Da la sensación de que aún están calientes las paredes de las salas del Torreón de Lozoya donde El Adelantado de Segovia acaba de inaugurar la exposición La Edad de Plata—La modernidad en Segovia. El Adelantado y el Arte en el primer tercio del siglo XX con que se abren los actos conmemorativos del 120 aniversario de la fundación del periódico, avivado el interés de los parroquianos por el verbo seductor de Ángel González Pieras (director del periódico y comisario de la exposición). En tan singular singladura han sido constantes y vitales las patas de un trípode de intenciones marcadas en 1901, por D. Rufino Cano de Rueda: libertad, independencia y profunda y rigurosa deontología informativa. 120 años de rigor, no exentos de sobresaltos —como era natural en el devenir de los tiempos y las concepciones políticas a veces encontradas— que han servido para fortalecer la misión de un diario independiente que todavía soporta— como si fuera poco— su impresión en papel pese al empuje técnicamente revolucionario que supone la irrupción de la digitalización en el mercado y en la competencia periodística. Ahí es nada. Supongo que del rescoldo de ese fuego de ilusiones que supone la exposición una buena parte de segovianos tendrán la ocasión —con su visita— de calentar su sensibilidad con los infinitos Ignacio Zuloaga, Zubiaurre, Gutiérrez Solana, Regoyos, Sorolla, Uranga, Marinas, Beruete, Fomkes, Barral o Torreagero…
Mas al celebrar esa conmemoración de esos 120 años no puedo dejar pasar por alto que el periódico ha servido y seguirá sirviendo —al margen de la defensa de los intereses y desarrollo segovianos con que está comprometido— para la forja de periodistas que enaltecieron y honran el nombre de Segovia y aprendieron conductas profesionales sustentadas en el rigor y la independencia. A pesar de todo.
En ese aspecto yo quisiera destacar la confluencia de voluntades y la lealtad necesaria para mantener —desde todos los puestos que conforman un periódico: consejo de administración, dirección, redacción, talleres, repartidores e incluso suscriptores, anunciantes, etc.— el tejido desde donde se concibe un periódico. Cada uno en su puesto contribuyen a ello y han contribuido, como se ve, a celebrar los primeros 120 años de vida del diario alumbrado en 1901 por D. Rufino.
Luego vino el offest y ya fue otra cosa
Y en ese sentido y vista la panorámica que me ofrece esa ilusionante historia sí quiero evocar los inicios de mi forja como periodista que arranca, como tantos otros que fueron, en El Adelantado de Segovia hace 50 años cuando alboreaba mi vocación periodística a la que, por encima de todo, tanto amo. Parece que fue ayer cuando de adolescente comencé a colaborar en el periódico. Recuerdo, como si fuera ayer, cómo me embriagaba el olor a tinta reciente en los talleres mientras repiqueteaba la linotipia que manejaba Matamala o la magia del chibalete de Manrique juntando tipos en el componedor hasta entregar la galerada al regente Carreras, enfundado su pequeño cuerpo en aquella bata azul llena de lamparones de tinta y uso sujeta con un cordel de algo más grosor que los bramantes que colgaban alrededor de su cuello para ajustar las ramas que componían cada página y en la platina conjugar el puzzle de las que compondrían todo el periódico. ¡Te sobran dos líneas o te faltan cuatro más! Y había que ampliar o recortar a toda pastilla para que no se enfadara. O dictar a Matamala la crónica de urgencia al pie mismo de su linotipia. Pero lo que más me sugestionaba era cuando aquel monstruo de rotoplana, luego rotativa, iniciaba su cabalgadura: tras, tras, tras, “mete más tinta en el dos o quita del cinco, decía”. Y el artilugio se ponía pesadamente en marcha hasta conducir la fila de periódicos ya doblados por un carril camino del correo (que no debía perderse por ningún concepto) o hacia los chicos que esperaban junto a la puerta para salir corriendo a su reparto. Me resultaba fascinante meter la mano en aquel reguero de periódicos calientes y embadurnarme los dedos con la tinta aun sin secar. Luego vino el offest y ya fue otra cosa.
Cuando sonaba alto y fuerte el timbre del teletipo todo el mundo se callaba. Algo importante venía en la línea
Hablo de mis primeros pasos en el ejercicio periodístico. La Redacción —por la mañana— era un hervidero encantador. Suaves conversaciones tertulianas con el ambiente musical que proporcionaba el taca, taca, taca del teletipo de la Agencia Efe que era la fuente internacional o Cifra de ámbito nacional. Y allí nos reuníamos redactores, colaboradores, espontáneos, artistas, deportistas. De todo. Pero cuando sonaba alto y fuerte el timbre del teletipo todo el mundo se callaba. Algo importante venía en la línea.
Quiero decir que, como tantos otros y en la medida que pudo cada cual, como lo es ahora, había una contribución de esfuerzos y lealtades para que el periódico saliera cada día. Y cada número mejor que el anterior. De tal modo que, visto hoy desde la distancia que parece tan próxima, todos hemos contribuido a esa forja y grandeza que honra hoy esa conmemoración de nada menos que de 120 años de andadura en el apasionante ejercicio periodístico en el que queda bien claro el espíritu de servicio y de compromiso en la intermediación entre las necesidades de la ciudadanía y la gobernanza por una clase política cada vez más cuestionada.
Desde esa perspectiva y desde mi fidelidad con mi periódico, que me vio crecer profesionalmente desde aquellas incipientes colaboraciones ilusionadas, mis congratulaciones por la exposición —que marcará un hito cultural de gran dimensión— y por esos más de cien años de entrega. Enhorabuena.
