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Fiesta en Belfast por los 80 años del mito viviente: Van Morrison

por Miguel López
7 de septiembre de 2025
en Segovia
El músico irlandés, el pasado 31 de agosto en Waterfront Hall, celebrando su ochenta cumpleaños sobre las tablas. Fotografía de Pablo Torres.

El músico irlandés, el pasado 31 de agosto en Waterfront Hall, celebrando su ochenta cumpleaños sobre las tablas. Fotografía de Pablo Torres.

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Van Morrison acaba de celebrar su octogésimo cumpleaños con una fiesta musical de las que hacen época. Congregó en Belfast, su ciudad natal, a una banda e invitados de lujo en un ambiente de veneración por un ídolo local que logró dimensión mundial hace décadas y esculpió su nombre en la Historia, con mayúsculas. Sigue en la brecha a los 80 años con nuevos discos y conciertos, algo digno de celebrar por todo lo alto.

“Nacimos antes que el viento, también somos más jóvenes que el sol”. El León de Belfast comenzó con estos versos de su clásico Into the Mystic el concierto de su cumpleaños, 31 de agosto, celebrado en Waterfront Hall. La BBC en Irlanda del Norte había caldeado el ambiente con una programación especial de tres jornadas dedicadas al orgullo de Belfast. No era para menos.

No es posible calibrar con precisión la influencia musical de Van Morrison, pero sin duda es trascendente y su nombre está entre los más grandes artistas. El irlandés ha atravesado décadas en las que tanto la industria cultural como él mismo han evolucionado de forma vertiginosa. Solo un puñado de dinosaurios coetáneos, como Bob Dylan o Neil Young, han sobrevivido a tan hondas transformaciones de tecnologías, gustos y públicos en Occidente.

El cowboy de Belfast (uno de sus más afortunados sobrenombres) ha enriquecido el acervo musical con un respeto total a las tradiciones. También ha demostrado sobradamente una apertura de miras que le ha permitido transitar con brillantez por estilos como el blues, el folk, el jazz, la tradicional irlandesa, el celtic soul, el country o el rhythm&blues, entre otros. En estas últimas décadas, Morrison ha dejado honda huella con obras maestras como Moondance o Into The Music y cientos de composiciones de enorme valor para la música popular.

Van Morrison, el pasado 31 de agosto en Waterfront Hall, celebrando su ochenta cumpleaños sobre las tablas. Fotografía de Pablo Torres.
Van Morrison, el pasado 31 de agosto en Waterfront Hall, celebrando su ochenta cumpleaños sobre las tablas. Fotografía de Pablo Torres.

Es probable que su singularidad resida en la enorme carga poética de sus letras, combinada con una intensidad sonora sin parangón. Todo ello con entrega absoluta a la misión musical. Su voz inyecta una pasión creativa de enorme potencia a unos textos que ahondan en sus grandes obsesiones: el paso del tiempo, la memoria, el amor a la música, la curación, la crítica al negocio artístico, la geografía emocional de su infancia o la magia de sus trances místicos.

Los años que van desde Astral Weeks (1968) hasta Veedon Fleece (1974) encierran una creatividad sublime, comparable a los llamados años mercuriales de su amigo Dylan. Se acumula en ese periodo un inabarcable océano musical en el que un buen aficionado podría vivir eternamente y gozar de una existencia en plenitud. Sin embargo, hay belleza inmarcesible en sus discos anteriores con Them o los que van de los años ochenta hasta hoy, incluida una última sorpresa que ha lanzado este año, el álbum Remembering Now.

Muchos se han adentrado en el universo vanmorrisoniano con elepés como Into de Music o It’s Too Late Too Stop Now. Son obras accesibles que jamás cansan y ofrecen amplia variedad sonora. Sin embargo, la obra que llega más lejos en términos artísticos y personales es seguramente Astral Weeks, un milagro que la crítica especializada valora como uno de los mejores discos de la música contemporánea.

Al igual que otros grandes artistas, Van Morrison no se repite y cada actuación es una ceremonia única que abre paso a la espontaneidad y al rapto poético. Por eso, tras más de 4.000 conciertos por todo el mundo, hoy sigue sorprendiendo con una energía sobrenatural, como ha demostrado en sus recientes actuaciones, si bien durante el espectáculo de Belfast el músico se sentó en dos ocasiones para recobrar fuerzas, algo raro en él.

El espectáculo que ofreció estuvo precedido por otro gran concierto el día anterior y varias actuaciones recientes. Actuó como telonera su hija Shana Caledonia Morrison (1970) y luego sonaron viejas canciones como Little Village, con vientos exquisitos de fliscorno (Chris White) y trompeta (Matt Holland), a los que puso la guinda el propio Van Morrison con su saxo. Morrison invitó a su fiesta a otro histórico de 84 años, Chris Farlowe, cantando juntos Ain’t Gonna Moan No More e It’s All Over Now Baby Blue. Del nuevo álbum, interpretó Back To Writing Love Songs y The Only Love I Ever Need Is Yours.

Quizá como regalo al público, el poeta místico se explayó al desvelar la historia de su canción For Mr. Thomas, algo muy infrecuente, y aludió al escritor Robin Williamson, a una tienda de pescado y patatas fritas y a un local que solían visitar otros escritores importantes en su obra como Jack Kerouac y Allen Ginsberg, garito donde leyó un periódico con referencias a Dylan Thomas. Esas referencias literarias son otro eje de su extensa obra, siempre alejada de la noria comercial.

El siguiente invitado fue Kevin Burke (75 años), divertidísimo músico que hizo la primera felicitación al cumpleañero y levantó al público. Morrison alertó a los espectadores de que verían enseguida una lección de jazz y el agradecido violinista respondió: “¡Me preparaste!”. Los gestos y el virtuoso scat jazzístico de Burke se situaron entre lo mejor de la velada.

Punto y aparte para el último invitado: Ron Wood, de los Rolling Stones, con quien actuó en el histórico Last Waltz (1976). Cantaron And It Stoned Me y las lágrimas inundaron el recinto. El León desveló que esa canción de Moondance fue la elección del rockero, quien también tocó en una vibrante recta final con Who Do You Love (también sonó en El Último Vals), Stormy Monday, Take Your Hand Out of My Pocket, Stand By Me y el típico cierre con Gloria, un chicle estirado durante cuarto de hora que sirvió de broche a la celebración.

Cartel del concierto de Van Morrison en Waterfront Hall, en Belfast. Fotografía de Pablo Torres.
Cartel del concierto de Van Morrison en Waterfront Hall, en Belfast. Fotografía de Pablo Torres.

Remembering Now: el sonido de las huellas dactilares

Remembering Now es ante todo el disco autobiográfico de Van Morrison. Las vivencias más trascendentes del artista legendario laten en su mejor trabajo de las últimas tres décadas (el número 47 en su discografía), publicado el pasado junio tras peleas perennes en defensa de su creatividad.

Se confirma con este álbum que la brega le mantiene joven, alegre y combativo, porque así suena este sorprendente álbum que no debería sorprender, porque su atención vuelve a concentrarse una vez más en los vívidos recuerdos de su infancia, unos retazos del pasado que el maestro convierte en presente continuo, en “Recordando (el) Ahora”. No debería, pero sorprende, al igual que también llama la atención la subida de Remembering Now hasta lo más alto en las listas americanas y británicas, también como en los viejos tiempos.

Estas memorias sonoras abordan sentimientos multicolores e introspectivos a lo largo de 68 minutos repartidos en 14 composiciones, algunas con años a sus espaldas (Down to Joy, que sonó en la película Belfast, dirigida por Kenneth Branagh, 2021) y otras muchas recién salidas de su magín. Son un ramillete de Recuerdos y Visiones (así se titula otro de los cortes, el décimo) de sus días en este planeta, siempre enraizado en su barrio seminal, tan presente en su adolescencia como hoy, en estos años crepusculares que arrojan una luz muy personal sobre su obra. Como él mismo cuenta, son los sentimientos de toda una vida.

Van the Man permanece en las aguas cruzadas del blues, soul, jazz, folk y country, corrientes que agitadas con su estilo irlandés cristalizan como celtic soul. Reviven en estas interpretaciones de Remembering Now algunos aromas que sintieron sus seguidores hace cuarenta años al descubrir los añorados Poetic Champion’s Compose, Avalon Sunset o Enlightenment.

El álbum prosigue tras la apertura de Down to Joy con un homenaje sentido a Ray Charles (If It Wasn´t for Ray), agradeciéndole “estar donde estoy”. En la biografía Viaje a Caledonia (Sílex Ediciones), su novia de mediados de los años setenta, Caley Guida, contó que “en nuestra casa reinaban Ray Charles y su música. Aquí en América hay niños que crecen en familias religiosas muy estrictas en las que la única música permitida es el góspel. No se tolera la música secular. Bien, nuestro hogar era la iglesia de Ray. Ray Charles era el rey, y con ello quiero decir que tanto él como su música eran adorados sin reservas. Dios no quisiera que sonara alguna cancioncilla pop intrascendente en nuestra pequeña radio marrón de plástico. Atravesaba rápidamente el salón para apagar la radio antes de que saliera humo de las orejas de Van. Y por “música pop”, me refiero a prácticamente todo lo que no fuera Ray Charles. Incluso Bruce Springsteen era sospechoso”.

El tercer corte recoge también ecos eternos de su propio universo, en permanente estado de asombro, durante Haven´t Lost My Sense of Wonder, clara autocita a su disco A Sense of Wonder (1985). Reivindica aquí su capacidad de fascinarse a los 80 años, con grandes coros y un órgano que quita el hipo. Luego arroja a los tímpanos del oyente varias canciones centradas en el amor, palabra que sirve para sintetizar toda su obra pese a su bien ganada fama de cascarrabias. Love, Lover and Beloved (“Para caminar en armonía y paz”, una pieza dulce con el piano soltando esquirlas de belleza con subida final hasta el cielo), Cutting Corners (violines y saxo conmovedores, Back to Writing Love Songs (con guitarra y cálidas percusiones, interpretada durante su cumpleaños) y The Only Love I Ever Need Is Yours (“El Único Amor que Siempre he Necesitado Eres Tú”, muy tierna, con juego de voces impresionante y una letra idónea para soltar a la pareja en el próximo san Valentín) se suceden con gracia y consistencia, confiriendo una elástica unidad al conjunto de canciones.

Al llegar al ecuador queda clara la apuesta coral, admirable por su forma de arropar la voz dominante y dar alas a la garganta del irlandés. El trabajo de las voces es brillante y en ocasiones evoca los coros que acompañaban al mismísimo Ray Charles, quien sobrevuela todo el disco. Luego suena la también amorosa Once in a Lifetime Feelings (“Quizá estos son sentimientos que llegan una vez en la vida / Nunca me sentí así antes”).

Merece párrafo aparte Stomping Ground, la mejor de este gran disco para muchos vanáticos, en parte por sus exquisitos arreglos de cuerda y en parte por un final espectacular con el saxo y las voces de Crawford Bell (músico de Belfast a quien dedica el disco tras su reciente fallecimiento) y Jolene O’Hara. Incluye una extensa enumeración de sus rincones sagrados, mil veces cantados en sus conciertos y serpenteando toda su discografía, con Orangefield al frente del pelotón de emociones pretéritas. Puede escucharse incluso como una prolongación del mítico Take me Back. El saxo se enreda con las voces de ambas ninfas que parecen haber jugado con el León de Belfast en la calle Hyndford Street.

Remembering Now de Van Morrison

La citada Memories and Visions conecta con los seis minutos y 22 segundos de When the Rain Came, otra cumbre que parte de un verso que rescata de Brown Eyed Girl (“Cuando la lluvia viene / Llega la paz para la mente”). Se amontonan aquí símbolos caledónicos, desde el agua (esa lluvia liberadora, curativa y ondulante, también cantada tropecientas veces en In the Garden) hasta el paseo entre arboledas en busca del trance místico. Todo fluye con el impulso de esos poderosos coros, esta vez con Richard Dunn, Dave Keary, Colin Griffin, la fiel Teena Lyle y Chantelle Duncan. Se puede destacar un punteo a la acústica del León, subrayando así lo íntimamente implicado que está con lo que ofrece: un descomunal ascenso a las tierras más altas.

Colourblind juguetea con los colores y se atribuye un supuesto daltonismo que le lleva a dejar atrás el blues. La penúltima da nombre al álbum: Remembering Now (Recordando el Ahora), que recuerda a quien la oiga que este músico roza el talento de Proust o Rosa Chacel para navegar hacia el ayer con todos los sentidos alerta. Lo dice con la voz y lo apuntala con la brutal fuerza de los metales y los coros. Eleva la canción hasta convertirla en una plegaria para que se sepa quién es: “Este que os canta soy yo / Enteramente yo”. Remembering Now: Recordando el ahora o rememorando desde ya los instantes presentes.

Para que no falte de nada, el disco se cierra con un flujo de conciencia llamado Strecting Out, otro lenguetazo a su imaginería geográfico-musical. El desconcertante comienzo de esta maravilla dribla repentinamente hacia el grifo ya abierto. Take Me Back vuelve a acechar junto a los golden summertime y la Ancient Highway y los Down By The river de toda la vida de dios. Un orgasmo musical de casi nueve minutos con una voz que arrastra hasta allí, hasta lo que es, hasta recordar el ahora de sí mismo.

Detrás de Van Morrison y de este disco se encuentra una banda plenamente compenetrada. Richard Dunn (al Hammond), Dave Keary (guitarra), Stuart McIlroy (piano), Pete Hurley (bajo), Colin Griffin (batería, repetidor de Moving on Skiffle) y Alan Sticky Wicket (percusión) unen fuerzas en la misión. El violinista Seth Lakeman y las cuerdas del Fews Ensemble, bajo la batuta una vez más, de Fiachra Trenchy quien ya colaboró con el irlandés en Avalon Sunset (1989).

Van Morrison es consciente de que el único momento es ahora. Estos mantras corales forjan crescendos emocionales, a veces mediante repetición tántrica o con el terciopelo de su garganta. Son canciones que hablan de la vida (su vida) y del amor, y lo hacen de forma poética. Cuestiones como amar o ser amado o ambas cosas. Cosas como la memoria y el eterno ahora. Asuntos como el oficio de cada cual, siendo el suyo escribir canciones de amor y demostrar que no ha perdido un ápice de magia a estas alturas de la película. Van explica que estas canciones de Remembering Now son su verdadera identidad, que nos está contando y cantando la manera de conocerle, de identificarle y saber de él. Estas composiciones son el camino para adentrarse en su universo musical y personal, porque son sus huellas dactilares, talladas en el más vivo recuerdo de su propia vida tras el roce del tiempo. Son huellas, en definitiva, que lo hacen único, irrepetible, y constituyen su identidad sonora, su alma, su yo.

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