Negro. Densamente negro: ése fue el color del humo que a las 19,41 horas de ayer salió por la chimenea instalada sobre el tejado de la Capilla Sixtina, a pocos metros de la enorme cúpula de la Basílica de San Pedro. La única comunicación con el exterior de los cardenales reunidos para elegir al sucesor de Benedicto XVI indicó que, tras la primera votación realizada por los 115 prelados electores del Colegio Cardenalicio, ninguno de ellos consiguió la mayoría de dos tercios (77 votos) necesaria para ser escogido Pontífice.
Pese a ser algo esperado, miles de personas se congregaron en la plaza de San Pedro de El Vaticano para contemplar in situ la primera fumata del segundo Cónclave del tercer milenio. No obstante, pocos de los fieles que acudieron al lugar y de los más de 5.000 periodistas acreditados para esta cita se sorprendieron del color del humo. «Probablemente será fumata negra», vaticinó el pasado lunes el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi.
De hecho, en la Historia moderna de la Iglesia, solo el cardenal italiano Eugenio Pacelli (Pío XII) fue designado Pontífice en la primera jornada de la Asamblea electiva, el 2 de marzo de 1939, aunque obtuvo la mayoría necesaria para su elección en la tercera ronda de votaciones. En el último precedente, Ratzinger tuvo que esperar al cuarto escrutinio para tener los votos suficientes, y eso que entró a la Capilla Sixtina con una unanimidad que, en esta ocasión, parece no existir. Y es que, según los expertos en cuestiones vaticanas, los prelados llegan a esta cita especialmente divididos entre dos candidatos: Angelo Scola, arzobispo de Milán, y Odilo Pedro Scherer, arzobispo de São Paolo.
Curiosamente, el italiano cuenta con el apoyo extranjero, el de los prelados ajenos a la Curia y a las intrigas palaciegas que quieren una limpieza en la Santa Sede que termine con la corrupción y las luchas de poder. Frente a él, y su grupo de apoyo, se situaría el brasileño, que sería el elegido por los propios mitrados transalpinos que abogan por que se mantenga el aparato de Gobierno de la Iglesia.
En el caso de que ninguna de las dos fumatas de hoy sea blanca, la mayoría de los analistas defienden que aumentan las posibilidades de que surja un nombre inesperado que contente a ambas facciones para no alargar el Cónclave y no dar así una imagen de desunión al mundo.
Entre estos candidatos dispuestos a aparecer como una tercera vía aparecen los nombres de los tres norteamericanos: Dolan, O’Malley y el canadiense Oullet. El austriaco Christoph Schönborn, el húngaro Peter Erdö o el filipino Luis Antonio Tagle también pueden convertirse en los tapados. En cambio, ningún español se encuentra entre las quinielas para sustituir a Benedicto XVI.
Precisamente esta situación fue la que llevó a Juan Pablo II al Trono de San Pedro. El polaco se benefició del enfrentamiento entre los mitrados italianos Giuseppe Siri y Giovanni Benelli. Sin embargo, ninguno de los dos consiguió la mayoría necesaria y los cardenales buscaron un prelado que supusiera un cambio en la Iglesia.
‘extra omnes’. Antes del momento más esperado del día, la fumata, se fueron cumpliendo uno a uno todos los ritos del Cónclave. La votación comenzó después de que el maestro de ceremonias del Vaticano, Guido Marini, pronunciase la conocida fórmula «extra omnes» («fuera todos»), instando a salir del templo a todos aquellos que no participan directamente en la elección del sucesor de San Pedro. Después, el propio Marino cerró las puertas del lugar, dejando fuera a las cámaras de televisión que hasta el momento habían seguido la ceremonia.
Previamente, los cardenales caminaron en procesión cantando las letanías de los santos desde la Capilla Paulina, atravesando la sala regia, hasta la Capilla Sixtina, acompañados, entre otros, por el Auditor general de la Cámara apostólica, monseñor Giuseppe Sciacca; el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, monseñor Guido Marini; y el cardenal no elector Prosper Grech, que impartió la primera meditación.
A la entrada del recinto fueron acogidos por el Prefecto de la Casa Pontificia y secretario de Benedicto XVI, el arzobispo Georg Gänswein; el sustituto de la Secretaría de Estado, arzobispo Angelo Becciu; los religiosos y religiosas encargados de la Sacristía; los sacerdotes confesores; y el personal de servicio autorizado. Además, los miembros del Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia escoltaron a los purpurados hasta la propia entrada de la sala.
Cada uno de los mitrados ocupó el sitial de madera con su nombre, dispuesto según el orden de precedencia: obispos, presbíteros y diáconos. Todos juntos entonaron el Veni Creator y al finalizar el canto, el cardenal Re les invitó a pronunciar el juramento en latín, la primera parte todos juntos.
A continuación, cada cardenal elector pronunció su nombre y, poniendo la mano sobre los Evangelios, dijo: «Prometo, me obligo y juro». Según la fórmula del compromiso, recogida en la Universi Dominicis Gregis, los mitrados prometieron «observar con la máxima fidelidad» el secreto sobre todo lo relacionado con la elección del nuevo Vicario de Cristo, tanto durante como después de la votación; juran no favorecer ninguna interferencia, y cada uno se compromete, en caso de ser elegido, a desempeñar fielmente el munus Petrinum de Pastor de la Iglesia Universal.
