Saliendo de Carbonero en dirección al poniente, por un camino de poco más de dos kilómetros que corta un paisaje de campos de mies, salpicado por algunas granjas, enseguida aparece la silueta de una iglesia que se alza sobre un pequeño altozano; de sobria construcción, sin ornato exterior, se muestra ahora flamante y majestuosa con sus líneas rectas cortando el horizonte y, completando el paisaje, se acompaña de algunas paredes que todavía resisten el paso de los años, aunque cediendo lentamente y borrando inexorablemente los escasos restos del caserío que aglutinaba a los habitantes de este pequeño pueblo. Es la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción del pueblo de Fuentes de Carbonero y, al adentrarnos en lo que fuera su casco urbano, nos recibe con su atrio, ahora cerrado por una verja de hierro. Mientras recorremos su perímetro nos dejamos llevar por un paisaje que pierde a lo lejos con el fondo de la Sierra. Atrás, hemos dejado el cerro de La Muela flanqueando al caserío de Carbonero y a nuestros pies una suave ladera nos lleva la vista hasta el arroyo, donde la antigua fuente abovedada con ladrillo parece esconderse entre el frescor de la crecida maleza. Al oeste, se adivina el discurrir del río Eresma entre colinas cortadas por los matices verdes que acompañan su cauce en contraste con el gris de los pizarrales y de los restos de paredes de piedra, entre ellas, las ruinas del palomar, que aún se mantiene en pie a pesar de haber perdido su tejado muchos años atrás. Todo nos hace presagiar que, hasta hace pocas décadas, allí se levantaba un pequeño pueblo lleno de vida, con decenas de casas, niños correteando por sus calles a la salida de la escuela, y sus padres trabajando en el campo, cuidando los ganados o fabricando una cal, de reconocida fama por su calidad y blancura, en los hornos que flanqueaban el camino que conduce hasta el molino de Peñacorbilla, también en ruinas, asentado sobre las aguas del Eresma.

Situada en la cabecera del arroyo, la fuente nos permite imaginar a las mujeres del pueblo en el trasiego diario por la más escarpada y pedregosa de las laderas que definen el altozano donde se alza la iglesia, yendo y viniendo en esa rutina diaria de llenar el cántaro con el agua que se protegía celosamente bajo su bóveda de ladrillo. El camino hacia el molino se acompaña por el discurrir del arroyo que regala su agua a las pequeñas huertas que se suceden hasta llegar al río; allí, las ruinas de ese gran molino, equipado entonces con tres muelas, hacía molienda para los labradores de Fuentes y de Carbonero que se aventuraban camino abajo con sus carros cargados, de trigo primero y harina después.
Esta fuente, junto a la iglesia y el palomar, completan ahora esta terna de edificios que han aguantado el devenir de los años y la demoledora mano del hombre. Además, contaba Fuentes con un local que servía de escuela a diecisiete niños en los años previos a su despoblación. Allí se ocupaba de la instrucción su última maestra, Pilar Pascual Rodríguez, muy recordada por las gentes de Carbonero y especialmente por aquellos a los que enseñó sus primeras letras. También tuvo una taberna y una cilla junto a la iglesia, incluso, algunos testimonios, como el de Luis Gimeno, su último alcalde, cuentan que hubo en la antigüedad un pequeño convento de frailes Bernardinos. Todo ello, junto a varias decenas de casas que se ordenaban caprichosamente siguiendo la complicada orografía del terreno, y conformaban el trazado de sus calles, con su plaza y varios callejones. Es tal la degradación de su caserío que reconstruir su trazado resultaría ya tarea imposible, si no fuera por la ayuda de la fotografía aérea, algún antiguo plano y el testimonio de alguno de sus últimos pobladores.

La vida a este pueblo, devoto de la Asunción y también del Bustar, se apagó hace 65 años. Sus habitantes, movidos por el deseo de conseguir más comodidades en la vida diaria, se fueron mudando a Carbonero. Su abandono derivó en la desolación del caserío y el expolio de su iglesia. Parece ficción recordar que, a mediados del pasado siglo, el pueblo estaba habitado por más de un centenar de personas y una modesta industria de fabricación de cal. Las familias, de labradores en su mayoría, entregadas a la trilla y la limpieza del grano, completaban la economía familiar con la cría de algún cerdo, gallinas y otros animales domésticos y también pastores con sus rebaños pastando entre tomillares, daban vida a este pequeño pueblo. Se completaba la economía local con la no menos importante actividad de las familias que se dedicaban a calcinar la piedra que traían del cerro denominado La muela Grande. Mientras se horneaba la caliza, densas columnas de humo negro se elevaban en el cielo dibujando el peculiar paisaje que recibía a cuantos se acercaban al pueblo. La cal se cargaba después en los carros para recorrer los pueblos de la provincia vendiendo este producto indispensable para remozar las viviendas y levantar nuevas construcciones.
En octubre de 2022 se inauguró la Iglesia de Fuentes, restaurada, y recuperada de una ruina certera por el movimiento católico conocido como El Camino Neocatecumenal. El destino de la iglesia quedó unido a su fundador Kiko Arguelles cuando este recaló en Fuentes, al abrigo espiritual y material de su iglesia en los años sesenta del pasado siglo, cuando el pueblo ya abandonado por sus habitantes se enfrentaba a una larga e inexorable historia de desolación.
Sesenta años después luce tan brillantemente que solo puede calificarse como de auténtico milagro. Es ahora cuando las miradas se vuelven hacia este lugar que desoyó en su día todas las voces, primero de sus antiguos vecinos que intentaron mantener la iglesia como ermita dependiente de la parroquia de Carbonero, y de periodistas e historiadores después, alarmados por el expolio y el deterioro del patrimonio que allí se estaba produciendo. Es una dilatada historia que ahora me dispongo a rescatar, entre archivos y documentos periodísticos, comenzando por los primeros testimonios documentales de esta población denominada Fuentes de Carbonero.

Los orígenes de Fuentes
No resulta fácil rescatar del olvido la vida de sus lugareños, en un pequeño pueblo cuya historia se labra con el devenir de gentes luchando en la cotidianeidad del día a día en ese escenario que reúne los acontecimientos propios del ciclo de la vida. Para ello, he rescatado algunos testimonios que se conservan en la prensa escrita del siglo pasado, incluyendo aquellos que hacen referencia a los primeros años de despoblación y abandono, junto a pequeñas noticias de la vida cotidiana de sus habitantes. Muchas de las referencias escritas se hicieron eco del expolio y la desolación que impregnó el lugar tras el abandono de sus casas por sus últimos moradores e hicieron pública denuncia, sin ningún éxito, de la degradación de su patrimonio. Algunos historiadores se apasionaron en el trabajo de rescatar los pocos testimonios del pasado que se esconden en los archivos segovianos, Juan de Vera y Manuela Villapando, Mercedes Moreno Alcalde, Fernando Gimeno y Dionisio Escudero. Este último acostumbraba a publicar un artículo todos los años, cuando llegaba el 15 de agosto, fecha en la que se celebraba su fiesta patronal en honor de la Asunción de la Virgen María, recordando su pasado y haciendo también una llamada de atención a las autoridades para intentar frenar el expolio que estaba sufriendo su iglesia tuvo tras la despoblación, derivando después en la ruina del edificio.
El asentamiento poblacional de Fuentes podría remontarse al siglo XII durante la repoblación, al igual que su cercano vecino, Carbonero El Mayor. En opinión de aquellos estudiosos que se han interesado por los orígenes de muchas de estas pequeñas poblaciones, a medida que el peligro árabe se desdibujaba, permitía el asentamiento de la población con sus ganados y con la explotación de bosques y pinares. Se irían estableciendo pequeños grupos de población de dos a cinco vecinos y surgirían las primeras aldeas que terminarían aglutinándose entorno de su primitiva iglesia románica (Vera y Villalpando, 1971). Como tal aldea medieval, Fuentes estaba integrada en la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia, incluida en el Sexmo de Cabezas.
En la zona, la primera referencia a uno de estos despoblados aparece en 1294 relativa al Término de Tremeroso y también encontramos noticias sobre sus pinares en las “Ordenanzas de maderas de Carbonero el Mayor“ de los años 1139 y 1258. Otra de las primeras referencias se remonta al plan de distribución de rentas del Cabildo catedralicio de Segovia, junto a otros lugares incorporados después al término de este pueblo, fechado el 1 de julio de 1247.
Así pues, Fuentes era uno de los tres barrios junto a Temeroso de Santa Águeda y El Mayor, situado a poco más de dos km por el llamado camino viejo de Carbonero y Bernardos (Escudero, EA 1983).

Documento anexión
El primer documento que hace referencia al pueblo de Fuentes data de 1364, firmado por el escribano Francisco García de la Torre, por el cual se anexionan los dos pueblos, Carbonero y Fuentes, en un único Concejo.
Nos sitúa pues, en el siglo XIV, cuando Fuentes era ya una pequeña aldea -no llegó a superar en toda su historia los cuarenta vecinos-, establecida muy cerca de Carbonero el Mayor, que por aquellos años ya era mucho más cuantioso en vecinos al sumar hasta tres o cuatro centenares. Eran años donde los bienes comunales como prados, pinares y las tierras que se labraban en régimen enfitéutico, también conocidas como los fetosines, eran determinantes para la economía y desarrollo de la población. Estos bienes comunales fueron la causa de no pocos enfrentamientos entre los vecinos de ambos lugares: se habían establecido pleitos y querellas entre las dos poblaciones por el uso de prados, montes y abrevaderos de ganado, llegando al común acuerdo de que la solución pasaba por unir y anejar el pueblo de Fuentes al de Carbonero mediante un solo Concejo, por razones de cercanía de ambos lugares y dado que Fuentes era de menor entidad que Carbonero. Todas estas circunstancias inspiraron el documento de anexión de Fuentes a Carbonero, firmado en el año 1364. En él se equiparan los derechos y deberes de los vecinos de ambas poblaciones: los de Fuentes tendrán voz y voto en el Concejo, los cogedores -recaudadores de impuestos reales y concejiles- procederán cada uno de su lugar, los vecinos de Fuentes podrán entrar y andar con sus ganados en todo el término de Carbonero, “pazer las yerbas beber las aguas, rozar y cortar en los montes y pinares que haya y tiene dicho concejo” y tener derecho al censo perpetuo de los fetosines en las mismas condiciones que los de Carbonero. El herrero de Carbonero tendrá que ir un día a la semana a Fuentes y los vecinos de Fuentes tendrán derecho a comprar vino en la taberna con los mismos precios para ambos.
