Es en tiempos de crisis cuando más se evidencian los desajustes de una sociedad, esas grietas en otros momentos imperceptibles y que ahora parecen que son ellas las que presiden el edificio. La crisis española ha resaltado más con las trifulcas de la pandemia; también lo han hecho los cuentos, las palabras gruesas, las medias verdades, la demagogia de parte de la clase política y de los gobiernos. Parece mentira que en tiempo de tribulaciones alguien apueste por hacer mudanzas; o que en una Europa —y mundo: atiendan a las elecciones americanas— cada vez más replegado ante los valores del Estado social y democrático de derecho, un vicepresidente de un país con la madurez democrática de España tilde a su ejecutivo de socialcomunista, y lo haga con orgullo, y que el populismo se expanda a diestro y siniestro con discursos vulgares y soeces.
Hoy más que nunca se extienden esos tres principios básicos
La pandemia ha dado relevancia, sin embargo, a principios impresos en nuestra sociedad civil que distan mucho de ese correteo estúpido hacia el cambio permanente y sin dirección de algunos de nuestros políticos. En la historia quedará la templanza con la que el pueblo español ha asumido la tragedia vital que ha supuesto la maldita pandemia; el esfuerzo de empresarios y trabajadores por mantener el puesto de trabajo en una coyuntura económica catastrófica; la responsabilidad social que en su generalidad han mantenido los españoles ante un cambio tan drástico de sus hábitos y costumbres. Hoy más que nunca se extienden esos tres principios básicos que una mente tan preclara como la de Salvador de Madariaga concibió como los cimientos de una sociedad madura: libertad, responsabilidad social y orden estable.
El dilema es el camino que se escoja
Por supuesto que persistirán actitudes mezquinas en cualquier instancia; claro que los comportamientos ineficientes seguirán siendo motivo de reclamaciones y quejas fundadas, pero ahora lo que toca es la estabilidad y el funcionamiento normal de las instituciones, por encima de egoísmos partidistas y cortoplacistas y de experimentos que a la postre pueden resultar caros. Es el momento de salir de la crisis sanitaria y económica que nos aturde; luego ya vendrá el momento de realizar una reflexión sobre el futuro a medio y largo plazo que queremos dibujar en el tablero de nuestra existencia y en el de las siguientes generaciones. Una reflexión que se deberá hacer en España, en Europa y en el planeta. Un aldabonazo como el del coronavirus no deja indiferente a una sociedad: cambia los automatismos de comportamiento, el modo de relacionarse con los demás y con la naturaleza: en definitiva, los apriorismos morales. El dilema es el camino que se escoja. No fue la misma la respuesta social en la posguerra de 1918 que la que se tuvo después del debacle del periodo 1939-1945. En todo caso, las democracias occidentales no deben volver a ser rehenes ni de los extremismos ni del populismo demagógico.