Según Sylvain Timsit la manipulación de masas es un formulismo político que se ayuda de los medios de comunicación como correa de transmisión. Esta teoría fue atribuida a Chomsky cuando aseguraba que, si no se puede controlar a la gente por la fuerza, uno tiene que controlar lo que la gente piensa, y el medio característico para hacerlo es la propaganda. A largo de la historia siempre ha sido así; desde Mazarino—simula, disimula y no confíes en nadie— hasta Goebbels –miente, miente, que algo quedará–. Desde hace unos años, en España, este escenario es cotidiano.
Cuando el domingo, vi la comparecencia de Sánchez para alardear de haber doblado el brazo de la OTAN, pensé que de nuevo estaba mintiendo. Vistas las posteriores declaraciones de Mark Rutte, secretario general de la organización, en las que desmiente a Sánchez, veo que acerté. Otra vez se utilizaban los medios de comunicación para manipular a las masas; nosotros. ¿Qué se pretendía? Fue pura estrategia. Se puso en marcha otro de los métodos manipulativos; el suministro de noticias constantes con el objetivo de tapar aquellas que más nos dañan. A eso me olió la comparecencia presidencial: “Venga, hay que salir con lo que sea que mañana…” Y es cierto, al día siguiente, se produjo la comparecencia de Ábalos y de Koldo ante el Tribunal Supremo con consecuencias que el domingo eran inciertas para la escasa credibilidad del gobierno así que la maquinaria propagandística se puso en marcha para que el presidente —supongo que esta vez bien comido— saliera a decir, como poco, medias verdades o, tal vez, medias mentiras, que tanto da, y que, descubiertas por Rutte, se revelarán en la próxima cumbre de La Haya. Noticias que tapan a otras noticias; así es como se restan minutos incómodos de telediario y tinta hostil en el papel.
Dentro de la OTAN, España es un aliado débil por un simple motivo; el gobierno es débil. Y esa debilidad nos lleva además a ser un aliado embarazoso, mohíno en sus obligaciones, poco fiable en sus manifestaciones y con repercusiones que van más allá de cuestiones militares y que podrían afectar a la fiabilidad comercial o estratégica del país. Nuestra credibilidad se desangra.
La mentira tiene las patas cortas, aunque en política sirva para seguir corriendo como un pollo descabezado mientras que se intenta manipular a conveniencia a la opinión pública para ganar tiempo.
