lujo y prestancia con gente guapa como todas éstas? pensarán algunas lectoras acordándose de la pregonada igualdad que la titular de aquel Ministerio las atribuía descaradamente sus derechos e igualdad. Y eso es lo peligroso, en mi opinión, el que cale ese nivel de vida de los famosos en esas mentes poco formateadas en la realidad y que su posible frustración las induzca a uno de esos estados de ansiedad y depresión por impotencia poco edificante y tortuosos ante un panorama más artificioso que real, pero con todos los ingredientes para aderezar una fascinación primaria. En esos casos debe ser muy difícil, pienso yo, deslindar objetivamente lo que tiene de subyugante el mensaje en esas páginas rosa de papel couché y controlarlo debidamente con el peso de la realidad. Ya se que no caen en esa frustración todas las lectoras de semejantes revistas especializadas en este tipo de historias, pero a pocas que sean las victimas del señuelo, será para pensárselo. Las perniciosas influencias psíquicas suelen calar más pronto que lo que tarda en reaccionar la mente para rechazarlo. Tal vez sería bueno algún estudio riguroso y especializado desde el punto de vista de las frustraciones y las depresiones irreversibles hacia las que podrían derivar.
