Me gustaría que esta rue segoviana fuese la calle de las delicias, emulando al jardín de las delicias del fabuloso pintor neerlandés Jheronimus Bosch, archiconocido como el Bosco; pero me temo que soñar, incluso pecando de ser un auténtico ingenuo, no estamos en una época que te haga concebir esperanzas de mejora, porque a esta calle se la puede clasificar como de primera división de nuestra ciudad; no por su ubicación céntrica y de comunicaciones, sino por el abandono y desidia.
Es una calle famosa por sus socavones producidos y por la histórica rotura de tuberías, canalizaciones, desagües, demás conductos del agua y roturas de pavimento por las raíces de un árbol milenario. Un árbol que introduce sus ramas hasta los salones y dormitorios de un aledaño edificio. Dándose que todas esas conducciones tienen unos pocos menos años que el Acueducto, es hasta cierto punto lógico que, como los humanos, perezcan algún día. Lo que no es normal es que, ante tal evento originado, se abra la consiguiente zanja -casi siempre de enormes dimensiones- y se mantenga “sine die” hasta que los responsables munícipes decidan cuando se tapa el agujero y se vuelva a la supuesta normalidad. Una cosa parecida a la pandemia; pero, en este caso, el virus es la dejación administrativa. Bueno, pues en la actualidad, desde el pasado 12 de mayo, a la altura del número 11 de esta calle, lleva un gran socavón sin tapar ni asfaltar; pasando a ser por el tiempo transcurrido un importante arsenal de botes, cajetillas de tabaco, cascos de botellas, preservativos y otros enseres que, por su repugnancia, se omiten. Pues, como este socavón estaba solo, triste y ojeroso, unos metros más arriba, en torno al número 15, abrieron otro, también casi hermano del anterior por sus dimensiones. Bueno, pues está en la misma situación con las “bondades” explicitadas anteriormente.
Los vecinos se han estado preguntando si tal dilación para arreglarlo podía estar motivado por las elecciones municipales, que todo lo altera, que todo lo deja al pairo de lo que salga, que todo lo transforma en rojo, azul o multicolor, que todo lo hace depender de si el resultado de la consulta electoral ha sido un parto con dolor o con la epidural; es decir, el que gobernaba antes puede pensar: que lo arregle el que venga; y, a sensu contrario, el que ya está en el ajo gubernativo podrá decir; debería haberlo hecho el que estaba de regidor. Mientras, parece que cuesta el ponerse manos a la obra para solucionar los problemas de la ciudadanía. A toda esa exégesis y su arreglo estamos esperando los vecinos para que nos dejen la vía transitable, sobre todo los ancianos o personas con problemas de movilidad.
La estadística e historia en cuanto a averías en este desgraciado paseo es ya muy numerosa; porque, en los últimos años, son innumerables los siniestros acaecidos; así como la popularidad que se ha ganado entre sus residentes en cuanto a los sucesivos asfaltados cada año. Este paseo -o mejor llamarlo simplemente calle porque para pasear se hace francamente delicado- se puede parecer a la retocada en cinco ocasiones avenida del Padre Claret; y este vecino sufridor se pregunta: ¿entre los ediles responsables a través de los tiempos ninguno ha sido capaz de aplicar cierta cordura para arreglar en un solo acto de amor y obra todas las aceras de esta calle?
