Este antagonismo acabará en denuncias mutuas que juzgó el capitán general de Castilla la Vieja, Juan de Potous y Muxica y, como quiera que éste era otro ultrarrealista de primera hora, falló a favor del comandante Miranda. El resultado de la intervención de la autoridad superior supuso señalar al alcalde mayor como responsable de lo que sucedía, por lo que le multó con cien ducados. Hubo también multas para otros miembros del Regimiento de la villa y hasta para el mismo Ayuntamiento cuellarano como institución. Se les declaraba a todos los multados poco afectos a los realistas y se les prevenía para lo sucesivo.
Ejemplo de la represión política ejercida por Miranda fue Dionisio Santos, maestro en Campo de Cuéllar. En junio de 1825 el comandante de los voluntarios le presentó al alcalde mayor un papel subversivo que había encontrado en la casa en la que había vivido el maestro, en el lugar de Sanchonuño, y firmado por él durante el Trienio Liberal. Un nuevo registro dio con otros documentos que comprometían a Santos, por lo que lo metieron en la cárcel y se le formó sumaria. Allí pasó el maestro varios meses, a pesar de las reiteradas súplicas de la justicia y los vecinos de Campo, que solicitaron su libertad porque el magisterio de Dionisio en el pueblo estaba fuera de toda sospecha.

En cuanto a garantizar la seguridad en los caminos, habían salido los realistas de Cuéllar en persecución de unos ladrones que habían robado a un vecino de la villa. Seguían tres bandoleros por la comarca y el alcalde mayor dispuso una partida de diecisiete realistas al mando de su jefe Miranda, que recorrieron diferentes puntos sin hallarlos. Sin embargo, los tres ladrones fueron sorprendidos por los realistas de Chatún, que lograron en su huida tomarles un trabuco, un caballo, una carabina y un sable. Más truculenta es la acción de los realistas de Chatún y Gomezserracín que, actuando juntos, sorprendieron a varios hombres sospechosos por las proximidades de sus pueblos, los cuales huyeron abandonando un trabuco acampanado, y aunque los siguieron no los alcanzaron. Registraron después el Pinar de Gallegos y encontraron en él a varias personas atadas por los bandidos. Estos hechos se publicaron en la Gaceta de Madrid, felicitando a los carracillanos.
En el año al que se refiere el informe, también fueron detenidos en Cuéllar Deogracias Picatoste y otros tres vecinos porque los descubrió el comandante de los voluntarios reunidos los cuatro y estar «sindicados de constitucionales». El mismo Benito Miranda, con una partida de sus hombres, detuvo y encarceló a Juan Melero, vecino de Vallelado, por andar a hora intempestiva en el campo. Bruno Esteban, voluntario realista de caballería en Cuéllar, entabló pleito en la Chancillería contra la mujer de Isidro Criado, por palabras injuriosas contra el distinguido y benemérito Cuerpo de Voluntarios Realistas y contra él mismo y su mujer. Estas denuncias nos dan testimonio del ambiente que se respiraba en Cuéllar y su comarca entre liberales y realistas, si bien no se han encontrado casos en los que hubiera víctimas en los enfrentamientos, que no faltaron. Hubo en mayo del veinticinco un choque entre vecinos de Vallelado y San Cristóbal, en el que estuvieron implicados los voluntarios realistas y de resultas siete vecinos acabaron presos en Cuéllar.

Del carácter bronco del comandante de los realistas da cuenta que en cierta ocasión llegó a desquiciar a Alonso Martínez, tambor mayor de los realistas cuellaranos. El subordinado quiso atropellar a su superior por lo que tuvo que ser reducido y luego castigado. Por supuesto, la aversión de los constitucionales hacia Benito Miranda era acérrima, llegando en ocasiones a clavar en la puerta de su casa algún panfleto, que el comandante definía como difamatorios.
LA OPINIÓN DEL OBISPO DE SEGOVIA
Por su parte, los obispos advirtieron al gobierno en el informe para el duque del Infantado de los riesgos causados por el celo acalorado y tal vez sanguinario que aplicaban los voluntarios en sus actuaciones. Sin embargo, Isidoro Pérez de Celis, el prelado de la diócesis segoviana, se inclinaba en su informe por la necesidad de la existencia del cuerpo de realistas para evitar conspiraciones, a la par que advierte al secretario de estado de la necesidad de buscar jefes más capaces que lo dirijan. Lo cree porque había entre los voluntarios realistas elementos de dudosa ideología infiltrados entre los mandos de toda la provincia. Se pone como ejemplo los acontecimientos sucedidos en Riaza donde presuntamente había sido un grupo de voluntarios realistas, pero de adscripción constitucional, los que habían borrado el cartel de intitulación de la plaza del Rey en la villa, lo que daría lugar a un ataque a pedradas a los considerados liberales.

La actitud de Pérez de Celis, además de lo que aporta su informe, se conoce perfectamente a través de sus circulares y pastorales, que reflejan su cambio de postura, según las circunstancias, para terminar en una radical oposición al sistema constitucional y partidario de mantener a los voluntarios realistas.
No era desconocedor el obispo de la situación en Cuéllar y, desde su confidencialidad, el prelado expresa que los constitucionales del partido cuellarano habían manifestado desde el principio oposición constante a los realistas y los habían mirado con desprecio y acusa sin al alcalde mayor Ceinos de proteger a los liberales. Dice que esa era la causa de las discordias entre los dos grupos y contestaciones entre unos y otros. Reprocha el obispo además al alcalde mayor haber mandado informes a las autoridades superiores pretendiendo desacreditar a los voluntarios realistas y, sobre todo, destituir a su comandante. Cierto es que en el alcalde mayor Ceinos tuvo que intervenir para castigar los excesos de los realistas en distintas ocasiones. Como los cometidos por Cipriano Consuegra, que fue encarcelado por el alcalde mayor junto a otros camaradas.
Termina señalando el prelado que, a pesar de estar controlados, se seguía advirtiendo resentimiento en los constitucionales que desearían una coyuntura favorable para vengarse.
EL AHORCAMIENTO DEL EMPECINADO
El ajusticiamiento de Juan Martín el Empecinado en Roa, el 19 de agosto de 1825, supuso el punto más álgido de las persecuciones habidas esos años. Aunque había nacido en Castrillo de Duero, su padre era de Castro de Fuentidueña y aún se habla de sus parientes en Laguna de Contreras. Reputado héroe de la Guerra de la Independencia contra los franceses, en la que alcanzó la graduación de general, estaría siempre del lado de la Constitución y durante el Trienio desempeñó empleos de gobierno. Con la entrada de los franceses para reponer a Fernando VII en el trono con todos sus poderes, El Empecinado se exilió en Portugal.
El cuerpo diplomático extranjero, incluido el duque de Angulema, había aconsejado a Fernando que promulgara una amnistía para relajar los ánimos. El rey Felón sacó esa ley, pero por las excepciones de la misma no beneficiaba casi a nadie. Aun así, Juan Martín abandonó su exilio en el país vecino y volvió a su Castilla, después de animarle algunos amigos seguros de que contaba con las suficientes garantías de que no sería molestado, lo que la realidad vino luego a desmentir.
En el camino de regreso, Juan Martín había acampado en los alrededores de Cuéllar y fue el alcalde mayor Ceinos el que se lo comunicó a las autoridades superiores. El comandante Miranda no había tenido agallas para salirle al paso. Serían los voluntarios realistas de Roa los que intervinieran para capturarlo, poco después, en Olmos de Peñafiel, cuando hacía noche en casa de unos parientes.

Preso el Empecinado en Roa, su causa debería haberla juzgado la Chancillería de Valladolid, donde tal vez el fallo habría sido más benevolente, pero se hizo cargo Fuentenebro, corregidor de la comarca y enemigo personal del preso. Se informó al rey y éste le dio carta blanca para seguir con el proceso en la villa burgalesa, que terminaría con el ajusticiamiento de Juan Martín. El reo moriría ahorcado en vez de fusilado, como le correspondía al Empecinado por su rango. Juan Martín reprochó este procedimiento espetando que si no había balas en España para fusilar a un mariscal de los Reales Ejércitos.
Si los orígenes fueron políticos, la disolución del Cuerpo de Voluntarios Realistas obedeció a los mismos motivos. Al final del reinado de Fernando VII se les iría retirando los recursos de su financiación y en 1833 se decretó su desaparición. La causa: su afinidad a Carlos María Isidro en el problema sucesorio de la corona. Los voluntarios realistas pasaron en bloque a servir en las filas carlistas.
En octubre del año de su disolución, hubo un intento de movilizar el batallón de Cuéllar mediante una circular enviada por el Cura Merino, jefe carlista en favor del pretendiente Carlos V. Ya no era su comandante Benito Miranda, sino Antonio García a quien iba dirigida la orden de conducir a los voluntarios realistas del partido de Cuéllar hasta Riaza, donde se le darían instrucciones.
