Se me ha muerto Carlos, compañero del alma, sin que, al socaire del levante otoñal, a babor en la borda del velero, rumbo a su querida Ibiza, protegidos de la solanera por la sombra del velamen, podamos seguir con esas charlas sobre la mar y sus arenas de las que tanto disfrutamos
Conocí a Carlos el elegante marqués en una reunión del Consejo Superior de Cámaras de Comercio, donde ambos teníamos asiento por haber sido elegidos como vocales. Confieso que no fue su prestancia ni su cargo como presidente de la Cámara de Comercio de Segovia lo que atrajo mi atención, sino el Borsalino con el que cubría su bien parecida cabeza. Dejando esa anécdota aparte, lo que fue el germen de nuestra amistad —y lo que la consolidó con hormigón armado— fue que nuestras santas esposas, Dominica y Maite, se conocieron en un sarao organizado por el Consejo Superior de Cámaras de Comercio de España y decidieron que se caían bien. Dos individuos de recia personalidad, enamorados de dos mujeres tan singulares que habían decidido ser amigas, ¿qué otra cosa podían hacer sino coincidir?

Esa coincidencia ha durado hasta hoy, sin altibajos, y es tal la riada de vivencias, recuerdos y añoranzas que, ahora, Carlos, amigo mío, que ya no estás entre nosotros, no solo estoy triste, sino desbordado.
He disfrutado muchos años de un amigo inolvidable. Sus méritos profesionales y académicos quedan para otras plumas; la mía, triste como ninguna, quiero que sirva para proclamar su nobleza, la que trasciende los títulos que le corresponden, porque la que tú has derrochado es connatural a tu forma de ser, de actuar, de vivir y de compartir. No sé si a la sombra de uno de esos árboles tan queridos y cuidados por ti, o cazando a mano por esos campos, o cruzando los mares en esas singladuras en las que tanto hemos disfrutado, volveremos a encontrarnos. Pero estoy seguro, Carlos, querido Carlos, de que nos volveremos a ver para seguir platicando sobre nuestros deseos, amores e ilusiones.
Por ahora querido y añorado amigo descansa en paz.
______
Adrián Viudes