Es de necio confundir valor y precio nos dice Machado. Pero vivimos tiempos grises en que las cosechas calamitosas debieran ser un acicate para recordar todo lo que a diario olvidamos. ¿Un ejemplo? La sanidad pública en tiempos de pandemia o recientemente, los bomberos forestales con el incendio de Navalacruz (22.000 hectáreas quemadas). Reconozco mi respeto por la Guardería Forestal, pero sobre todo mi admiración por la forma de jugarse el pellejo de las BRIF, las ELIF, el Grupo 43 del Ejército del Aire: “Apaga y vámonos” y, desde luego, los retenes.
Los retenes son la fiel infantería en la lucha contra el fuego. Cuando veo cómo combaten las llamas –cara a cara– se me eriza el vello y pienso que son personas con familia que se adentran en el infierno para, sin escatimar esfuerzo, ganarse su pan mileurista y salvar un pedazo de vida cuando el sentido común invita a correr. Retenes necesarios, mal pagados y no reconocidos. En lo poco que valga, gracias. Gracias con el corazón encogido y pensando que, en El Espinar, con 11.000 hectáreas arboladas, un incendio como el de Ávila asolaría dos veces nuestro monte.
No hacer mudanza en tiempos de desdicha es la quinta regla de San Ignacio. No tengo recetas, sin embargo, ahora que las cenizas están frías, el dolor caliente y las movilizaciones a flor de piel, tal vez haya que pensar, sin confundir valor y precio, si está bien ideado y debidamente pagado cómo y cuándo se apaga un fuego.
