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Hasta cuando Dios quiera

por Alejandra Suárez
10 de agosto de 2021
en Segovia
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Venancia Bartolomé posa en su casa junto a su familia. / EL ADELANTADO

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Ahí está ella, sentada en la puerta de la casa que aún conserva en la tierra que la vio nacer: Aldeanueva de la Serrezuela. Cada día, Venancia Bartolomé lee con detenimiento una revista, un libro o lo que tenga a mano en ese momento. Esto no es llamativo. Excepto que, si se tiene en cuenta que ayer cumplió 100 años, su mérito se acrecienta. A lo largo de este tiempo, ha vivido de todo (en el más amplio sentido de la palabra). Es evidente: un siglo da para mucho. Pero hay algo que se ha mantenido intacto: sus ganas de vivir son inagotables. “Hasta cuando Dios quiera”, responde cuando piensa en la cantidad de cumpleaños que tiene a sus espaldas. Y que quiere seguir acumulando.

Tiene dificultades auditivas. En cambio, su cabeza sigue funcionando como un reloj. De eso se encargan sus dos nietas. Ellas se han convertido ahora en su memoria. No precisa demasiada atención. Su salud es de hierro. Y lo ha sido siempre: jamás ha pisado un hospital. “Por ahora estoy bien, gracias a Dios”, sostiene. De nuevo aparece Dios. Lo nombra con frecuencia. Quizá es en él en el que se apoyaba cada vez que su camino parecía truncarse.

Ahora vive en la capital con una de sus dos hijas, Lali. Para Venancia, la edad no es ningún impedimento: no ha dejado de hacer las tareas del hogar, aunque siempre piensa que hace “poco”. De ahí que tenga claro qué es lo que más echa en falta de su juventud: “Me podía valer con todo y ahora no puedo con nada”, lamenta.

“No tengo cosas que contar”, afirma. Resulta incluso irónico oír esto de quien ha (sobre)vivido la Guerra Civil, la dictadura franquista, la transición y la actual democracia. Ni siquiera esta pandemia le ha sorprendido: nació en 1921, a finales de la epidemia de gripe española de 1918. Cuatro periodos e innumerables acontecimientos históricos que han quedado grabados en su retina.

Según sostiene Lali, “aún se acuerda de la guerra”. Venancia rápido le contradice: “de la guerra no recuerdo nada, no nos tocó nada”, asegura. No tenían pan. El hambre invadió las casas. Los hombres se iban al frente. Su marido fue uno de ellos. “Entonces no nos conocíamos, así que no había dolor”, relata. Puede que sea el sufrimiento y la escasez que le inspira esta etapa lo que le hace querer olvidarla. Con la dictadura le pasa algo parecido: “Era pequeña”. Hace tiempo que el miedo dejó paso a la entereza cuando habla de ello.

Trabajó duro a la sombra de su marido, Andrés (no podía ser de otra forma en aquella época para las mujeres). Le ayudaba en el campo, segaba y hacía lo que fuera necesario.

Así pasó buena parte de su vida. Hasta que, a los 55 años, sus cuerpos necesitaban un respiro: se fueron a trabajar a una portería de Madrid. “He trabajado mucho en esta vida”, garantiza. Se acostumbró a tener lo justo. También lo imprescindible.

Su vida fue “dura”. A pesar de ello, vivió momentos bonitos. No tiene duda de cuál fue el más feliz: el nacimiento de sus hijas. Tiene dos nietas y cuatro bisnietos. Necesita la ayuda de Lali para hacer la cuenta. Esto no es de extrañar para alguien que acumula tal cantidad de recuerdos.

A su familia siempre les repite el mismo consejo: “Que sean buenas personas, que se cuiden y que aprendan lo que puedan”. Hace hincapié en lo último. Sabe bien de qué habla. Es de esas pocas “afortunadas” que pudo ir a la escuela hasta los 14 años. Aprendió a leer y escribir, “con Doña Felisa”. Ella llevaba las cuentas en la portería.

A Venancia nunca se le oye quejarse. Esto no es curioso. Pasó sus años entre el cuidado de sus hijas, el campo, los animales y el trabajo duro. Forma parte de una generación de mujeres luchadoras y empoderadas. En realidad, ella nunca ha estado a la sombra. Se convirtió en la luz a la que cada día mira con admiración su familia, esa que ayer celebró con ella sus 100 años. Y celebrarán los que Dios quiera.

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