Es sábado y voy a ir a pasear un poco más lejos, cruzaré los arcos de nuestro acueducto romano milenario, subiré esa gran cuesta donde saludaré al diablo sentado en ese pretil haciéndose un selfi ¡qué escultura tan original, moderna y tan visitada por los turistas!
Cruzaré un cole de monjas, continuaré la cuesta descendente, luego otro cole, a éste va un niño precioso llamado Olmo de 4 añitos, y pasados unos metros, me adentraré en la zona amurallada.
Enseguida el ruido del agua cayendo en el pilón me adentra en este hermoso jardín enigmático, muy especial para mí, donde los árboles y las palabras hablan por igual. Se llama también Jardín de Delibes, dedicado a nuestro insigne escritor vallisoletano.
Me senté en el borde de la pileta porque me encanta escuchar el sonido del agua. Llevaba conmigo el libro “Las palabras y los cerezos” de mi amiga Montse Sanz y Tomoko Miyamoto, maestra calígrafa japonesa.
Comencé a leer los kanjis labrados en piedra por los canteros segovianos, con esos preciosos caracteres en japonés, palabras escogidas por Miyamoto junto al personal de Parques y Jardines, que representan lo más universal de las emociones humanas frente a la naturaleza y la vida. Se me unieron dos paseantes y les invité a leer cada uno de esos bonitos kanjis: Sencillez, Belleza, Unidad, Campo, Luz, Espacio, Recuerdo o Camino, esos kanjis simbolizan también, los pilares de la unidad de todos los pueblos de la tierra.
Como era un sábado abrileño, los sakuras estaban ya comenzando a brotar y algunas flores rosáceas y blancas que ya despertaban me daban los buenos días. Me senté como siempre hago, en ese banco semicircular que los de Parques y Jardines han colocado muy acertadamente para contemplar la floración de los cerezos japoneses.
Allí han colocado un árbol inusual, alto, seco, que mira al cielo, ha sido cedido por Miguel Ángel Moreno, un buen carpintero y, sobre todo, un hombre sensible de gran corazón. A su lado, han puesto un monolito granítico grabado con la palabra Hilo y ésta inscripción: “Hay un hilo que nos une a todos y recorre el tiempo. No lo rompas”. Preciosa e intensa frase para profundizar en ella mientras lo contemplas.
Mirando una planta junto a la tapia, observé que había dos preciosas mariquitas comiendo pulgones en sus hojas aterciopeladas, coloqué el dorso de mi mano para que se posaran en ella confiadas, así lo hacía de pequeña ¡milagro! primero se posó una con sus seis patitas que me hacían cosquillas, después la otra, con su brillante cúpula roja y manchitas negras, qué originales y elegantes son, su cabecita tan pequeñita, negra también, al igual que sus antenas, pero duraron poquito en mi mano, abrieron sus alitas y me dejaron triste, su cosquilleo me hacía gracia.
En este coqueto jardín, se une Oriente y Occidente, con el silencio de las palabras, el azul especial del cielo segoviano del que María Zambrano escribió con tanta admiración. Subida en la muralla, contemplaba las vistas del arrabal de San Marcos, los conventos, iglesias, rocas grajeras al fondo y su río Eresma. Japón y Segovia se parecen, dice Miyamoto.
Ya el hambre me avisaba, es mediodía, así que recorrí nuevamente todo el jardín observando las plantas, hortensias, lirios, orejas de oso, pensamientos y la hiedra bien agarrada a la pared entre los kanjis.
Dejé con pena este rinconcito silencioso, ideal para meditar, leer o escuchar música. Volveré a la semana que viene con un grupo de amigos, seguro que los sakuras estarán majestuosamente vestidos con su fulminante floración, el espectáculo de Japón en Segovia.