Tras asistir a la inauguración de la exposición Las Bulas de Cuéllar. Imprenta y devoción en Castilla, y contemplar dos lienzos, uno sobre los infiernos, y otro sobre el purgatorio, me parecía oportuno facilitar a los que quieran acercarse al Museo de Segovia, lo que la Iglesia Católica cree al respecto. Quisiera ayudar a superar la idea de que se trata de algo propio de la mentalidad medieval, ajeno al depósito de la revelación.
Los lienzos a los que me refería son: Bajada al Infierno de los Justos, de autor anónimo, s. XVII, de la Iglesia de Santa María del Rosario del Real Sitio de San Ildefonso de la Granja; y Purgatorio, anónimo castellano, segunda mitad s. XVIII, de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Muñopedro.
En cuanto a la Bajada de Cristo a los infiernos ya me ocupé en mi libro sobre las vidrieras de la Catedral, pues es un misterio de fe representado en la nave central en 1547: “Muerto Jesús, bajó con su alma al seno de Abrahán, donde se encontraban los justos esperando la redención del género humano. Esta verdad de fe la profesamos en el Credo: tras la muerte y sepultura de Jesucristo, los cristianos confesamos que descendió a los infiernos. Las puertas del Cielo se abrían a los que fueron fieles a Dios” (La luz de los misterios, pp. 95-96).
Este misterio del artículo 5 del Credo se ha glosado con textos apócrifos, no bíblicos como el Evangelio de Nicodemo y la Leyenda dorada. Pero esto no ha de entenderse como si el “bajó a los infiernos” que al menos se profesa en la Misa dominical, estuviera de más. Lo mejor es acudir al Catecismo de la Iglesia Católica promulgado por San Juan Pablo II, que puede llamarse del Concilio Vaticano II, por su reiterada alusión al mismo. Pues bien, en los números 631 a 637 se encuentra la enseñanza oficial de la Iglesia sobre esta verdad. Pero lo resume en el último número aludido, así: Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido.
Sobre el purgatorio, también conviene asomarse al Catecismo mencionado en los números 1030 a 1032, si bien conviene consultar antes el 1472 en el que se nos ofrece el marco para acercarnos a esta cuestión. Todo pecado conlleva un apego desordenado a las criaturas que se puede purificar en esta vida o en la otra, en el purgatorio. La purificación ultraterrena es para los que mueren en amistad con Dios, no para los condenados. Es terminar de prepararse para ver y gozar de Dios.
San Juan Pablo II dedicó la catequesis de los miércoles del 4 de agosto de 1999 a este tema. Recordó que la plena bienaventuranza pide purificación para el que está abierto a Dios pero de un modo imperfecto. No se podría acceder a Dios sin algún tipo de purificación, y es que lo destinado al Ser Supremo debe gozar de perfección. Por lo tanto hay que quitar todo apegamiento al mal, corregir toda imperfección del alma. No es un lugar, sino un estado o condición de vida. Podemos añadir que el purgatorio dejará de existir cuando vuelva Cristo glorioso.
¿Hay alguna forma de ayudar a las ánimas del purgatorio? Sabemos que sí, especialmente ofreciendo la Santa Misa por los difuntos. También podemos ganar indulgencias a su favor en base a los méritos de Jesucristo y los santos, observando las condiciones fijadas por la Iglesia.
No es fácil representar artísticamente estos misterios de fe. Pertenecen al ámbito sobrenatural. La sensibilidad cambia con el paso del tiempo. Sí que es posible hacerse con el fondo de lo que se muestra buscando información, y tratando de entender la mentalidad de cada momento histórico.
