Me llegan por varios conductos y por informaciones en algunos medios escritos y digitales, la noticia de que la situación en el estado del Cementerio del Santo Ángel (perdón, me olvidaba lo de Municipal, cuando precisamente es el Ayuntamiento al que atañe el asunto), que la situación, digo, del recinto es bastante lastimosa. Techos de galerías medio desprendidos, numerosas lápidas en tierra partidas, objetos inservibles –parece- abandonados en algunos rincones, falta de limpieza…Total, que salvo el paseo central, adoquinado hace poco tiempo, el resto de caminos y zonas también dejan mucho que desear.
No sé a qué persona corresponde la máxima responsabilidad del mantenimiento del lugar, pero esta circunstancia me hace recordar que, por costumbre y tradición, en el Ayuntamiento siempre ha habido algún concejal que ha tomado con mucho interés la conservación y limpieza del Cementerio, logrando en ello mayor o menor éxito, porque todo es susceptible de mejora, pero al menos se mostraba un auténtico interés.
Esta situación, penosa por tratarse de un lugar al que todos tenemos un especial cariño y respeto por encontrarse en él los restos de nuestros antepasados, lo que se pone de relieve en las frecuentes visitas al recinto en todas las épocas del año, y especialmente en estas fechas de Noviembre que nos traen de forma más cercana su recuerdo, pero que en los momentos actuales se están viendo también afectadas por la pandemia, me invita a echar mano del volumen de la segunda parte de ‘Polvo de archivos’, libro del buen amigo Mariano Grau, desaparecido de entre nosotros hace unos años pero que dejó tras de sí una estela de excelentes trabajos producto de sus investigaciones en el archivo municipal.
Cuenta Grau en su citado libro cómo, de forma un tanto curiosa, se produjo la creación de este Cementerio, que vino a sustituir a los enterramientos que antaño se efectuaban en iglesias, monasterios y en los entornos de los templos.
En 1820, “el jefe político interino de Segovia, señor Balsera –dice el historiador-dirigía un escrito al Municipio segoviano, interesando la inmediata instalación de cementerios, fuera del casco de la ciudad”. La reacción municipal fue rápida y se designó a dos regidores para que buscaran un lugar adecuado, aconsejando éstos, después de haber recorrido y visitado diversos lugares, que el punto más recomendable era el Cerro del Ángel, en el que había una capilla dedicada al Ángel de la Guarda. El 20 de Junio el maestro de obras del Ayuntamiento había preparado ya el plano, pero por determinadas circunstancias –entre las que no estuvieron ausentes las políticas, como es habitual- la obra se fue retrasando y la inauguración del Cementerio no tuvo lugar hasta el 5 de Agosto de 1821, inauguración que se efectuó a las 5 de la madrugada, hora bien temprana en la que salió de la iglesia de El Salvador un numeroso cortejo de religiosos, autoridades y vecinos que se dirigió hasta el mencionado elegido Cerro del Ángel, donde el obispo, Isidoro Pérez de Celis, procedió a la bendición del recinto, considerado desde entonces sagrado. Tiempo después se construiría un primer camino para facilitar el acceso, hasta entonces un tanto tortuoso a través de las tierras.
Lamentablemente, y otra vez por problemas políticos, el Cementerio estuvo cerrado durante tres años. Sigue detallando el historiador las diversas vicisitudes que sufrió el recinto desde ese momento, abriéndose, cerrándose…hasta que la amenaza del cólera en 1834 alertó a los segovianos del peligro inminente, y se procedió entonces a tomar una serie de precauciones que, curiosamente, parecen un anticipo de las situaciones que se están produciendo en nuestro días por causa del maldito Covid-19.
Mariano Grau, narra también que por la presencia del cólera, las autoridades dispusieron que los puestos de los mercados que se celebraban al aire libre tuvieran espacios separados por medio de cuerdas para marcar los lugares que debieran ocupar los vendedores y los compradores, al objeto de evitar el contacto entre ellos, y asimismo se ordenó la colocación de guardas a las puertas de la ciudad “a fin de vigilar la entrada y salida de personas, y se activó de manera extraordinaria la limpieza y riego de las calles y plazuelas”.
Como se ve, y aludiendo a “los dichos” tan utilizados entre nosotros, he ahí que “la historia se repite”, y “no hay nada nuevo bajo el Sol.”
