Es lo que nos toca vivir. Después de los merecidos aplausos, de las entusiastas músicas balconeras, de tantos buenos deseos, nos llega la hora de vernos inmersos en una terrible realidad que, por mucho que se empeñen algunos en aminorar y endulzar, nos pone en evidencia de la impotencia humana ante las insospechadas adversidades que puedan acontecer, como es esta de la Pandemia que nos acosa. Los más de veinticinco mil compatriotas fallecidos es cifra suficientemente drástica como para hacer anotar en los anales de España, como una de las tragedias mayores de su Historia, que anota “ad látere” la aflicción poco puesta de manifiesto, de miles y miles de ciudadanos que no han podido despedir a familiares y amigos en el último trance y definitivo desenlace de la vida, como es sentida y natural costumbre en nuestra sociedad. Pero es que a todo ello se suma una convulsiva incertidumbre que nos sume fatalmente en una comprensible desesperanza, no ya por asumir las necrológicas que se siguen dando, si no por la estabilidad social a la que se aspira y que no está clara; ese fantasma del paro que acarrea falta de recursos para millones de personas, lo tenemos asomado a la ventana, y todos pedimos desde nuestro espíritu, un “auxilio” que se evidencia necesario. Hoy es el día de la Comunidad Europea: el viejo sueño europeo, otra vez se puede tambalear si no se basa en la solidaridad…
