La fragilidad de la creación entera acompaña la existencia de todos los seres vivos en este Planeta y el cosmos en el que se mueve. Fragilidad y sufrimiento forman parte constitutiva del ser humano. Son realidades evidentes y universales: caemos, nos rompemos en mil pedazos, somos frágiles (por fuera, en el cuerpo) y débiles (por dentro, en lo profundo de nuestro ser). El sufrimiento y las limitaciones son, también, uno de los desafíos más importantes de la humanidad, en su búsqueda de sentido y de felicidad.
A pesar de esto, no dejan de llegarnos reclamos que nos invitan a buscar y experimentar “el perfecto bienestar”. No caigamos en la trampa. Se trata de una aspiración humana que no pasa de ser una “ingenua utopía” que, especialmente en las sociedades más avanzadas, nos ciega, nos frustra y nos divide. Tratamos de vivir en esta tierra como seres perfectos, sin limitaciones, sin sufrimiento, de salud completa. Pensamos habitar un planeta sin catástrofes naturales (volcanes, terremotos, inundaciones…), en estado de equilibrio natural, perfecto y permanente. Y vemos cómo la obsesión por el desarrollo y el bienestar se han convertido en una de las causas de mayor sufrimiento para millones de seres humanos. Lejos de una convivencia con los demás (personas, pueblos, culturas, religiones) fraterna, justa y universal…, nuestras relaciones humanas se desarrollan en un marco global donde las desigualdades, el odio y la violencia son el caldo de cultivo de un sufrimiento inmenso, hieren profundamente el alma y nos deshumanizan a todos.
El perfecto bienestar, la salud completa, por mucho que avancen las investigaciones científicas, planes de prevención, cuidados y los recursos sanitarios…, estarán, siempre, por alcanzar. Y lo mismo ocurre con cualquier otra de las dimensiones de la existencia humana, todas están en el horizonte de nuestras aspiraciones y nuestras capacidades, todas siguen por conquistar. Nada debería hacernos perder la conciencia de que la fragilidad es universal y consustancial a la existencia humana. Va siendo hora, también, de que aceptemos, de una vez, que “navegamos todos en la misma barca”, cuando abunda la pesca y cuando arrecian los vientos.
También la esperanza es parte esencial de la existencia humana: todas las personas estamos capacitadas para “levantarnos”, una y mil veces. Todos anhelamos, luchamos y conseguimos metas inimaginables en el empeño por conquistar una vida digna, más allá de nuestras limitaciones. Las experiencias y acontecimientos aparentemente más oscuros y difíciles, los momentos que nos hacen sentir pequeños y vulnerables, esconden en su interior un aparente y misterioso poder para llevarnos a descubrir lo que somos realmente: muy fuertes en ocasiones y frágiles, muy frágiles, en otras.
La esperanza está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y de los condicionamientos históricos en que vive cada persona. Poseemos, en lo más profundo de nuestro ser, un anhelo de plenitud (de vida lograda, de alcanzar lo mejor y más grande…).
Razones para la esperanza: asumir que formamos parte de la naturaleza y que, mientras caminemos por esta tierra en permanente evolución, la enfermedad y la muerte serán compañeras de camino. Abrazarse a la realidad, por muy dura y difícil que pueda llegar a ser es una actitud sanadora. Sana nuestras heridas interiormente, nos fortalece, nos capacita y nos levanta.
Cuando en una sociedad se tiene como objetivo casi único de la vida la satisfacción ciega de las apetencias y se encierra cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza. Cuando la esperanza se apaga, se apaga también la vida. La persona ya no cree, no busca, no lucha. Al contrario, se empequeñece, se hunde, se deja llevar por los acontecimientos. Si se pierde la esperanza, se pierde todo. Por eso, lo primero que hay que cuidar en el corazón de la persona, en el seno de la sociedad o en la relación con Dios es la esperanza.
La esperanza no consiste en la reacción optimista de un momento. Es más bien un estilo de vida, una manera de afrontar el futuro de forma positiva y confiada, sin dejarnos atrapar por el derrotismo. No siempre es fácil. La esperanza hay que trabajarla.
