Hubo dos hermanos, los Hidalgo de Cisneros, que combatieron, uno en cada bando, durante la Guerra. Los dos eran militares profesionales y se llevaban bien, como hermanos, hasta el estallido. No es que desde entonces se llevaran mal, o se pelearan radicalmente, sencillamente estuvieron separados por la cambiante línea ‘fronteriza’ y es muy poco probable, por lo que sabemos, que se enfrentaran realmente en alguna batalla o en algún frente de guerra.
Antes del conflicto civil representaban muy bien lo que se ha llamado las dos Españas, pero sin conflictos personales. Ignacio, el pequeño, de los pioneros de la aviación militar en nuestro país, soltero, con posición económica sólida y tren de vida moderno y desahogado, con maneras de pequeño aristócrata de provincia y la popularidad y aureola de los pilotos de los años veinte e inicio de los treinta (como los astronautas del ayer próximo, más o menos)… era liberal y progresista. Tanto, que se declaró republicano por vía de las obras, más que por declaración ideológica previa, en el intento de golpe contra la monarquía de Alfonso XIII de diciembre de 1930… y acabó huyendo de Cuatro Vientos a París con escala en Lisboa, en su avión, tan contento.
Fue una sorpresa, relativa, para la familia. Se conocían sus ideas progresistas, pero no su declaración republicana: se enteraron literalmente por la prensa. Las relaciones con su hermano eran buenas. No es que se estuvieran hablando cada día, pero había correspondencia habitual entre ellos. El tío Ignacio, además, era generoso en sus visitas a la familia de Paco, su hermano mayor, casado y con tres hijos por entonces. Sus regalos eran los mejores con diferencia. No es que estos pasaran necesidad, pero la fiel infantería carecía del atractivo popular de la aviación, su oficialidad era numéricamente amplia y externamente gris; carecía de ‘glamour’.
Monárquicos y tradicionales y, sobre todo, católicos.
Ignacio estaba en la cumbre de la ola. Cinco años de éxitos, militares, políticos y diplomáticos
La primera prueba dura para estas relaciones de hermanos fue el matrimonio civil de Ignacio con una aristócrata, nieta de Maura, nada más aprobarse el divorcio en la República y resolver ella así una relación rota hacía años. Para Paco aquello era una cuestión religiosa, no política. Hubo cartas claras… y finalmente entendimiento y aceptación de los hechos. Para entonces Azaña se había encargado de reducir el número de oficiales de tierra y Paco se había convertido en representante comercial de sistemas de calefacción en la fría Vitoria.
Ignacio estaba en la cumbre de la ola. Cinco años de éxitos, militares, políticos y diplomáticos. Al empezar la guerra se hizo del Partido Comunista. A Paco le metieron en la cárcel en San Sebastián por su pasado militar y su actualidad tradicionalista. Acabó prisionero en Bilbao hasta que se ‘liberó’ la ciudad y se incorporó al ejército de nuevo. Tres años después Ignacio, tras su paso por México, acabó en Bucarest, en el Comité Central de Partido Comunista Español en el exilio y allí murió en 1966. Paco Mientras fue director de la Academia Militar general de Zaragoza y luego gobernador militar de Asturias. Murió antes: rodeado de su familia en 1960.
En ese periodo mantuvieron una correspondencia viva y una entrevista en Bayona. Cada uno mantuvo sus posiciones con tranquilidad y firmeza. Las entrevistas se prologaron luego entre sobrinos y tío con cordialidad y podría decirse que en ellas comenzó la transición de la familia, aunque entre dos generaciones distintas, adelantándose a la de 1975. De hecho, el gobierno de Ceaucescu se puso en contacto con la familia para invitarles a las honras fúnebres de su tío: y allí acudió otro Ignacio, uno de los sobrinos.
Esta ‘segunda’ generación de los Hidalgo de Cisneros adoraba a su padre y admiraba a su tío. Este último les había dejado una puerta abierta a la esperanza de lo que ellos entendían como la ‘vuelta a casa’ de tío Ignacio: “conservad esa fe que tenéis” les había dicho en Bayona con envidia (o así lo entendieron ellos). Tras la caída de Ceaucescu trajeron los restos de Ignacio a Vitoria en un intento de cerrar el último deseo de este: regresar a España. Y años después quisimos hacer un documental contando esta historia.
Las investigaciones en Bucarest con las personas que conocía Ignacio y le habían tratado con intimidad, hasta el punto de hablar castellano, confirmaron ante preguntas concretas y contextuales que no conocían ningún indicio de esa vuelta a la fe. Más aún: confirmaban su fidelidad comunista y atea hasta el último momento. Todo ello lo confirmaba la documentación del archivo del Partido Comunista. La familia se enfrentó a la realidad: no había habido conversión; pero nadie dudaba que los hermanos se quisieron y se aceptaron tal como eran. Eso no quitaba que ambos pensaran que lo suyo era mejor también para su hermano, pero…
En fin dos hermanos que aprendieron a vivir la transición antes de que existiera y que así facilitaron que la aceptaran sus hijos y sobrinos.
