No resulta fácil elegir entre las muchas estampas que la Semana Santa ofrece en Segovia que invitan al recogimiento y a la oración; pero entre las más singulares sin duda está la que ofrecen las centenares de personas que desde hace años llenan la huerta de los Padres Carmelitas para participar en el Via Crucis Pentencial que convoca la Junta de Cofradías. En la vorágine de procesiones y traslados de estos días, este Via Crucis supone un pequeño alto en el camino que permite a feligreses y cofrades pararse a reflexionar en torno a la Pasión de Cristo a través de las distintas estaciones en las que se recrean los episodios del relato evangélico de su muerte.
A las 20,30 horas, con extrema puntualidad, la imagen del Cristo de la Buena Muerte, una hermosa talla del siglo XVII de autor desconocido abría la incontable fila de personas que parecían ensanchar con su presencia los angostos senderos del huerto que construyó, labró y por el que paseó San Juan de la Cruz durante el tiempo que residió en los muros del convento situado a la orilla del Eresma.
Uno a uno, pasando ante los hitos que representan las estaciones del Via Crucis creadas en su día por Prudencio Zorzo, los segovianos recorrieron iluminados por la tenue luz de las velas el breve trayecto que bordea las Peñas Grajeras todo el trazado del Via Crucis, alentados por la voz del narrador que iba leyendo las meditaciones y las oraciones al paso de cada estación. El obispo de Segovia, Ángel Rubio Castro, participó como un devoto más en este Via Crucis, en el que también estuvo presente el sacerdote segoviano y director de Obras Misionales Pontificias (OMP) Anastasio Gil.
Al finalizar el acto devocional, el silencio de la oración se vió quebrado por el recio redoble de los tambores de las bandas de las cofradías segovianas, que en la explanada de la Alameda de la Fuencisla interpretaron un año más el «Silencio del Tambor», que puso un emotivo final a una jornada en la que hasta el tiempo quiso acompañar.