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Ha llegado Nerón: cuidado

por Julio Montero
9 de diciembre de 2020
en Tribuna
JULIO MONTERO 1
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Cuentan que un cómico atrevido de la época de Nerón se mofaba frecuentemente de las ocurrencias artísticas y poéticas del César. Su ingenio y la gracias de sus chistes y ocurrencias le había venido salvando de las iras de “Neroncete”; que por pretenderse creativo no podía abusar por las claras de su poder contra él.

Pero al declararse de modo público la persecución contra los cristianos el emperador pudo por fin “meter mano” al ocurrente por ser este un bautizado. Y como otros de su especie fue condenado a morir en el circo ante la mirada burlona de los romanos.

“Neroncete” montó un número especial, muy especial, para dejar en ridículo al vate chistoso y tomarse su revancha. Mandó que le enterraran en un hoyo, en pie, hasta los hombros, con solo el cuello y la cabeza fuera. El todopoderoso gordito, con su barba dorada, había ordenado que le soltasen el típico león hambriento de semanas para que lo devorara. Así las gracias y cuchufletas se transformarían en tragedia. Una venganza desmedida, sin medida.

Y salió el león. Se acercó a su potencial víctima, callada, aunque sonriente (este gesto no podía valorarlo el felino) y cuando parecía que de un bocado terminaría la función, el del hoyo lanzó un rugido-grito-carcajada tremenda e imprevista, tan espectacular y atronadora, que retumbó en la plaza y asustó tanto al rey de la selva que se volvió a los corrales con el rabo entre las piernas. Y mientras, el chistoso no perdió la ocasión para burlarse de “Neroncete” ante la parroquia con un par de comentarios que hicieron romper en risas a la concurrencia ya satisfecha de “panem” y un poco colocada con el morapio.

Pero la máxima autoridad no se rindió e hizo que le soltaran otro bicho con garras, melenudo y fiero. Debía ser un poco cegato, porque el medio enterrado fue capaz de hacerle varias fintas en sus ataques que se ganaron el favor del público. No se veía algo igual desde Gladiator. El felino desconcertado se fue a escarbar al otro extremo y allí se puso a orinar.

Harto ya de la segunda tanda de chistes, bromas y burlas sobre sus cualidades creativas, por cierto, muy aplaudidas por el lleno coliseo, “Neroncete” ordenó que saliera el último felino feroz disponible aquella tarde de fiesta patria: el más fiero y hambriento de la ganadería, de colección africana. Y vaya si lo era. Salió embalado hacia la cabeza de la víctima, frente por frente, saltó hacia ella… y el cristiano no solo le esquivó increíblemente, sino que le mordió en los cojones al pasar por encima de él, quedándose con ellos entre los dientes… la fiera lanzó un rugido escalofriante y huyó y huyó y huyó.

La presunta víctima, en cuanto pudo escupir su presa, volvió a las andadas con sus ocurrencias chistosas contra el gordillo de blanca y dorada túnica que entre las carcajadas del respetable solo pudo gritar histérico: ¡¡¡¡CRISTIANO: JUEGA LIMPIO!!!

Normal: es la lógica del tirano en el poder. Sus disposiciones carecen normalmente de cualquier coherencia. Y no soportan que alguien les estropee su plan. Entonces no les queda más solución que echar la culpa a sus víctimas; porque para ellos solo cuenta el mal que quieren provocar. Ese es su “bien”.

La gente buena piensa que hoy no existen neroncetes: pero los hay a porrillo. Muchos más que los que desearíamos, porque todos somos potenciales víctimas suyas. Y los tenemos en todos los ámbitos. No se limitan al poder político. Hay neroncetes entre los jefes. No hace falta que sean los jefes supremos de nada: hay jefecillos, capataces del tres al cuarto, por todos los lados. Son los peores por su proximidad. El poeta del cuento tenía la desgracia de ser conocido de Nerón. Si no, hubiera vivido feliz con sus chistes entre sus vecinos haciéndoles pasar ratos estupendos.

El neroncete siempre tiene razón pero pocas veces puede ofrecer razones. La racionalidad se le suele escapar por las costuras. Su discurso permanente es el victimismo: el que golpea, se queja de ser maltratado; el que roba, de que le quitan lo suyo; el que humilla a los demás, de que no le honran lo suficiente; al que le han sacado otros las castañas del fuego, de que les ha hecho un gran favor permitiéndoselo… ¡Pobrecillos!

Viene bien localizar a los neroncetes de nuestro entorno y procurar mantener las distancias, no caer bajo su radar. Son insaciables. Necesitan víctimas para afirmar su bondad y no lo olvides: tú puedes ser una de ellas, la próxima. Algunos, dentro de no mucho, te sonreirán desde un cartel electoral.

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