Claro que se puede analizar de muchas maneras, y desde muy distintas ópticas, el acuerdo entre el PSOE, o sea Pedro Sánchez, y Podemos, o sea, Pablo Iglesias, fundidos en un abrazo en el Congreso de los Diputados tras suscribir un pacto para un Gobierno de coalición sin admitir preguntas de los periodistas y basado en una declaración de intenciones algo genérica. El análisis puede consistir en si será bueno o malo para España, en si aguantará toda una Legislatura y hasta en si, contra lo que dijo, el presidente en funciones y candidato a lo mismo podrá conciliar el sueño tras haber declarado, pocas semanas hace, que a él le desvelaba la idea de tener miembros de Podemos en su Consejo de Ministros.
Lo que admite poco análisis es la escasa coherencia del acuerdo alcanzado este martes, ni cuarenta y ocho horas después de las elecciones, una semana después de que Sánchez, en el ‘debate a cinco’ preelectoral despachase con cajas destempladas los intentos de aproximación de Iglesias. Y lo que resulta evidente es que nunca una derrota electoral -siete escaños se dejó Unidas Podemos en la gatera- fue tan bien recompensada con alfombras ministeriales y hasta vicepresidenciales.
¿Dormirá bien el presidente? Daría cualquier cosa por poder estar de observador en el primer Consejo de Ministros surgido de la coalición, si es que tal coalición consigue completarse con otros aliados que den la mayoría numérica necesaria, pero no la coherencia imprescindible para un Gobierno del Reino de España, nunca tan integrado internamente por republicanos activistas y confesos.
Esto ha sido un triunfo de Iglesias, que, como dicen no pocos titulares de urgencia, ha ganado el pulso a Sánchez: hace cuatro meses, el segundo vetó la presencia del primero en ‘su’ Gobierno, y el primero rechazaba, como insuficientes, los ministerios ofrendados para que Sánchez pudiese garantizarse la investidura. Ahora habrá, supongo, vicepresidencias y ministerios. Si Ciudadanos, el ‘nuevo’ Ciudadanos, o Esquerra, la ‘ofendida’ Esquerra, quieren prestar su abstención, claro. Que alguien la prestará, o la alquilará, descuiden.
De la derecha lo menos que puede decirse es que ha tenido escasos reflejos para anticiparse a lo que ha ocurrido, ofreciendo algún tipo de acuerdo a Sánchez a cambio de su abstención en la investidura para evitar lo que está a punto de producirse: un ‘Gobierno progresista’ que ahonda en la división, palpable en los resultados electorales por si hiciera falta, de las dos Españas.
Dos extraños compañeros de cama, dos aliados a palos, dos personajes que no se entienden en ninguna circunstancia, han sellado un pacto porque no se les han dado alternativas. Y porque ha faltado imaginación, a todos, para buscar otras soluciones más integradoras.
