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Fernando Jáuregui –

por Redacción
26 de julio de 2019
en Opinion, Tribuna
fernando jauregui
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Fue el de este jueves uno de esos días realmente históricos, apenas media docena, que jalonan los últimos cuarenta y cuatro años de nuestra democracia. Para un periodista, una de esas jornadas que de ninguna manera querría perderse: porque se mantuvo la incertidumbre casi hasta el último momento, por las consecuencias que una u otra salida podrían tener, por cuánto nos afectaría al conjunto de los españoles, por lo inédito. Y claro que lo ocurrido este jueves traerá consecuencias para todos nosotros.

No hubo, como era más que previsible tras los últimos y vergonzosos rifirrafes entre los dos potenciales ‘socios’ de un Gobierno de coalición, investidura de Pedro Sánchez. Lo cual puede parecer bueno o malo a unos o a otros en un país al que sus políticos han logrado dividir al máximo, pero que no es definitivo. Todo queda para septiembre, aunque ni siquiera esto es ya seguro. Ahora, toca recomenzar el proceso.

El país necesita, esta es una de las pocas cosas en las que todos parecen de acuerdo, un Gobierno estable cuanto antes. Lo que pasa es que había desacuerdo en todo lo demás. Pedro Sánchez intentó una vía intermedia: salir de las arenas movedizas, pero a base de permitir que el escorpión fuese quien le trasladase a la otra orilla. Y el escorpión lleva su carácter como seña de identidad.

Claro que tampoco se trata de culpar de todo al líder de Podemos, que sale, por cierto, destrozado del trance, hasta el punto de que habría que discutir quién ha actuado en este episodio de escorpión y quién de rana. Era, simplemente, un matrimonio imposible, y esta es una de las conclusiones que habrá que sacar para el inmediato futuro, lo situemos en septiembre o en noviembre. Iglesias (y, claro, Montero) y Sánchez (y, claro, su entorno más cercano, comenzando por Carmen Calvo) simplemente no pueden ni verse. Lo mismo que Sánchez y Rivera, el líder de Ciudadanos, que a primera vista podría parecer, pese a todas las presiones que recibe, perdido para la causa de una coalición de centro-izquierda, y que posiblemente pagará un alto precio por ello.

Chocaron, por un lado, un ambicioso sin conciencia de que no estaba facultado para obtener el poder que requería y, por otro, un auténtico camaleón de la política, capaz de casi todo por mantenerse en la poltrona monclovita. Pero sabiendo que tendría, al tiempo, que asegurar una mínima duración a la Legislatura, lo que con Podemos nunca estaría garantizado.

Así que a Sánchez a partir de ahora solamente le quedaría, si no se producen más episodios de extraños compañeros de cama, intentar la gran coalición con el Partido Popular (es lo que hubieran hecho en Alemania, por ejemplo, que es el país más serio de la UE) de un Pablo Casado que ha salido posiblemente reforzado de esta tormentosa sesión de no-investidura. Pero eso, ya sabemos, tampoco podrá ser, porque no somos alemanes, sino españoles siempre dispuestos a hacer buena la frase de Bismarck, que nos juzgaba el país más fuerte del mundo porque llevamos siglos tratando de destruirnos los unos a los otros sin lograrlo.

Por tanto, lo más probable, aunque vaya usted a saber, es que estemos ante unas nuevas elecciones el 10 de noviembre, confiando en que esta cuarta marcha a las urnas en cuatro años sirva de algo y no prologue la situación de crisis que vivimos desde diciembre de 2015 . La parálisis en muchos sentidos se mantendría, así, hasta al menos comienzos de 2020: ni renovación del CNI, ni del Consejo del Poder Judicial, ni de RTVE, ni reformas legales imprescindibles, incluyendo la electoral. Nada. Y Europa, boquiabierta. Menos mal que los datos del paro no son tan malos y en la UE siguen apostando por el crecimiento de nuestra economía. Lo cual para nada hace buena la broma de que sin Gobierno estamos mejor. Aunque a veces resulte difícil creerlo.

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