´La carta dirigida al rey por el capitán cuellarano Francisco de Cuéllar narrando lo sucedido en aguas inglesas con la Armada Invencible, ha servido de base al escritor pacense José Luis Gil Soto para su última obra “La Colina de las Piedras Blancas” finalista del II premio Caja Granada de novela histórica 2010.
Francisco de Cuéllar capitaneó el galeón San Pedro del escuadrón de Castilla en aquella flota (enviada por el rey Felipe II contra Inglaterra en 1588), y fue uno de los supervivientes que dejó para la historia su testimonio, una carta que permaneció inédita hasta finales del siglo XIX, fechada en octubre de 1589, un año después del episodio de la Armada. La carta se conserva en la Real Academia de Historia como parte de la colección de Luís Salazar (número 7, folio 58).
Gil Soto señala que “el capitán Cuéllar es uno de esos personajes que, salvo para unos pocos, ha pasado inadvertido por y para la historia. Sin embargo, en la costa irlandesa es un nombre muy conocido, hasta el punto de que una ruta recuerda sus peripecias por Irlanda”. Así señala que si se viaja por la costa oeste por los alrededores de Sligo, en Donegal, es fácil encontrar señales que rezan «The Cuéllar Trail» (El rastro de Cuéllar) o bien «The Spanish Armada 1588».
El capitán cuellarano relató su historia desde Amberes Bélgica.Cuenta en su misiva que llegó a esa ciudad “con los españoles que escaparon de las naos que se perdieron en Irlanda y Escocia y Setelanda, que fueron más de veinte, las mayores de la Armada, en las cuales venía mucha gente de infantería muy lucida, muchos capitanes y alférez y maesos de campo y otros oficiales de guerra, muchos caballeros y otros mayorazgos, de todos los cuales, que serían más de docientos no se escaparon cinco cabales, porque murieron ahogados, y los que nadando pudieron venir en tierra, fueron hechos pedazos por mano de los ingleses que de guarnición tiene la Reina en el reino de Irlanda”. “Yo me escapé de la mar y destos enemigos (…)con trecientos y tantos soldados que también se supieron guardar y venir nadando a tierra, con los cuales pasé harta desventura, desnudo, descalzo todo el invierno, pasando más de siete meses por montañas y bosques, entre salvajes, que lo son todos en aquellas partes de Irlanda donde nos perdimos”, continúa. Fue condenado a muerte y de este castigo se libró, sobrevivió a nuevas tormentas en el mar y a otras muchas vicisitudes que relata al detalle en su carta. Ahora Gil Soto acerca un poco más la historia de aquel suceso y de cómo lo vivieron los españoles que dejaron su huella en tierras irlandesas, una huella que aún perdura.
