Al final, por mucho relato, gurú y estrategia electoral que haya, en política y en la vida los errores tarde o temprano se pagan y si no que se lo digan a Albert Rivera. La resistencia hasta ayer mismo de Pedro Sánchez a admitir la realidad y la incapacidad para dar forma a un gobierno progresista ha tenido consecuencias: una segunda vuelta electoral para Abascal, que la ha sabido aprovechar. A pesar de ello, en el día de ayer se abrió una ventana de oportunidad para un Gobierno que trabaje para la seguridad y el bienestar de la mayoría social de nuestro país que es la mejor vacuna frente a la extrema derecha.
Ante una crisis de sentido, el discurso del odio repite lo que muchos necesitan oír, pero no resuelve los problemas, de hecho los empeora. El discurso del odio entre españoles se retroalimenta con los independentismos de la periferia, corroe las bases del proyecto común de convivencia en España y dificulta la búsqueda de soluciones. En una situación del bloqueo y parálisis sólo se oye al que grita más fuerte, aunque no diga nada. Los grandes problemas de España no tienen que ver con los menores extranjeros no acompañados, ni con la ley de violencia de género. Apuntar a las mujeres violentadas, a las feministas o a los extranjeros que viven y trabajan en nuestro país como chivos expiatorios, es una cobardía solo comparable a la complicidad que mantienen en Murcia o Madrid con gobiernos infectados por la corrupción.
Los resultados del 10N han traído la estupefacción en buena parte del electorado progresista de la ciudad. La irrupción del partido de Abascal como tercera fuerza en la provincia ha resonado como un mazazo en buena parte de la sociedad segoviana. Me sobrecogen los resultados, pero no podemos caer en la trampa simplista de afirmar que hay 14.000 extremistas en Segovia. No lo son, aunque hayan votado a un partido que sí lo sea y aunque muchos también lo puedan ser. La mejor vacuna frente al extremismo es articular un proyecto de país que ofrezca un horizonte de seguridad y protección a nuestra gente frente a la precariedad laboral y la incertidumbre económica, un proyecto que sea capaz de reconectar con lo que nos une, que afronte el cambio climático generando empleo de calidad, que avance en justicia fiscal para que los más privilegiados contribuyan al desarrollo, un país, en definitiva, que no deje a nadie atrás . Aprendamos la lección y tomemos nota, también en Segovia.
La semilla del extremismo germina entre quienes se sienten olvidados, cuando buena parte de los barrios quedan abandonados a déficit estructurales que duran años, a promesas eternamente aplazadas y sus necesidades más básicas relegadas en favor de otros proyectos más vistosos en la mercadotecnia electora. Al final esa desazón, ese malestar, toma forma. En Segovia, las fuerzas progresistas han estado demasiado centradas en un modelo cultural y turístico volcado hacia el exterior que deja fuera a buena parte de nuestros sectores populares.
El progresismo cultural no deja de ser un postureo barato si no se traduce en inversiones públicas en nuestros barrios; en tomarnos en serio los problemas de convivencia en algunas de las zonas más deprimidas de la ciudad; en apostar claramente por la dinamización social y comunitaria en nuestros vecindarios; en recuperar la conexión con los problemas de nuestra gente en el día a día. En definitiva, toca pensar menos en inaugurar grandes eventos y más en asfaltar calles, hacer polideportivos, arreglar aceras, iluminar parques y convertir en habitables y atractivas las zonas más deterioradas. Toca pensar en hacer ciudad, en reconectar los lazos que nos unen. Más vale que lo hagamos pronto, las oportunidades se agotan.
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(*) Concejal de Podemos en el Ayuntamiento de Segovia.
