Mi nombre es Fuencisla Moreno. Nací en Segovia, el 6 de diciembre de 1896. Me mataron de un cáncer de pecho, el 23 de marzo de 1937. Nací siendo ya maestra. De niña, en la escuela, en mi sagrado cuaderno de papel rugoso, apuntaba con un lápiz afilado, cuidada letra y perfecto interlineado, todo aquello que cambiaría cuando fuera mayor. Así que, en 1914, terminé mis estudios en la Escuela Normal de Maestros de Segovia (bueno, en realidad, nunca terminé de estudiar).
El pasado 7 de marzo, víspera del día de la mujer, en la Sala Julio Michel, se convocó una charla moderada por Susana de Andrés, en la que participaron Mercedes Gómez Blesa y Carmen García, titulada ‘Las maestras de la república’. El título me llamó la atención; así que, acudí de incógnito para escucharla. Nadie me reconoció. La sorpresa me hizo saltar de la butaca cuando escuché mi nombre y mi respiración cesó por completo (no es una metáfora, recuerde el lector que estoy muerta) cuando comprobé que la conferencia versaba sobre mí. Fue realmente emocionante. Aproveché la oscuridad de la sala para soltar todas las lágrimas tragadas a lo largo de mi vida.
Mi expediente académico rayó la excelencia, para qué nos vamos a engañar. Comencé a ejercer, con mi plaza en propiedad, en el colegio de Barbolla entre 1918 y 1925. Posteriormente, en el colegio para niñas de Otero de Herreros, entre 1925 y 1933. Y me trasladé a Segovia. Fueron años de esplendor para la educación en España. Logré varias becas otorgadas por la Diputación Provincial. Gracias a ellas, pude llevar a cabo una labor de investigación visitando los colegios más innovadores del país. Realicé viajes de estudios a diversas escuelas de Francia, Bélgica y Suiza. Y profundicé en el método del Doctor Decroly en el Instituto Rousseau de Bruselas, en el que estuve un tiempo. En 1928, la Imprenta Provincial de Segovia editó mi libro ‘Un viaje de estudio’, en el que relato mi experiencia vívida de la innovación pedagógica en aquella época. Soy consciente que esto no era lo normal para una mujer de esa época.
El 14 de abril de 1931, se instauró la república. Asociadas en la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, encontramos el espacio perfecto para crear y desarrollar esa idea de escuela pública, compensadora de las desigualdades, que garantizara el acceso a una enseñanza gratuita de calidad para todos, evitando cualquier tipo de discriminación, promoviendo actuaciones integrales contra la exclusión. Y, sobre dichos pilares, llevamos a cabo entre todos, hombres y mujeres, una auténtica revolución transformadora, no sólo de la enseñanza, sino también de la recuperación de nuestros derechos como mujeres. Ellos no eran nuestros enemigos. Todo lo contrario. Aquellos hombres inteligentes y sabios se alzaron como aliados de nuestra causa, luchando a siempre nuestro lado. Sin ninguna duda, éramos las iniciadoras del gran cambio hacia la igualdad.
¡Ay! ¡Qué tiempos aquellos! Tuvimos que empezar por enseñar a las madres el modo de bañar a sus niños a diario. Muchas pensaban que el contacto con el agua podía matarlos. El analfabetismo rozaba el cuarenta por ciento. ¡Tal era la situación educativa en España! Lo pusimos todo patas arriba. Las clases pasaron a ser participativas. Las excursiones pedagógicas formaron parte del orden del día. Los libros de texto dejaron de ser esenciales. Las evaluaciones calificativas cambiaron de quincenales a continuas. Las asignaturas separadas compusieron una globalidad integradora. En esta escuela, el único protagonista era el niño. Se necesitaba un colegio activo en el que se enseñara sin perder de vista los dones y talentos de cada alumno, facilitador de las claves para que pudieran realizar en el futuro aquella función para la cual habían venido a este mundo. Su principal fundamento se asentaba en esa actividad creadora y espontánea surgida del propio niño, no impuesta, no cristalizada, no teñida de ideología. Todo ello, sin olvidar su entorno real, dentro de su ambiente, en casa, en su barrio, en su pueblo, cuya meta fuera la perfecta colaboración entre los talentos del niño y las necesidades reales de la sociedad.
Creamos los campamentos de estudios, las colonias escolares, la Universidad Popular, diversas revistas pedagógicas. Bebíamos de la fuente de la Institución Libre de Enseñanza. Devorábamos los libros y artículos de Costa, Clarín, Ortega, Marañón, Pidal, Machado, Sorolla, González de Linares, Claudia Benito, Ramón y Cajal o Federico Rubio. Tuvimos la fortuna de que muchos de ellos estuvieron directamente relacionados con Segovia y de poder beber el néctar de la cultura.
Todo se fue al traste. El alzamiento nacional arrancó de mis brazos a ese amado esposo, maestro y compañero. Se lo llevaron de casa, por “enseñar estas cosas, de este modo”. Supe entonces que no volvería a verlo. En agosto de 1936, le pegaron un tiro en la cabeza en el Puente Uñez, sin proceso judicial. Segovia se convirtió en la cuidad ejemplarizante de la ‘caza de brujas’. Se inició contra mí un “Proceso de Depuración”. Fui cesada, suspendida de funciones y nómina, “por pertenecer a Trabajadores de la Enseñanza”. Más adelante, la “Comisión de depuración” requisó mi domicilio y, definitivamente, fui suspendida del empleo y sueldo. En mi lecho de muerte, en la ruina más absoluta, entregué a mi hermano Julián y a su esposa Margarita a mis dos hijos mayores, de 6 y 5 años, y al pequeño, de un año, a mi hermana María Antonia y su marido Rafael. El silencio ha sido el compañero de viaje en la vida de todos ellos.
Aquel esposo que me mataron se llamaba Ángel Gracia, igual que mi hijo mayor, que llegó a ser un gran médico. Ese es el nombre también de mi nieto primogénito. Estoy pasando unos días en su casa, contándole historias y cuentos. Él me escucha con atención y luego investiga. Sabe dónde constatar lo que le cuento y que todo lo que digo es cierto. Con él, se acabó el silencio. Ya ha pasado mucho tiempo de todo aquello y el viento se ha llevado cualquier atisbo de odio o enfrentamiento. Él ahora está escribiendo estas líneas, porque yo no puedo. Yo se las voy dictando. Él las recoge con esmero.
Me voy en unos días. Totalmente desencantada con lo que estoy viendo. ¿Dónde está aquél feminismo verdadero? ¿Qué ha sido de aquella educación por la que tanto luchamos y por la que tantos y tantos, estamos muertos?
