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Iglesias (s) y memoria histórica

por Julio Montero
3 de noviembre de 2021
JULIO MONTERO 1
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Ena, la serie Woke

No sois para él lo que él es para vosotros

¡Oye tú, no te acerques demasiado! (Recordando a Jorge Ilegal)

Entre los setenteros son inevitables las nostalgias, porque en cualquier tiempo pasado éramos más jóvenes. Además, hemos depurado lo suficiente nuestros recuerdos como para quedarnos con las cosas que hicimos bien (y que los otros nos hicieron mal). Muchas veces esas nostalgias vienen en forma de ataques repentinos, inevitables e invencibles: vamos que la evocación nos pilla desprevenidos o en un momento ‘bizcochón’ y se hace irremediablemente con nosotros: se nos come vivos. Y si el recuerdo es una canción, ese pasado zumba en nuestro cerebro en escalas sinfónicas de tan altísima calidad, que ninguna de las versiones ‘Premium’ de YouTube puede siquiera empatar lo que tan perfecta y cálidamente suena más en nuestras cabezas que en nuestros oídos.

Ayer esta especie de ‘memoria histórica de hace tres días’ me puso en presente esta letra: “De tanto ocultar la verdad con mentiras // Me engañé sin saber que era yo quien perdía // De tanto esperar, yo que nunca ofrecía // Hoy me toca llorar, yo que siempre reía”.

Lo peor no fueron los efectos musicales, se pasaron al cabo de pocos minutos. Además, al recuperarme, me pareció que nadie en el vagón se percató de mi expresión facial, que me temo intentaría reproducir los primeros planos del cantante asimilados a su letra, tal como lo recordaba de tiempos pasados.

Uno puede preguntarse legítimamente qué tiene que ver un Iglesias con el otro. Y la respuesta es nada

Lo verdaderamente preocupante fue que tras el éxtasis recordatorio el rostro de un Iglesias se transformó en el de otro (¿o aún se puede decir ‘del’ otro?). He pensado en ello y lo primero que se me ha venido a la cabeza es que esto era un auténtico y profundo proceso de memoria histórica: un recuerdo (la canción) que empuja a otro a aflorar en mi mente (el político). Uno puede preguntarse legítimamente qué tiene que ver un Iglesias con el otro. Y la respuesta es nada, obviamente. A lo que habría que añadir que eso es precisamente la memoria histórica: expresar un recuerdo y los sentimientos ligados a él como un pasado que, por instalarse en mis sentimientos (que ya se sabe que por definición, en este tema, son profundos siempre) se debe restaurar sin pérdida de tiempo para recuperar en elemento clave de nuestra cultura, o un delito nefando que se ha de juzgar (y sobre todo, condenar) y, sobre todo, reparar en los sucesores (aunque sean simbólicos) de los agraviados.

Desde luego el segundo Iglesias nada tiene que ver con una de las cancioncillas que hizo forrarse al primero. Sería injusto afirmar que en el origen de la desigualdad y en el incremento injusto del Iglesias protagonista indiscutible de la presencia del entretenimiento latino en Estados Unidos, hay una alusión profética a lo que sería la vida del segundo en su etapa de máxima popularidad en el impulso del discurso de la igualdad popular frente a los privilegios de la casta (y no de la casta Susana precisamente) y su retirada a lo privado (relativamente).

La reflexión sin embargo empezó a poner orden en aquel galimatías ‘memohistórico’, que, dicho sea de paso, me parece el término más adecuado para denominar a esta fiebre política por quitar racionalidad al estudio del pasado y que está alumbrando una nueva profesión, que dentro de poco será, por su importancia, regulada por un real decreto para su ejercicio.

Me refiero a los ‘Memohistoriadores’. Un ‘memohistoriador’ acudirá a los recuerdos relevantes de la gente que vive hoy para construir la verdadera historia de hace un par de semanas: la de los sentires de la gente (de la gente que él considere relevantes claro), de sus frustraciones: me dolió esto, me hirió aquello, me sentí ofendido ante lo de más allá, yo vi como me miraban mal, me suspendió sin motivo, yo sabía que me tenía rabia… Un río de objetividad con paralelismos en el presente.

No hay paralelismo posible. No se puede comparar una isla en el Caribe con un chalet en Galapagar

Pero volvamos a nuestros Iglesias (s). No hay paralelismo posible. No se puede comparar una isla en el Caribe con un chalet en Galapagar. Por mucho que los detractores del segundo se empeñen: no puede haber entre ambas realidades ni una sola relación causa-efecto. Diría más. Ni siquiera se puede considerar como un antecedente. Y eso aunque ambos hayan ‘cantado’ con éxito ante multitudes a quienes se les caís la baba y repetían las letras de sus canciones sin saber muy bien qué significaban. Bastaba con que ‘sonaran’ bien.

¡Y qué vamos a decir de la vida sentimental! Ambos tienen recorrido, por lo que dice la prensa, pero al primero es difícil darle alcance en resultados cuantificables. Aquí nada de sobrepasar el materialismo dialéctico en las metodologías. Y paremos, porque la vida privada es en los memohistoriadores, aunque se dedican a los sentimientos que son privados, territorio que no hay que invadir. Y eso lo comparten hasta los historiadores.

Si por fin se regula la profesión de memohistoriador… y yo vivo para contarlo, quisiera saber cual de los dos Iglesias va a quedar en la memoria. Para los historiadores no hay duda: la gran estrella de la revolución soviética después de Lenin fue Trotsky: ganó todo, hasta la guerra que salvó el régimen comunista. Pero quien se hizo con el poder y ha pasado a la historia universal y que conocen todos fue Stalin, el burócrata. que controlaba todo.

Y quedará flotando en el aire (Bob Dylan) otra estrofa para interpretar: “De tanto jugar con los sentimientos // Viviendo de aplausos envueltos en sueños // De tanto gritar mis canciones al viento // Ya no soy como ayer, ya no sé lo que siento”… y al final acaba ganando Garzón.


Catedrático de Universidad

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