Fue el encargado de difundir la noticia de la muerte del líder de Al Qaeda y la satisfacción se reflejaba en su rostro. Y es que el fallecimiento de Osama bin Laden representa el mejor espaldarazo que el presidente de EEUU, Barack Obama, podría esperar en su mandato y, principalmente, en la puerta de la campaña electoral.
El demócrata compareció en la madrugada de ayer (hora española) para anunciar en tono solemne, desde la Casa Blanca, el destino del terrorista, un hecho con el que, según el dirigente, «se ha hecho justicia».
Horas después, con más información recabada sobre la ofensiva que terminó con la vida de Bin Laden, Obama afirmó que «hoy
-por ayer- es un buen día para Estados Unidos», al tiempo que globalizó la situación al agregar: «El mundo es un lugar más seguro».
Habían pasado casi 10 años desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, y, durante esta década, que el jefe de Al Qaeda continuara libre se había convertido en una dolorosa herida para los servicios de inteligencia estadounidenses y en un quebradero de cabeza para el Gobierno de Washington. De hecho, George W. Bush se fue de la Casa Blanca sin haber conseguido dar con el enemigo público número uno de EEUU, a pesar de haber asegurado que lo quería «vivo o muerto». Su sucesor en el cargo también mantenía como una prioridad la captura o matanza del terrorista, si bien a ojos del público parecía que sus objetivos de seguridad nacional iban por otros cauces, lo que provocó las amplias críticas de la oposición, que cuestionó el anunciado cierre de Guantánamo.
Sus cotas de popularidad mantenían una constante trayectoria descendente. En abril quedaron en torno al 45 por ciento, muy lejos del 70 que tenía a su llegada al poder. Ahora, tras este golpe, Obama irrumpe en la campaña con una ventaja que no tendrá nunca nadie más: haber sido el presidente que consiguió la muerte de Osama bin Laden.
Los esfuerzos comenzaron a dar sus frutos en noviembre, cuando los servicios secretos tuvieron los primeros indicios de que el líder terrorista podría encontrarse en un complejo residencial en las cercanías de Islamabad.
El viernes dio la orden de lanzar la operación. Y Bin Laden fue capturado, muerto, el domingo, en una operación descrita como de «precisión quirúrgica» por altos funcionarios estadounidenses.
Un comando de soldados de elite asaltó la residencia en la que la CIA había concluido que se ocultaba el saudita, en una operación ultrasecreta, en la ciudad pakistaní de Abbotabad.
Según altos funcionarios, el grupo estaba dispuesto a capturar a Bin Laden vivo, pero los ocupantes de la residencia respondieron con fuego y se produjo un tiroteo.
Además de Bin Laden, murieron otras cuatro personas, tres hombres -EEUU cree que se trata de uno de los hijos del terrorista y dos de sus correos- y una mujer.
Los soldados recuperaron el cadáver del líder de Al Qaeda, que fue trasladado a un buque de guerra estadounidense. Tras su identificación y la toma de fotografías -que el Gobierno valora aún si las difundirá- se optó por arrojar el cuerpo del jefe terrorista al mar, para evitar que su tumba se pudiera convertir en lugar de peregrinación para los extremistas.
Alerta máxima
Poco después, Obama anunció la muerte de Bin Laden, «el logro más significativo hasta el momento en nuestros esfuerzos por derrotar a Al Qaeda». El presidente advirtió de que se multiplica ahora el riesgo de atentados terroristas como represalia, a pesar de que los expertos predicen que la organización, privada de su líder, comienza «el camino hacia el declive». La operación «nos recuerda que como país no hay nada que no podamos conseguir cuando nos lo proponemos de verdad», consideró.
Mientras, centenares de personas se congregaban ante la Casa Blanca para manifestar, con cánticos patrióticos, su alegría.
