El que ahora termina ha resultado sin duda un annus horribilis para el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, primero por los escándalos sexuales en los que se ha visto inmerso y, como triste colofón, por la agresión que sufrió tras un mitin en Milán, donde un desequilibrado le arrojó una estatuilla que le hirió en la cara y le obligó a estar hospitalizado cuatro días.
El ataque -que le causó la rotura parcial del tabique nasal y de dos dientes, así como un profundo corte en el labio- desató un fuerte enfrentamiento entre los conservadores en el poder y la oposición, ya que mientras los primeros denunciaron el «clima de odio» existente en el país, el dirigente opositor Antonio Di Pietro acusó a Berlusconi de ser un «instigador».
Durante los días que estuvo hospitalizado, el cruce de críticas no cesó, lo que obligó a que el jefe del Estado, Giorgio Napolitano, hiciera un llamamiento a la calma y diera un toque de atención sobre la falta de cohesión que existe en la política italiana. Tras salir de la clínica, Berlusconi también instó a rebajar los tonos de la política para que su dolor «no sea inútil».
El proverbial populismo y campechanía del político, de 73 años, le costó caro este año, cuando en abril se presentó en la fiesta del 18 cumpleaños de Noemi Letizia, en Nápoles, y se dejó fotografiar en la celebración con todos: la chica, padres y amigos.
La entonces incomprendida y extraña relación de Berlusconi con la joven Letizia coincidió con la presentación como candidatas por su partido el Pueblo de la Libertad (PDL) a las elecciones europeas de jóvenes velinas o bellas azafatas de televisión, una decisión que le estalló en las manos.
Su mujer, Veronica Lario, de 54 años, pidió de inmediato el divorcio y los medios de comunicación se dedicaron con fruición a hurgar en la vida privada del mandatario.
No tardaron en salir la luz y a modo de culebrón las multitudinarias fiestas que organizaba en una de sus mansiones, Villa Certosa, en Cerdeña, con fotografías que mostraban a varias jóvenes en top-less, en bikini en yate y hasta al ex primer ministro checo Mirek Topolanek desnudo al borde de la piscina.
Las chicas, que eran trasladadas por el empresario Gianpoalo Tarantini a casa del primer ministro, desfilaron por los medios de comunicación, incluida la prostituta Patrizia D’Addario, de 42 años, que escribió un libro Disfrute Presidente describiendo las intimidades de la noche que pasó con Berlusconi en su casa de Roma.
Los escarceos amorosos estallaron en vísperas de las elecciones europeas y no dejó de resultar una incógnita sobre cuál podría ser la reacción de los italianos, sobre todo, la de las filas católicas del partido conservador. Sin embargo, el 7 de junio el partido de Berlusconi ganó las europeas con un 36 por ciento de los votos, frente al 26,5 por ciento del opositor Partido Demócrata (PD), aunque no logró superar con holgura la mayoría absoluta como predijo el mandatario.
Poco después tuvo que encajar otro golpe, la pérdida de su inmunidad judicial. El Tribunal Constitucional invalidó la ley de inmunidad de los cuatro altos cargos del Estado, conocida como Lodo Alfano, aprobada en 2008.
Con esta decisión, el Constitucional abría la puerta para que se reanudaran, al menos, dos de los cuatro procesos judiciales en los que Berlusconi se había visto implicado y que permanecían suspendidos. Uno de ellos es el juicio por el supuesto pago de 580.000 euros al abogado inglés David Mills para que falsificara su testimonio en dos procesos celebrados en 1997 y 1998 contra el mandatario de los que fue absuelto.
El segundo proceso está relacionado con supuestas irregularidades en la compraventa de derechos televisivos de su grupo de comunicación Mediaset.
Ante esta encrucijada, il Cavaliere puso su maquinaria en marcha y el Gobierno presentó un nuevo proyecto de ley que, de ser aprobado, permitirá abreviar los tiempos de los procesos, lo que podría beneficiar al mandatario.
Por su parte, la oposición critica pero no logra vencer al peso pesado de Berlusconi ni convencer a la sociedad italiana que, al parecer, prefiere la autoritas del primer ministro, un hombre capaz de aunar en sí mismo las indomables diferencias entre el norte y el sur del país transalpino.
